Novela río, de las clásicas clásicas. Nobel para Thomas Mann. A priori iba a ser demasiado para mí: casonas de veinte habitaciones en una ciudad mediana y preocupaciones de prestigio social, de prosperidad comercial y de casar bien a las hijas casaderas. Levitas, servicio, tenacillas para el bigote. Nada auguraba el éxito de la empresa, y menos siendo taaaaan larga y siendo servidor de leer en la cama.
Sorprendentemente moderna para ser de recién llegado el siglo XX. He acabado yendo todos los días a leer el capítulo de los Buddenbrook, como si fuera una serie de Netflix. Su estructura ayuda a mi lectura noctámbula, porque son capítulos cortos que suelen comenzar y acabar un episodio familiar.
Poco a poco la precisa y elegante manera de escribir de Thomas Mann va enganchando, de modo que en los capítulos más largos comienzas a sumergirte y acabas -dicho in vulgari modo- disfrutando como un enano: cuando, ya en el último tercio del libro, Hanno (Johan) descubre su pasión por la música, la descripción de los comportamientos, de los sentimimientos y hasta el concierto es cercana a lo perfecto.
Da para varias temporadas. Léase con mantita y , si es posible, al calor del fuego.