Has conocido a alguien. Te comenta que acaba de salir de una dolorosa ruptura. Al principio, todo parece estupendo. Uno está desvalido y necesita cariño y el otro asume el heroico papel de rescatarlo y cuidarlo para que vuelva a creer en el amor. Hay pasión, hay promesas de eternidad, hay interés…y de repente...estoy agobiado/a; no sé qué me pasa; ¿podemos ir despacio?. Empieza el baile de la pareja rebote.
Te preguntas ¿cómo vamos a ir despacio cuando hace un mes ya teníamos nombres para nuestros futuros hijos? ¿Cómo hemos pasado del Ferrari al carricoche de mi tatarabuelo? No importa, recuerdas. Acaba de salir de una mala relación, necesita tiempo, mientras estaré allí dándolo todo, mi amor le curará. El otro a ratos está frío, a ratos vuelve a ser cariñoso. El que desempeña el rol de príncipe (o princesa) azul en su caballo blanco empieza a sentir que algo raro sucede. Pero, te dices, si me sigue buscando, es que tiene que sentir algo por mí.
La otra persona parece ser quien marca el ritmo y su ritmo es absolutamente desquiciante. Pasa del te echo de menos al necesito tiempo para echarte de menos. Te pide que no le esperes, pero cuando no esperas, va a buscarte. Ya no habláis a diario, o si lo hacéis, la conversación es fría, o tibia, prometedora o frustrante, alternativamente. ¿Qué está pasando?
Las personas podemos entender que alguien no esté preparado para una relación y tenga todo su derecho a retirarse cuando es consciente de no dar para más. Pero cuesta mucho comprender un comportamiento en el que el otro no parece saber lo que quiere, viene y da esperanzas, se marcha y nunca desaparece. Y sin embargo, la explicación es realmente sencilla. La persona que has conocido ha querido sacar un clavo con otro clavo. Aunque haya terminado con su pareja, sigue existiendo una dependencia de atención, sexo, consuelo, cariño y apoyo moral. Si no puede obtenerlo de una persona, tratará de sacarlo de otra. ¿Y entonces? Como no hay amor, sino necesidad, en cuanto obtiene lo que necesita de tí, como ser humano le vienes sobrando.
Pero cuando la soledad regresa y el recuerdo arrecia y vuelve a necesitar cariño, consuelo, atención o sexo, te vuelve a buscar.
Para esta persona, tú no eres una pareja. Eres una máquina expendedora.
Así, indefinidamente hasta que uno de los dos se apea de este tiovivo emocional en el que ambos sufren y se utilizan. Uno porque su ego le retiene en una historia en la que se sigue viendo héroe y el otro, porque sólo siente que tiene un vacío que necesita desesperadamente ser llenado.
¿Estás en una relación de rebote? Antes de tomar una decisión, no te pierdas. Comprende lo que está sucediendo y porqué está sucediendo. Plantéate si te compensa invertir tiempo y paciencia en alguien que con sus hechos te demuestra que no tiene el mismo interés que tú en tener una verdadera relación. No trates de salvarle los papeles ni solucionarle los traumas a nadie, la vida no es una película de Jennifer Aniston, ni los sentimientos son un resultado de una intensa y espectacular lucha para conquistar al amante remiso.
O te quieren, o no te quieren. Permanecer enganchado a una persona que nunca se aclara con lo que siente es veneno para la autoestima. Y amores hay muchos, pero amor propio sólo tienes uno. Cuídalo.