Revista Cine

Los hombres que no tenían ideas nuevas

Publicado el 02 abril 2012 por Josep2010

Los hombres que no tenían ideas nuevas

Ha sido un fenómeno literario -o quizás únicamente social y/o mercantil- la trilogía escrita por el escritor Stieg Larsson que, fallecido de un inesperado infarto, no llegó ni siquiera a imaginar el tremendo éxito de la llamada trilogía Millenium, publicada post-mortem en los años 2055, 2006 y 2007 y que ha originado dos traslaciones al cine: la primera en su Suecia nativa y la segunda en la industria hollywoodiense que parece haber enloquecido de pasión milenaria y ha encargado a David Fincher que dirija tres películas en las que se versionan a la pantalla las tres novelas.
He de reconocer que, a pesar de disponer del primer título de la saga, traducido en España como Los hombres que no amaban a las mujeres, aún no ha llegado el momento en que me sienta inclinado a dedicarle el largo tiempo que requiere la lectura de casi seiscientas páginas: soy un lector lento y me gusta repasar párrafos -siempre que me deleiten- y desde siempre he preferido las piezas más breves a las extensas y si además vienen acompañadas de mercadotecnia demasiado ruidosa me entra el pánico y la estantería se convierte casi que en lugar de archivo definitivo. No se trata de una mala excusa si no de la definición de una postura y bien que siento no poder dedicar ni una línea a la pieza original escrita.
Los hombres que no tenían ideas nuevasPero sí he visto recientemente la película dirigida por Fincher y vista que fue, decidí agenciarme el dvd de su homóloga sueca para no hacer el ridículo, porque una cosa es dedicar varios días a leer un tocho y otra desatender la posibilidad de comparar mediante un vistazo de dos horas y media. Un tiempo de metraje excesivo que comparten ambas películas, siendo la de Fincher incluso seis minutos más larga: si en 2009 algunos dijeron que el metraje era un defecto, habrá que buscar ahora críticas de la misma fuente para comparar.
Los guiones de ambas películas se parecen como gotas de lluvia, no en vano beben de la misma fuente literaria, casi que calcándola, es un suponer: por lo menos, el guión de la versión estadounidense es casi que un plagio de la versión sueca: Un periodista que acaba de recibir un rapapolvo judicial por haberse dedicado a investigar a un personaje público sin haber tomado las debidas precauciones documentales es contratado por un potentado que vive en una gélida isla con el objetivo de averiguar qué pasó a una sobrina suya décadas atrás; el periodista acabará por recabar la colaboración de una extraña joven, una inadaptada social que teóricamente es una hacker muy espabilada, consiguiendo resolver una intriga familiar que comportará también dilucidar sangrientos asesinatos de jóvenes mujeres a lo largo de muchos lustros.
Los hombres que no tenían ideas nuevasLa película de Fincher cuenta con unos intérpretes muy populares gracias a sus intervenciones en películas pertenecientes a la industria hollywoodiense, pero lo cierto es que no pueden causar envidia alguna -más allá de sus emolumentos- a quienes se ocuparon de trabajar a las órdenes del danés Niels Arden Oplev que ya en 2009, dos años antes que Fincher, dirigió la primera película basada en la primera novela.
La principal diferencia va a ser la económica, porque mientras que Arden se dedica a filmar con tonos principalmente gélidos las acciones de sus personajes, con un ajustado presupuesto de trece millones de dólares obtiene unas ventas de ciento cuatro millones, y el amigo Fincher, contando con un presupuesto de entre noventa y cien millones de dólares, hasta el momento, con una mejor publicidad y distribución, lleva recaudados únicamente ciento dos millones de dólares, o sea, que está francamente muy por debajo de las expectativas, de lo que me alegro muy sinceramente.
Porque estamos ante un caso que no sabría si adjetivas como de estupidez, de engreimiento, de soberbia, o, quizás más simple, de imposibilidad de trabajar en algo original. Que el admiradísimo Fincher -por algunos, no por mí: debo ser el único al que Zodiac le pareció un latazo con muchos metros a cortar- se dedique a copiar una película europea distribuida apenas dos años antes me parece una sinrazón como me pareció que en su momento Scorsese dedicara su tiempo, antes tan apreciado, a remedar con Infiltrados un reciente éxito de cine asiático, aunque he de admitir que, por lo menos, la película de Fincher está bien filmada, es bastante entretenida a pesar que le siguen sobrando metros y la de Scorsese era sensiblemente inferior a la original.
Porque Fincher prácticamente repite sin aportar nada nuevo, lo que ya muchos vieron hace dos años. No hay excusa para perpetrar un refrito semejante, para demostrar una falta de vergüenza artística tan grande; saber además que están rodando las otras dos películas, que aparecerán este año y el que viene, es una cuestión que, si lo cuentan antes, nadie lo hubiera tomado en serio. Máxime cuando, por lo menos, la primera película, la que dirigió Arden, no cede artísticamente en nada y, además, se hizo con muchísimo menos dinero: vaya castaña comercial ha resultado el reputadísimo Fincher, contando con que en los USA su película ha gozado de una distribución que la europea ni en sueños tuvo.
Si tomamos en consideración el mundo televisivo desde los países nórdicos otras han sido imitadas por los estadounidenses, como Forbrydelsen que originó The Killing y no es más que un ejemplo de una conducta cada vez más extendida en el mundo audiovisual estadounidense que intenta fagocitar cualquier idea válida sin importarle un ardite remachar un clavo que todavía está caliente por su último martillazo allende los mares.
Que luego pretendan colarnos semejante producto ya raya en insensatez y desmesurada soberbia como dando a entender que el paso por su tamiz particular, que el simple añadido de un supuesto marchamo de calidad -que no es tal, que el pescado está muy caro- que le otorga la firma de gentes populares y famosas gracias a la mercadotecnia es suficiente motivo para suponer que se crea un interés por un producto que, en realidad, demuestra que hay una alarmante falta de ideas en la industria audiovisual estadounidense, cada día que pasa más propicia a mirarse complaciente el ombligo y olvidando que un día fue crisol de gentes llegadas de la vieja Europa que aportaron cultura, ideas y ganas de avanzar, además de obtener beneficios.
Si David O. Selznick levantara cabeza, no dejaría títere con la suya puesta.

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