Revista Cine
En algún artículo publicitario disfrazado de plausible interés cinematográfico habré leído que Jordan Peel era el detentador de los derechos cinematográficos de una especie de autobiografía novelada escrita por un tal Ron Stallworth y que habiendo quedado tan satisfecho del resultado de la última película que produjo, escribió y dirigió (que a mí no me impresionó demasiado) acabó acordando con Spike Lee que fuese el conocido director quien se encarga de mantener viva la llama cinematográfica contra el racismo que por desgracia sigue existiendo en los U.S.A. (aunque ellos se auto denominen pomposamente "América" como si poseyeran todo el continente).
Spike lo recibió como regalo de su sesenta cumpleaños: es un veterano que lleva muchos rodajes a cuestas y siempre se ha pronunciado verbalmente con fuerza, convicción e histrionismo sobre cuestiones que aún en el caso de afectarle como perteneciente a un grupo étnico en particular, le exceden, le sobrepasan, porque por mucho que Spike lo diga, lo de ser global le viene grande.
La prueba la tenemos en esta última película basada en "hechos reales" que de entrada se sustenta en una promoción claramente engañosa a pesar de ser difícilmente creíble y baste para ello contemplar el póster que está ahí al lado: vemos claramente que hay un hombre negro oculto bajo una caperuza propia de los estúpidos sujetos que conforman el grupo conocido como Ku Klux Klan. Cierto que hay un tono paródico en la fotografía tanto por el puño en alto como por el peine propio de quien luce una melena "afro" típico en la población estadounidense de color negro en la época de finales de los sesenta y primeros setenta y quien firma lo sabe porque lo veía en los telediarios pero cualquier aficionado al cine lo sabrá por las muchas películas que recaen en esas épocas.
No tengo ni idea de cómo debe ser la novela escrita por Ron Stallworth contando sus inicios como policía en Colorado Springs pero desde luego el guión escrito por Spike Lee, Charlie Wachtel, David Rabinowitz y Kevin Willmott ¡a cuatro manos! más que un dechado de virtudes es un almacén de lugares comunes con muy poca intensidad dramática y momentos supuestamente jocosos que maldita la gracia que hacen dentro de una temática como la que se supone ha de sustentar la película, cual es el racismo existente hace cincuenta años y su lamentable y execrable pervivencia en una sociedad que, además, pretende imponernos como elegible su modo de vivir.
Que nadie se llame a engaño: la propaganda en la que se asegura que un policía negro consiguió infiltrarse en el KKKlan es falsa de toda falsedad: el novato Ron simplemente llama a un número telefónico que ve en un anuncio del KKKlan buscando adhesiones y le admiten y es tan tonto que da su propio nombre, con grandes burlas de sus compañeros policías, por lo que decidirán que un colega, Flip Zimmerman, sea quien dé la cara y vaya a las reuniones del KKKlan. O sea, no va el negro porque no le iban a admitir precisamente y en su lugar mandan a un judío -no practicante, pero judío- como infiltrado. A tener en cuenta que a pesar que entonces los teléfonos no eran tan rastreables como ahora, el novato Ron no tan sólo deja su nombre sino también les da al KKKlan el número de teléfono que tiene encima de su mesa ¡en la comisaría de policía! que, ese sí, era fácilmente rastreable, simplemente mirando un listín telefónico. Eso cualquiera lo ha visto, también, en películas de la época.
A partir de este inicio, que no se ha desarrollado de inmediato, sino que Spike Lee ha necesitado media hora de las casi dos y cuarto que dura la pieza, vemos cómo desperdicia la posibilidad de tomar un camino serio para entrar en una astracanada cuyo aparente fin no es otro que demostrar que los miembros del KKKlan, además de estúpidos racistas son tontos de capirote *(perdón por el chiste fácil)con muy escasas luces que les impiden llevar a cabo alguna acción violenta y lo que es más risible, advertir el burdo engaño al que son sometidos por unos policías que tampoco es que sean retratados con un mínimo seso digno de mención.
Hay una derivada inicial lamentablemente desestimada, más seria, en la que el protagonista Ron se infiltra en el movimiento universitario en el que los estudiantes acuden a reuniones, asambleas, manifestaciones, para protestar en contra del racismo en cuyo entorno hay llamadas emocionales a personajes ya históricos como Angela Davis, pero el guión no incide ni profundiza en la dicotomía propia de un negro que es policía y que sintiendo en su interior la lucha entre su vocación de servidor de la Ley y la convicción que el racismo, el supremacismo y los hechos del KKKlan son ilegales, además, por temor a perder la estimación de una joven a la que empieza a amar, no se define y mantiene una apariencia falsa con los de su etnia mientras ha lanzado a su colega judío en brazos de los del KKKlan.
Esto hubiese podido dar un juego dramático considerable pero inesperadamente el director abandona, desestima y rechaza la posibilidad de hincar el diente con fuerza y prefiere dedicarse a chotearse de unos estúpidos que sí, vale, son patéticos en su manifiesta imbecilidad, pero por ello mismo pierden todo asomo de peligrosidad, quedando en meros fachendas que acaban por matarse a sí mismos en el más espantoso ridículo, completando una película que parece dirigida a un público infantil.
Que Spike Lee se dedique a darse autobombo con declaraciones fuera de lugar ya es algo que estamos acostumbrados a leer en los papeles, como cuando se dedicó a denigrar a Tarantino sin siquiera haber visto la película, y ahora asegura enfáticamente que esta castaña que nos ha dejado en época apropiada tiene un carácter global más que meramente "americano" provoca más sonrisas condescendientes que respeto porque el resultado, mal que le pese, es una comedia localista que quizás haga sonreír a algún pueblerino estadounidense pero que a buen seguro cualquiera con un poco de inteligencia y sensibilidad respecto a la injusticia grave que representa el racismo antes y ahora, una situación que llevamos años viendo no saben solventar de ninguna forma, no hace ninguna gracia y reclama a gritos del cine una propuesta seria y formalmente digna denunciando lo que está ocurriendo.
Lo único serio de la película de Spike Lee son las secuencias que ha tomado de los noticieros, imágenes que ya hemos visto en los telediarios: puede que sean necesarias para que los despistados, los que no se preocupan por nada, los que prefieren vivir en la inopia, en definitiva, sepan que la población negra estadounidense está soportando el racismo en diferentes grados prácticamente desde que sustituyó, por así decirlo, a la esclavitud.
Que nos venga el engreído Spike Lee a darnos lecciones ahora con una película tan floja y penosa resulta de vergüenza ajena: nadie diría que el tipo ya es sexagenario, lleva tantos años en el cine y se supone que habrá visto, como casi todos, películas que tratan el racismo con más seriedad y respeto, algunas más afortunadas que otras, pero siempre erigiéndose en dedo acusador: el de Spike es un pulgar que acaba señalándole a él mismo como ineficaz cineasta que cae a un nivel penoso, gastando más de dos horas para no dejar huella alguna en el espectador que pronto olvidará una película que puede que sirva para que el cinéfilo joven se interese por otros títulos con más enjundia. Por ejemplo En el calor de la noche, de Norman Jewison y Adivina quien viene esta noche, de Stanley Kramer , tratan más seriamente y mucho mejor cinematográficamente el tema del racismo. Incluso Alan Parker con su Arde Mississippi, resulta más punzante en el retrato de la maldad inherente al negro corazón de los miembros del KKKlan.
Leer que Spike Lee asegura que el nene de su amigo Denzel Washington, John David, va a recibir el oscar por su estupendo trabajo en esta película, aparte de sectario al olvidarse del colega Adam Driver es otra prueba más de que el director se ha quedado en una nube a la que sólo él puede acceder, porque si bien es cierto que ambos actores realizan un buen trabajo, dado el nivel del guión y de los diálogos, nada difícil hay en esas interpretaciones. Da la sensación que la campaña de Spike Lee se ha basado poco en méritos cinematográficos y demasiado en el temor reverencial que causa ir contra corriente, contra lo políticamente correcto, como si apuntar los defectos de la película significara un posicionamiento en favor del racismo y eso ya tiene visos de manipulación intere$ada.
En definitiva, es una lástima que Infiltrado en el KKKlan, dotada de ambición, no cumpla ni con lo que promete la promoción ni desde luego con lo que se merece la población estadounidense y por extensión el espectador que acaba aburrido cinco minutos antes de olvidarse de una película totalmente prescindible.