Compatibilidad: dícese de aquella característica esencial para el funcionamiento de una pareja que es la primera que tendemos a ignorar olímpicamente cuando nos enamoramos.
Siempre nos han dicho que amar significa aceptar al otro tal y como es. ¿Una frase hecha? A la hora de la verdad, la mayoría de las personas confunden aceptar con soportar o poner límites con intolerancia. ¿Dónde está el término medio?.
En una consulta reciente, una chica me preguntaba si era normal que su pareja desapareciese durante días y sólo la llamase los fines de semana para quedar. Mi respuesta fue otra pregunta: ¿Cómo te sientes tú?.
Me contestó: “Me siento insegura, ignorada, confusa y nerviosa. Me cuesta concentrarme y estoy todo el día dándole vueltas”
Le respondí: “Entonces no es normal”
A lo que adujo que en las relaciones de pareja era necesario adaptarse al otro, no ser tan exigente. Que había que hacer concesiones, que cada persona era diferente.
Al escuchar estas palabras, tuve una sensación de déjà-vu. Años atrás, yo también había enarbolado la bandera de la aceptación incondicional, casi heroica, en relaciones que consistían básicamente en no hablar las cosas, comerme sistemáticamente la cabeza y menospreciar mis emociones. ¿El resultado? Amores disfuncionales, en los que sufría más de lo que disfrutaba y en los que le otorgaba a la otra persona más derecho a ser, a existir y a manifestarse del que me lo daba a mí misma.
Sus emociones siempre eran importantes. Las mías, no.
Me costó tiempo aprender que aceptar a alguien tal y como es no significa darle carta blanca para que haga y deshaga a su antojo con nuestras vidas o con nuestros sentimientos. Significa respetar lo que siente y haga; considerarlo tan humano y falible como a uno mismo. No esperar que sea perfecto o perfecta, ni que actúe siempre como a nosotros nos gustaría. Asumir sus errores y no considerarlos como una ofensa personal. Y también significa dialogar, acordar y negociar porque ambas personas son igualmente importantes. Y por último, alejarse cuando lo que quiere y siente esa persona no es compatible con lo que queremos y sentimos nosotros.
Porque de lo contrario, no sólo producimos una relación insatisfactoria en la que uno domina y el otro se somete, sino una dependencia tóxica cuya traducción literal viene a ser: prefiero estar mal acompañado/a que solo, así que trago con lo que sea.
Una perfecta receta para el desastre.
Si perteneces a la cofradía de la aceptación sin límites y estás harto/a de que todas tus relaciones sigan el mismo patrón, empieza a hacer caso a tu intuición y a tus emociones. Si cedes en cosas que te causan daño por miedo a que la otra persona piense mal de ti, o deje de amarte, lo que único que lograrás seguro es enfermarte, física o emocionalmente, por ir constantemente en contra de lo tú eres.
Las buenas relaciones se construyen en base a la amistad con un ser afín con quien puedas expresarte tal cual eres, sin miedo, sin ir pisando huevos, sin reparos. Sin amistad, la relación acaba por ser algo estancado en el que tenemos la sensación de dar vueltas en círculo cometiendo constantemente los mismos errores y convirtiendo al otro en un enemigo que agrede nuestras emociones sin ni siquiera ser consciente de ello. Amo y esclavo pueden roles divertidos para algún juego erótico. Y ya.
No comerciemos con nuestra autoestima. Una buena relación de pareja requiere adaptarse, no romperse.