Revista Pareja

Los amores indecisos

Por Cristina Lago @CrisMalago

hombre invisible 2

La libertad de elección es la madre de los no sé. No sé si estudio o trabajo. No sé si vivo o sobrevivo. No sé si me quedo en la zona de confort o me doy el piñazo saliendo de ella. No sé si amo a esta persona o si sólo la necesito. Mil caminos, mil posibilidades. ¿Conclusión? Empieza la invasión de los indecisos vivientes.

Hay una famosa anécdota de origen desconocido, que cuenta cómo un periodista pregunta a una anciana pareja: ¿Cómo se las arreglaron para estar 65 años juntos?. La respuesta fue: Nacimos en un tiempo en el que, cuando algo se rompía, se arreglaba, no se tiraba a la basura?.

Se le olvidó puntualizar que en este tiempo, tampoco había ninguna otra opción.

A más opciones, más posibilidades. No significa que exista una problemática mayor que la que había antiguamente – no hay más que leer a Shakespeare, por ejemplo, para comprender que las pasiones humanas siguen siendo las mismas – sino que hemos entrado a una época en la que es posible seguir caminos no marcados por el imperativo social. Hay, como siempre, quienes preferirían que existiesen unas pautas y normas de vida concretas, inamovibles y cuasi obligatorias para todo el mundo, pero en líneas generales, hemos empezado a aprender que cada persona es distinta y su recorrido vital no puede estar prediseñado más que por sí mismo.

George Bernard Shaw afirmaba que la libertad era responsabilidad y que era por esta razón, por la cual los hombres la temían.

La discusión de la libertad, no es tanto acerca de la libertad misma, como del hecho de que somos libres mucho antes de ser responsables y en el trayecto de adquirir esta última lección, vamos dando tumbos, a veces en línea recta, a veces descarrilando y nos encontramos más de una vez con el dolor y la indecisión, creando, asimismo, más dolor y más indecisión a nuestro paso.

La responsabilidad y el compromiso forman parte de un aprendizaje y no competen sólo a la pareja, sino a una manera de vivir. Difícilmente uno se puede comprometer con una relación al 100% si no tiene claro quién es, ni qué quiere de su vida y este es un proceso que no viene dado, sino que empieza por un cúmulo de ensayos, aciertos y errores. Aun así, lo primero que aprendemos de todo esto no es lo que queremos: sino lo que no queremos y esto a base de pagarlo muchas veces con sangre, sudor y muchas, muchísimas lágrimas.

En el terreno del amor, los amores indecisos no son más que un reflejo de lo que está pasando a nivel general con el resto de nuestras vidas y con la sociedad que nos rodea, a quien no interesa la libertad responsable, sino que existan tantas opciones como capital emocional, personal o económico para canjearlas por deseos efímeros que pronto dejan lugar para nuevas pompas de jabón con la forma exacta de la insatisfacción perpetua. ¿Cómo no confundirse si siempre hay algo más; algo más nuevo; algo mejor?

La verdadera trampa de los indecisos no es tanto su indecisión, sino la nuestra. El problema no es que una pareja, ex pareja o proyecto de pareja, aparezca y desaparezca de nuestras vidas, que nos confunda, que necesite estar con diez personas más, que sólo se comunique cuando le conviene y que no muestre un interés real, palpable, constante y coherente. El problema es que toda la energía que deberíamos enfocar en saber que no queremos nada de esto en nuestra vida, está desperdiciada en justificar todas estas actitudes externas que no nos gustan, ni nos hacen sentir bien.

Si decimos: quiero una relación normal con alguien que sepa lo que quiere. Y sin embargo, aceptamos a quien no lo hace, son nuestros hechos quienes hablan por nosotros. Puede que quisíéramos merecer una relación mejor, pero hay algo en nosotros que cree no merecerlo y acepta estas medianías que se van llevando, gramo a gramo, todo el peso de nuestra ya mermada autestima. Aunque en cambio, algunas veces, dejan un despertar mucho más valioso que la propia relación.

Nos encontraremos con muchas personas en esta vida que no saben lo que quieren (incluso nos pasará a nosotros, más de una vez). Pero averiguar lo que uno quiere es un trabajo personal en el que es preciso ser consciente y estar preparado: llegará a su tiempo, no a base de negociaciones, insistencias o paciencias ajenas.

Quien no sabe lo que quiere, nada quiere realmente, pues ve a los demás como proveedores de servicios: hoy necesito cariño, llamo a mi ex. Hoy quiero sexo, llamo a este chico o chica que siempre están dispuestos. Hoy quiero que me inflen el ego a tope, llamo a algún pretendiente para que me dore la píldora un rato. Quien ve a los demás como objetos para su uso, a sí mismo, se considera, de la misma manera, un objeto para el uso ajeno y por ello, no puede comprender su dolor, sus expectativas o su decepción. La mejor manera de ayudar a una persona que no sabe lo que quiere, es quererla (y quererse) lo suficiente como para dejarla ir para que lo investigue…y si algún día se entera, ya sabe dónde encontrarnos.

En este colegio pueril, enloquecido, apasionante y extraño que a veces es la vida, nos toca educarnos los unos a los otros, no con nuestras palabras, sino con nuestras acciones y elecciones. Si vives un amor indeciso, que no sabe lo que quiere, actúa según lo que quieras tú, que sí lo sabes. ¿O no?


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