La novela distópica, retrato de una sociedad controlada en extremo tras un colapso energético y ambiental, está más de moda que nunca. La responsable es la exitosa saga Los juegos del hambre, aunque la preocupación generada por la situación mundial también ha aportado su granito de arena.
Vivimos una crisis global, financiera, de acceso al agua y alimentaria, donde las energías baratas ven su fin cercano. El planeta sufre un agotamiento sin precedentes y el cambio climático es una realidad. Para el premio Nobel de Economía Paul Krugman la solución a esta debacle económica sería una invasión alienígena, algo que parece salido de Future Shocks, de Alan Moore.
Cada vez hay más en menos manos. 'Somos el 99%' (frente al uno por ciento que acumula la riqueza mundial), reza el lema de Occupy Wall Street, elegido por los filólogos ingleses como la gran aportación lingüística del año. 900 millones de personas no tienen acceso a agua potable y 1.800 al saneamiento, y los expertos nos advierten de que la próxima gran guerra de este siglo se librará por el control del agua potable y de los alimentos.
Distopía en la paz, utopía en la guerra
Por eso no resulta extraño el boom de la novela distópica. Desde la década de los 60, tras la publicación de La naranja mecánica, no se veía algo así. Antes de la caída de las Torres Gemelas el interés por este género era de los más bajos del siglo. Pero tras los atentados no ha dejado de crecer. Curiosamente los otros picos históricos coinciden con periodos prebélicos de gran incertidumbre económica y fragilidad democrática, como los años 20 y 40, así como la década comprendida entre los 50 y los 60 con el inicio de la Guerra Fría y la división 'a cuchillo' del mundo en dos bloques. En medio de una guerra la gente se abona a la utopía y sueña con finales felices, pero en el preludio triunfa la distopía.
Si en la primera hornada distópica las tramas giraban en torno a los grandes acontecimientos acaecidos entre 1939 y 1960 y sus consecuencias (control y falta de libertad), en la segunda (1960-05) lo hacen sobre la identidad política y la preocupación por el medio ambiente. La gran novedad de la tercera oleada radica en añadir el romance y captar a la mujer como lectora. Y quizás por eso Los juegos del hambre se haya convertido en la distopía más popular del siglo, solo superada por 1984. Eso y otro factor clave: la incorporación de los jóvenes al género. ¿Por qué? Simple: para la mayoría de los adolecentes no es un futuro del que ser advertidos, sino la realidad en la que viven.
Frente a los vampiros descafeinados de la saga Crepúsculo se impone un escenario más incierto, más oscuro, más inquietante. Y más reconocible. Con las democracias europeas a merced de los denominados 'mercados', la sensación cada vez más fuerte de que no son los políticos electos quienes toman las decisiones, el modelo del Estado de Bienestar contra las cuerdas y una tendencia vital cada vez más geek, la distopía se percibe como algo muy cercano.
Conflictos armados, niños soldado y hambre
Los juegos del hambre es un buen recurso para abordar temas complejos con los adolescentes. Como los conflictos armados y la participación de menores en ellos. Katniss Everdeen y sus compañeros, obligados a sobrevivir matando, son la metáfora de los niños soldado. A pesar de las mejoras alcanzadas, el informe mundial de 2008 de The Coalition to Stop Child Soldiers reconocía que 24 países contaban con menores en sus ejércitos o fuerzas irregulares, muchas veces reclutados de forma forzosa. En el caso de las niñas lo son mediante violencia sexual sistemática. También representan el germen de un movimiento de liberación nacional, propio de los procesos de descolonización como los que se produjeron en Asia y África tras la IGM.
O el que da título a la trilogía, el hambre. Según la FAO, los países industrializados y emergentes tiran 222 millones de toneladas de comida, que es la producción agrícola neta de África subsahariana. En el Sahel la tercera crisis alimentaria de la década amenaza la vida de millones de personas (en su mayoría niños) en diez países. Mientras, los fondos de alto riesgo juegan a la especulación alimentaria (además de a la financiera) acaparando toneladas de alimentos para encarecer su precio en el mercado, algo que sobre todo afecta a los países pobres. Imaginemos una hambruna y al Programa Mundial de Alimentos de la ONU comprando trigo por las nubes…
Un tercio de los ingresos de Goldman and Sachs procede de este sector. Por eso Oxfam America ha hecho coincidir con el estreno de la película de Los juegos del hambre en Estados Unidos su campaña 'El hambre no es un juego'.
Muchos padres se sorprenden del interés que ha despertado en sus hijos una historia tan oscura y en apariencia tan descorazonadora. Kay Sambell en su ensayo Utopian and Dystopian Writing for Children and Young Adults destaca que en las distopías juveniles 'hay una reticencia mayor a eliminar toda esperanza', mientras que en las adultas 'el fracaso del protagonista es un elemento fundamental'. Para Sambell esta solución no tiene por qué ser la más correcta. 'Se equivocan cuando se trata de dar una moraleja. Nuestros errores e ilusiones pueden conducirnos a la catástrofe, pero (como suele pasar en las novelas distópicas infantiles) puede surgir de las ruinas una nueva y mejor forma de vida. ¿Sería entonces el Apocalipsis una cosa tan mala?'.