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Lo que une

Publicado el 22 abril 2010 por Alfonso

Uno. Existen teorías que explican que cualquier acto realizado en un lugar determinado provocará una reacción más o menos inesperada en otro. Algunas llegan a explicar que el suave aleteo de un lepidóptero puede desatar una gigantesca tormenta a cientos de kilómetros. De tal hecho toma su nombre la sensible referencia: el efecto mariposa. Los defensores de dichos argumentos, la famosa teoría del caos, que hay quien dice que poco saben de intensidades y longitudes de ondas, suelen ser los mismos que hablan de las maldades de la globalización, de cómo la hipoteca de un judío residente en un arrabal de Chicago estaba vinculada a la estabilidad laboral de un bioquímico heleno, y, como para terminar la fiesta con una traca, de la naturaleza viva y agonizante del planeta que habitamos, un ser vivo que se defiende a duras penas de los perpetuos ataques que le infringimos. Así, un seísmo en la costa chilena moverá las placas litosféricas incluso más alejadas, interconectadas todas como están, y hoy querrá descoser el mundo, haciendo temblar un poblado chino, y mañana quizá agite la cámara magmática de un volcán islandés de imposible pronunciación excepto para el nativo, que vaya uno a saber si no estará vinculado con otro volcán submarino o hawaiano. También los bosques, su tala y la contaminación que sufren, tienen que ver con el origen y desarrollo de nuevos virus y enfermedades contagiosas que ponen al borde de la extinción nuestra raza. Existen razonamientos tales, tan difíciles de demostrar como de todo lo contrario. Su mayor o menor aceptación de las mismas tiene que ver tanto con la disponibilidad del individuo a buscar la lógica de un universo cuyas leyes se le escapan y con la demostración física de los hechos, como con el calibre y frecuencia del bombardeo de su dramática comunicación a la sociedad. Lo que parece demostrado es que un hombre se planta delante de un papel a escribir un aforismo o de un micrófono a soltar un discurso y otro que hasta ayer no sabía de la existencia de aquel puede verse disfrazado de soldado con bayoneta calada. Nadie es ajeno a nadie. Por tanto, nada está desunido a nada, todo son y somos nudos de una misma cuerda.
Dos. Está demostrado el que una mente enferma se retroalimenta con su locura y un asesino en serie, un tipo que actúa sistemáticamente en busca de su beneficio, el aumento de su placer, no cesará en llevar a cabo sus actos repugnantes (repudiables para el otro, nunca para él) mientras el estímulo que le produce el mismo no sea cambiado, condicionado, erradicado. Es la adicción vampírica, tan inherente al ser humano como el afán de supervivencia.
Tres. Si las placas tectónicas están en perfecta y permanente unión y la Tierra es un perpetuo movimiento provocado por quien tirase la primera piedra o diese el primer paso sobre su superficie o estornudase sin reparo hacia el vecino, por buena lógica puede decirse que el agua, la yerba de los pastos, la naturaleza en suma, es distinta siempre pero la misma y única. Entonces las raíces de los árboles de un bosque serían millones, pero el corte de una haría que derramase savia y dolor hasta el más alejado de sus congéneres. (¿Será esa la explicación al retorcimiento de la madera oculta?) Todos los árboles de un mismo jardín serían exclusivos y distintos pero el mismo ser, y, quizá, todos los jardines y bosques uno. Tal vez el que unas tierras se encharcaran de sangre polaca con tanto asco y reparo principal como hartazgo final las volvió voraces hasta el punto de no conformarse con menos que la vida de sus dirigentes. Apocalíptico e infernal planteamiento que no me extrañaría ver defendido con ahínco mañana mismo en la contraportada de algún historiado best-seller.
Y cuatro. Frente a la naturaleza, humana, científica, desconocida, material, muchas veces sólo nos queda esperar. Esperar a que amaine el temporal, a que la enajenación de aquel a quien entregamos nuestro corazón tenga cura, a que el cielo nos permita escapar de una sombra amenazadora y ceniza. A que la nota de un examen abra las puertas de un adosado en una zona residencial con portero y pistas de paddle. A que la fe mueva las montañas sin causar terremotos. A que toda acción traiga una reacción grata y sorprendente. Pero en ello se nos va la vida: en esperar. En esperar a que la plaga de langostas en Australia no alcance proporciones bíblicas. A que las noticias no sean peores. A un Godot o fin de partida.
LO QUE UNE
Erupción del Eyjafjalla

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