Los edificios tienen unas etapas vitales muy parecidas a las de las personas. Nacen sin estar completamente desarrollados, crecen, maduran (algunos degeneran) y, al final, mueren. La única diferencia consiste en la duración de estas etapas, tanto diferencialmente entre tipologías (no son lo mismo los primeros momentos de una vivienda que los de un aeropuerto) como respecto a las personas.
Las publicaciones de edificios se parecen mucho a los anuncios de Prenatal: sólo retratan bebés. A veces se dedican, incluso, a las ecografías, retratando edificios maduros. Casi nunca se atreven con edificios maduros, que puedan llevar diez, quince o veinte años funcionando. Y, desengañémonos: un edificio de quince o veinte años es nuevo. Eso sí: se habrá desvirgado, y los precintos, los revestimientos inocuos, la pátina de limpieza superficial, esos primeros brillos, habrán desaparecido. Esto es, pero, falaz y ridículo: siempre resulta más provechoso y placentero hablar con una mujer (o chica) de cuarenta años que con una niña de seis. Por mucho que la segunda sea, casi siempre, más fresca y divertida.
En su libro “Mateo Atlas”, Josep Lluís Mateo publicaba, de un modo muy precario, con muy pocas fotos, el bebé de sus primeras viviendas en Sant Cugat. Hoy los publico cuando han llegado a una madurez agradable, que muestra no tan sólo su éxito absoluto, sino también su interpretación del emplazamiento (no me atrevo a llamarlo barrio como no sea para aclararnos sin confundir terminologías), hasta el extremo de fijar el modelo no seguido al que todo el resto de unidades de promoción vecinas deberían haber tendido.
Estas viviendas tienen como principal virtud el haber estado construidas con atención, con ambición, con cariño. Mateo no se limita a explotar un estereotipo cansino, probado mil veces, repetido como un mantra hasta vaciarlo de contenido, hasta mediocrizarlo, aplanarlo de virtudes y errores bajo un telón gris rata de cansancio.
Las viviendas están en el barrio (¿?) de la Torre Blanca, que nació con voluntad de identidad propia, casi de ser un segundo centro de la ciudad. Consiste en una franja de terreno larga y estrecha de unos doscientos metros de ancho por kilómetro y medio de largo, que fue subdividida en unas ocho macroislas más una banda central de equipamientos, dispuestas (las macroislas) entre la rambla Ribatallada y una calle de nueva creación, la avenida del Pla del Vinyet.
Una cuarta parte del barrio se ha dedicado a viviendas sociales. El resto se destina a viviendas de precio libre. Casualmente, la isla central de equipamientos (los usos del barrio están estrictamente zonificados hasta un extremo casi obsesivo) se sitúa en posición asimétrica respecto del tejido urbano para separar las viviendas sociales del resto. Bien, no todas: negociaciones de última hora dejaron unos cuantos descolgados. El zoning parte en tres el barrio: las viviendas sociales, más cerca del centro del pueblo, los equipamientos (un mercado y unas oficinas, obviamente en edificios separados, con bajos comerciales) y las viviendas de precio libre descolgadas al extremo más alejado, confiadas al coche, buscando una cierta tranquilidad suburbana hecha a medida de los que no puedan pagarse el sueño de la casita y el huertecito-donde-no-se-planta-nada. Las viviendas de Mateo están en la última manzana de la zona, en el extremo más alejado del pueblo, sobre la rambla Ribatallada.
Las unidades de promoción son del tamaño de media manzana, o de un cuarto donde éstas se reparcelaron. Nuestras viviendas ocupan una unidad entera, agrupadas en torno de la tópica zona comunitaria. La orientación sur es aproximadamente paralela a uno de los lados largos de la manzana. El complejo se organiza más en función del sol que de esta zona comunitaria, usada más como lugar de relax visual que como punto de encuentro. Promotores y vecinos querían esta zona, como cualquier otra no tan sólo de la Torre Blanca sino de cualquier punto de Sant Cugat) cerrada a cal y canto. En torno suyo se disponen tres edificios, organizados internamente en dos viviendas por rellano, el superior de los cuales se orienta a la calle, dando la espalda al espacio central. La distribución interior parte los edificios longitudinalmente en un delante (correspondiente a la zona de día) y un detrás (las habitaciones). Lo que los arquitectos solemos nombrar como distribución convencional, vaya.
unidad de promoción de cuarto de manzana sobre un pasaje.
La organización urbanística del complejo fue dictada, con toda seguridad, por una normativa que tira a muy mal hecha. La organización interna de las viviendas la dictó lo que el mercado sabe vender.
La manera que tenemos de usar una vivienda cambia a lo largo de nuestra vida. Cambia, también, en función de la tecnología: la tele primero (robando el lugar de la chimenea), el ordenador luego, individualizando el consumo de audiovisuales. Si algún día se inventa una lavadora secadora absolutamente silenciosa, sin vibraciones y bonita, ésta podría estar en el comedor o en un dormitorio tranquilamente. No existiría el lavadero.
Huelga decir que muy poca gente se atreve a comprar la vivienda que necesita: más bien compran la que saben que podrán vender, es decir, estarcocinaofficedormitoriosuitehavitaciónmedianahabitaciónpequeña. Es decir, zona de día y zona de noche. Hay familias, o grupos de individuos que conviven en un piso, que no necesitan estar: cada habitación tiene su televisión, y nunca se hace vida en común en torno a un sofá, sólo en la mesa del comedor. Otros, al contrario, no lo necesitan. Comen en la cocina, o fuera, y hacen las celebraciones familiares en segundas residencias o lugares alquilados. Los hay que duermen en el sofá. Y, cada vez más, hay usos no convencionales para las vivinedas: parejas rotas que no pueden permitirse una separación física, dos parejas viviendo juntas, compañeros de piso, pisos compartidos por estudiantes, por trabajadores, etcétera.
Aceptado esto, la manera como Mateo distribuye sus viviendas está muy bien resuelta: la profesionalidad es marca de la casa. Las terrazas son útiles, como un segundo estar. La cocina funciona. Las habitaciones son espaciosas, y la manera de moverse por el interior de la vivienda está muy bien estudiada. Las piezas encajan. Hay una buena economía de medios. Funciona.
Mateo aprovechará el escaso margen que los condicionantes económico-culturales y las normativas darán al proyecto, y los llevará a sus límites. Creará un complejo de edificios elegante, adaptado al lenguaje de la arquitectura sin concesiones, con autonomía formal, con respeto, con sensibilidad para con su entorno. Aprovechará su habilidad como diseñador para, modificando tan sólo pequeñas cosas, enchufar su edificio al barrio de un modo que ha establecido el canon (inalcanzable) para todo el resto de los edificios. La forma de la implantación, con las esquinas abiertas (quiero pensarlas obligatorias, por el sólo hecho que en todo el barrio no hay ni una sola cerrada) obliga a efectuar la entrada a los aparcamientos por las esquinas. En otras promociones esto ha dado unas rampas feas, parecidas a trincheras, envueltas de muros absurdos, y lo que es peor, con una nula atención a los peatones (expulsados de estas zonas comunes que podrían ser útiles al barrio): los arquitectos que las han realizado parecen imbuidos del mismo horror vacui que impulsa a cualquier niño de cuatro años a dibujar y sobredibujar obsesivamente la hoja de papel en blanco que le pones delante, como si quisiese matar cualquier espacio blanco. De este modo, los arquitectos tienden a llenar por llenar, estas parcelas, sin pensar. Sin saber que hay espacios que, incluso en términos de confortabilidad de sus habitantes, o de rentabilidad, pueden ser dados a la ciudad.
Resumiendo: Mateo vaciará sus esquinas, aplanará el terreno, y todo para que las entradas de sus aparcamientos tengan el mínimo pendiente posible (aprovechando, para esto, que la Torre Blanca no es plana, y disponiendo la promoción escalonada, prescindiendo de una planta baja global al mismo nivel), y dejando a los peatones moverse libremente por el lugar, negociando su paso con los coches, ya que el tráfico de entrada y salida de los aparcamientos es bajísimo. Ventaja adicional: un buen lugar para carga y descarga (doy que bien aprovechado por los vecinos) y una entrada representativa que identifica estas viviendas y las individualiza de sus vecinas. Detalle de calidad: al edificio sur (situado a cota más alta que el resto) la rampa del aparcamiento debe de rondar el ocho o nueve por ciento de pendiente. Peligro de trinchera resuelto inclinando unos pocos grados el muro de contención que forma la rampa, y separando un metro y poco su coronación. El espacio se abre maravillosamente.
esquina de Mateo comparada con dos esquinas más del barrio.
En el espacio interior, tres cuartos de lo mismo: el talento de Mateo sirve para aplanar el lugar. Sacar cosas en lugar de ponerlas. Aclarar paisajes, ordenar. Apelar en el sentido cívico de los vecinos para que aprendan a moverse por allí. Si no se sobrenormativiza no se sobreconstruye. Así de fácil.
Cada uno de los tres edificios del complejo va a tocar el suelo de un modo distinto, y todos ellos presentan una planta baja con características propias. La del edificio sur (salas de estar buscando el sol y volcadas sobre la calle) está ligeramente sobreelevada para privatizar y dar un poco más de medida a las terrazas inferiores. El grente a la calle, avanzado unos metros respecto del plano de fachada, es muy masivo: bloque de hormigón oscuro, basto, cutre, coronado y controlado por unas cerrajerías diseñadas con habilidad. El edificio este-oeste hará tres cuartos de lo mismo, con las porterías elevadas y otro diseño: el mismo material y la misma valla queda retrasada treinta centímetros respecto del plano de fachada y se reviste con una capa espesa de enredaderas. Las terrazas tendrán una relación más compleja con las viviendas, por dar esta a la parte trasera, correspondiente con la zona de noche.
En el edificio sobre la rambla de Ribatallada, la planta que contiene las viviendas ha pasado a ser la primera. Mateo dispone el aparcamiento en superficie, sin excavación, y la relación con la calle se hace disponiendo las porterías, sobredimensionadas y sensiblemente paralelas a la fachada, y más enredaderas sobre el muro del aparcamiento. Esto constituye un zócalo que sirve de estructura a las terrazas superiores, que tienen idéntica relación con las viviendas que las del edificio este-oeste.
El diseño del edificio sigue a rajatabla el vocabulario habitual de Mateo, que, des de hace pocos años, ha evolucionado sin rupturas adaptándose a otros métodos constructivos, a otros países y a otros presupuestos. En la Torre Blanca, el arquitecto emplea sin complejos una fachada cerámica ventilada, con unas ventanas convencionales de buena medida, bien puestos. Donde hay las cajas de escalera y los lavaderos aparecen unas celosías de ladrillo, del mismo ladrillo de fachada, como se hace, también, en los edificios modernistas. Ocasionalmente ventanas corridas (en los lavaderos), como ranuras muy apaisadas como franjas de luz, pequeñas, hechas con un dintel prefabricado que se deja visto.
Durante años, en España se ha construido más que en Inglaterra, Francia y Alemania juntas. No somos, no obstante, un país de paletas o constructores. Más bien somos un país de promotores dedicados a especular con el único bien gratuito que ofrece nuestro país: el suelo.
Resumiendo: nuestra industria de la construcción da pena. Cuando hay oportunidad, Mateo usa sistema de muros portantes para construir vivienda. Así lo hace en París. Así lo ha hecho en Holanda, y así lo logró, todavía no sé cómo, en un edificio de viviendas muy interesante en Torelló. Así hubiese construido, de haber ganado el concurso (tenía, de largo, la propuesta más interesante de todas) la torre Maag, en Zürich, Suiza. En las viviendas de Sant Cugat, Mateo chocó, probablemente, contra un muro en forma de promotor y constructor. Las esquinas, liberadas de su papel estructural, son tratadas con mucho cuidado. Las ventanas quedan violentamente desplazadas al extremo, hasta perder una de las jambas. Sólo giran las partes macizas de la fachada. En las ventanas sur, las barandillas de los balcones (que forman una auténtica segunda piel de vidrio que forma una de las imágenes características de estas viviendas) son tratadas en las esquinas igual: cortadas sin girar.
La Torre Blanca es, ahora que está totalmente construida, uno de los ejemplos más claros de arquitectura pre-crisis. Y, si nos despistamos, de cómo va a ser la post-: un ejemplo paradigmático del “coge el dinero y corre” practicado de manera simultánea por arquitectos, promotores, constructores y muchos habitantes que vendieron y revendieron sus viviendas tres y cuatro veces antes de ocuparlas, erigiéndose en intermediarios.
Mateo, en medio de este panorama, da una lección no ya de dignidad sino de profesionalidad, de trabajo bien hecho sin despeinarse, sin tan sólo cuestionar que puedan haber otros modos de hacer las cosas, y responde, cumple y saca los colores a unos vecinos más ocupados en buscar buenas excusas retóricas por haber fallado que en gastar un diez por ciento de estas energías en dar un mínimo de dignidad a sus edificios.
corolario: una segunda unidad de promoción (de un cuarto de manzana) desarrollada por Mateo y su equipo, cerca de la primera, con la misma profesionalidad.