Todos los que han asistido a alguno de mis cursos de Método Natural lo han vivido en sus propias carnes. Cuando uno se mueve de verdad, cuando uno gatea o trepa o realiza alguna travesía, descubre, entre muchísimas otras cosas, que uno de nuestros puntos más débiles en esto del movimiento es la mano. De hecho, cuando acumulamos esfuerzo en esos tipos de locomoción, es ella la que dice basta, la que no permite ir más allá, la que te obliga a descansar, y no otras partes más famosas, como el core o los bíceps –por decir algo.
En realidad, tampoco hace falta moverse mucho, ni “hacer el mono”. No son pocas las personas que no soportan el hecho de apoyarse en el suelo sobre las manos, porque duelen las muñecas, y ya no digamos si se les pide mantenerse colgados de una barra o una espaldera, cuando a duras penas alcanzan los cinco segundos suspendidos.
Luego nos extrañamos de tendinopatías –incluídas las de codo, donde se insertan los músculos que mueven manos y dedos–, artrosis –provocadas, en parte, por falta de movimiento, no por exceso–, túneles carpianos, limitaciones de movilidad, manos frías, etc., en las que, evidentemente, el movimiento no es el único factor a tener en cuenta –la alimentación, por ejemplo, también tiene algo que decir en esto–, aunque juegue un papel primordial, como veremos.
¿Qué está pasando con nuestras manos?
De un modo algo distinto a la vez que semejante a lo que ocurre con el pie, el bienestar motriz de la mano es otro de los grandes damnificados de la vida moderna, incoherente con nuestro pasado evolutivo del movimiento.
¿Semejante por qué? Porque del potencial real de movimiento de la mano, de todas sus posibilidades motrices que durante tanto tiempo nos han acompañado y han dado lugar a la mano tal y como la conocemos hoy, le damos sentido a muy pocas. Una vez más, dejar de lado de una día para otro –evolutivamente hablando– movimientos que una parte de nuestro cuerpo espera, necesita y de los que se nutre tiene sus consecuencias.
¿Y distinto por qué? Porque, igual que el pie se ve perjudicado por la propia inactividad del sedentarismo, reforzada por la prisión que representan para los pies el uso de zapatos convencionales, las manos se sobreutilizan al recibir un tipo de estímulo motriz pobre y redundante, centrado en acciones que se caracterizan por dos factores que, combinados, resultan desastrosos para cualquier parte del cuerpo y para el cuerpo entero: especificidad y repetición.
Es decir, durante horas, días, semanas, meses y años sólo las movemos repetitivamente de una forma muy concreta según nuestra especialidad: teclear, coser, cocinar, pintar, escribir, sujetar herramientas, etc. Cada una de estas acciones cotidianas que realiza la mano la estimulan de una forma diferente, y de por sí no son perjudiciales. Lo que nos hace daño es que nos especializamos en una de ellas, por lo que la repetimos demasiado, al tiempo que no realizamos ninguna otra. Es lo que tiene vivir en una sociedad maquinista, compartimentada, una jaula de jaulas…
Desde un punto de vista algo romántico, el de un enamorado del movimiento, la mano representa el cúlmen del propio movimiento, de la evolución motora humana. No hay parte del cuerpo que más nos diferencie del resto de animales, y el progreso del ser humano en la cadena alimentaria y el dominio ecológico del planeta tiene muchísimo que ver con la versatilidad de movimientos en los que se ha visto implicada la mano a lo largo de la historia.
El potencial motriz de la mano representa el universo del movimiento en su totalidad –de ahí su complejidad anatómica locomotora y neurológica.
Y ese universo sólo cobra sentido cuando se le da sentido, sólo vive en bienestar cuando se le alimenta adecuadamente –¿evolutivamente?
En fin, en términos nutricionales la mano no está desnutrida, como están los pies. Está malnutrida.
Los 4 nutrientes esenciales del movimiento de la mano
Como decía, desnutrida no está, porque se la alimenta con uno de los nutrientes esenciales del movimiento, la precisión –que conlleva coordinación, sincronización, sensibilidad, etc.
Sin embargo, otros nutrientes esenciales no entran en nuestra dieta típica de movimiento para la mano y, evidentemente, se queja, para acabar atrofiándose, doliendo e incluso perdiendo ciertas habilidades –morir en vida.
Así, insisto, además de ese nutriente esencial que representa el trabajo de precisión, del que seguramente estamos sobre-alimentados, y hasta empachados, en otros aspectos motrices la mano sufre graves carencias. Estos nutrientes son tres más:
· Movilidad
Sin necesidad de estudiar su anatomía, si uno observa una de sus manos y trata de moverla de diversas formas, jugando, buscando límites y movimientos combinados, se dará cuenta de que sus rangos y posibilidades de movimiento son realmente amplios, extraordinarios para un segmento tan pequeño del cuerpo, si lo comparamos con otros complejos. De hecho, en muy poco espacio se reúnen y articulan 27 huesos –sin contar con radio y cúbito al otro lado de la muñeca–, gracias a la acción y soporte de innumerables músculos y ligamentos –suman más de 50.
Ahora bien, siendo sensatos, de toda esa movilidad potencial, ¿en qué recorrido solemos moverlas? Y no voy a ponerme tiquismiquis con pequeños movimientos, sino que sólo pregunto, por ejemplo, por dos esenciales, la flexión y extensión completa de la muñeca.
Por comodidad, como siempre, solemos manipular objetos y realizar “nuestras acciones específicas” con la mano neutra, tal vez tendiendo ligeramente hacia la flexión de muñeca y dedos –la forma en la que manejamos un ratón de ordenador.
Como es lógico, cuando le pedimos a la mano que se mueva eficientemente en sus extremos, o bien directamente no puede hacerlo o bien duele una barbaridad, las consecuencias de tener una mano inmóvil.
· Funcionalidad
La mano sirve para muchas cosas; hemos visto que, entre ellas, para realizar esas acciones más habituales y cotidianas, como teclear, coser, cocinar, etc., a las que podríamos añadir tocar un instrumento musical, saludarnos estrechándolas, completar con gestos nuestro lenguaje no verbal o acariciarnos.
Sin embargo, con anterioridad a todas estas acciones más complejas, precisas y evolutivamente recientes, la mano ha tenido dos funciones primordiales en nuestra historia y la de nuestros antepasados comunes, como mínimo desde hace unos cinco millones de años: el apoyo y la presa.
Por un lado, la vida cerca del suelo –a la que dedico un capítulo completo en Locomoción Natural– implicó un desarrollo especial de la mano –y el antebrazo– en sus posibilidades de extensión, provocado por la necesidad de apoyarse constantemente en el suelo. Actualmente, muchos son los que no soportan ni cinco segundos de ese apoyo, cuando las muñecas empiezan a doler ante la mínima (com)presión.
Y por otro lado, la vida en los árboles nos obligó a ser buenos trepadores, lo que requirió de capacidades prensiles más que notables, es decir, poder sujetarnos, apresar, con la mano y la muñeca en flexión. Hoy día, ¿cuánto tiempo aguantamos simplemente colgados de una barra o una espaldera? ¿Y qué nos pasa cuando tratamos de sujetar un objeto un tanto pesado, y más si tiene una forma poco ergonómica?
Por cierto, apunto, ahora que se ha puesto tan de moda, que esto no se soluciona cargando troncos de arriba a abajo, como si nuestros antepasados fueran cada día de aquí para allá con un árbol a cuestas…
· Intensidad
Algunos dirán “perdona, Rober, pero mis manos se mueven estupendamente en flexión y extensión”. Puede ser, aunque tengo mis dudas, porque todavía nos falta otro factor a tener en cuenta, otro nutriente de movimiento para poder asegurar que “nos movemos estupendamente”, la intensidad del movimiento.
Precisamente, la mayoría de movimientos de precisión que solemos realizar cotidianamente tienen algo en común: implican una manipulación de un objeto externo y un esfuerzo liviano.
Y precisamente, la movilidad y las funciones inherentes a nuestra naturaleza evolutiva que acabamos de repasar y que hemos dejado de lado tienen algo en común: implican la “manipulación” o el manejo de nuestro propio peso corporal y un esfuerzo notable.
Todos los nutrientes en el mismo plato
El quid de la cuestión se resume en una palabra: FUERZA.
Y fuerza, una vez más, no sólo se refiere a cuánto peso podemos sujetar y cargar en el gimnasio –barras y mancuernas diseñadas para ser cogidas– o lo fuerte que podemos apretar la mano cuando nos saludamos.
En el caso de la mano, fuerza significa ser capaz de realizar un movimiento de manera intensa, eficaz, estable y segura en cualquier punto de su rango de movimiento, también sus limites fisiológicos.
Justo ahí es donde falla nuestra dieta mecánica, nuestra nutrición de movimiento de la mano.
A nuestras manos les hace falta moverse en rangos amplios, realizando sus funciones naturales de apoyo y presa, y de forma especialmente intensa, como mínimo soportando nuestro propio peso corporal.
¿No lo haces? Manos débiles y deprimidas.
¿Lo haces? Manos fuertes y felices.
Así de simple.
Por todos estos motivos, tres de los diez centros de atención del Proyecto Re-movimiento se concentran en la coherencia evolutiva y el sentido existencial motriz de nuestras manos:
· El segundo, redescubrir y estimular las manos.
· El quinto, apoyarse sobre brazos y manos.
· Y el séptimo, colgarse de brazos y manos.
Pronto, con más movimiento, le pondremos solución a nuestra “malnutrición manual”.
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