Artículo de la Lic. en Psicología Valeria Reyno
Hemos conversado sobre el establecimiento de rutinas como fundamental para lograr la regulación afectiva; y hoy queremos abordar otro concepto muy importante al respecto: LA PUESTA DE LÍMITES.
¿De qué se trata?
Muchos papás y mamás tiemblan cuando deben poner límites, pero luego que entendemos qué son, para qué sirven y cómo los establecemos, verán que es más sencillo.
No existe una sola manera de establecer límites a un niño/a, debemos considerar la edad y sus propias características; y se deberá ser creativo buscando estrategias diferentes para cada niño/a, si bien hay reglas generales a las que podemos recurrir.
Debemos tener en cuenta que, aunque los límites son necesarios, los niño/as no lo saben, entonces intentan transgredirlos. Estos intentos son normales y son una forma de conocerse y conocer a los adultos. Con el tiempo irán aprendiendo a respetarlos. Pero si los límites son confusos o escasos genera mucha ansiedad e inseguridad. En estos casos los niño/as se portan mal como una forma de reclamar que el adulto lo ayude a limitarse.
Los límites cumplen la función de diferenciar, separar, decir hasta dónde, por qué y para qué, qué hacer o no hacer; y también son un sostén que contiene. Nos enseñan no solamente cómo debemos comportarnos, sino que nos protegen y nos enseñan cómo cuidarnos.
Cuando somos bebés los límites permiten ir construyendo un espacio psíquico, hasta dónde llega el bebé y dónde empiezan los otros. En este sentido juega un rol importante que llamemos al pequeño por su nombre, y que vaya diferenciando personas y sus roles (ej: mamá, papá, tía, abuelo, etc.). También es importante que a la creación de este espacio psíquico lo acompañe e impulse el espacio físico: que el bebé tenga su cama, su cuarto, que haya distintos espacios para distintas actividades. Cuando un niño/a dice “esto es mío” y habla en primera persona, nos muestra que va construyendo su identidad y conociendo su espacio psíquico.
A su vez, los límites son otros de los “frenos” que debe adquirir nuestro sistema nervioso, son los que tienen que ver con el control de los impulsos, y desde los primeros meses de vida los papás los van creando para el niño/a.
Es importante poner límites no solamente para transmitir normas y porque así la convivencia es más armónica, sino también porque los niño/as son los primeros interesados y beneficiados de que se les marquen reglas que, además de infundirles seguridad para explorar el mundo, crear y crecer, les van a permitir adaptarse mejor en su vida social tanto de niños como de adultos.
Este es un aspecto fundamental, ya que la contracara de la falta de límites suele ser la sobreprotección donde el niño/a no tiene responsabilidades (se hace todo por él) y debe crearse sus propias reglas porque nadie le enseña cómo valerse por sí mismo. Esto genera inseguridad, sentimientos de incapacidad, baja tolerancia a la frustración, y no fomenta la autonomía.
Los “no se puede”, “no se debe” le enseñan al niño/a que uno no puede hacer y deshacer a su antojo. Vivimos en el mundo con otros y esto implica cumplir con ciertas reglas, no siempre podemos hacer lo que queremos cómo y cuándo queremos. Los límites le dan la seguridad al niño/a para saber hasta dónde puede llegar; y también hasta donde permite que los otros lleguen.
En este sentido, los límites proporcionan una idea de la realidad, advierten sobre la existencia de peligros exteriores y llevan conciencia sobre las propias acciones y sus consecuencias. Todo esto permite la autoregulación tanto de la conducta como de las emociones.
Es importante tener en cuenta que el no tener límites no significa que se es libre; por el contrario, es sinónimo de inseguridad, desprotección y angustia. Si no sé limitar al otro no puedo cuidarme. Si no sé qué está bien y qué está mal no puedo regular mi conducta, es decir, no sé qué hacer. Si no sé cómo debo comportarme en distintas situaciones me genera ansiedad.
¿Cómo hacemos?
La puesta de límites siempre debe tener lugar dentro de un marco de afecto.
Uno de los errores más comunes es el de establecer “límites blandos”, esto ocurre cuando el NO significa “SI, A VECES, o QUIZÁ”. En este caso no estamos siendo consistentes, es decir, le estamos diciendo NO al niño/a, pero corremos el límite o cambiamos la norma si por ejemplo llora o nos hace un mimo; entonces el resultado es que el niño/a entiende que puede con su conducta hacernos cambiar de parecer y así sigue portándose mal, no obedece, discute, etc.
Establecer límites firmes no implica necesariamente emplear castigos o penitencias, aunque a veces debemos recurrir a ellos para que el niño/a comprenda que lo que hace tiene consecuencias.
Cuando una norma no se cumple, además de marcárselo al niño/a, es aconsejable decirle cómo nos hace sentir eso, por ejemplo tristes o enojados, pero NUNCA “amenazarlo” o tratar de convencerlo de que haga lo indicado porque lo vamos a dejar de querer!!!! Puedo decir ‘no me gustó lo que hiciste, estuvo mal y me pone triste’, pero nunca decir ‘sí haces eso no te quiero más’.
Viñeta propiedad de Maitena
Consejos para establecer límites:
1)La norma debe centrarse sobre la conducta. Debemos decir claramente lo que queremos que el niño/a haga o deje de hacer. Ej: “No toques eso”, “Ponete la túnica”.
2)Hablar con calma, no hace falta gritar.
3)Al establecer una norma fijar la consecuencia que traerá consigo su incumplimiento.
4)Ser consistentes. Es decir que debemos mantener la norma a pesar de berrinches (pataletas, llantos, gritos, insultos) y mimos que el niño/a emplea para convencer al adulto de que ceda.
5)Actuar en consecuencia. Un límite es firme si siempre lleva aparejada la consecuencia. Esta puede ser una penitencia o castigo si no se cumple con la norma (que intenta evitar que la norma vuelva romperse), o el reconocimiento o premio por cumplirla (que fomenta la conducta deseada y repercute positivamente en su autoestima).
Lo más importante es que los padres mantengan un acuerdo a la hora de fijar los límites. Si el niño/a detecta desacuerdos el límite pierde valor, y el niño/a lo vive confusamente generándole inseguridades. También puede suceder que el niño/a elija obedecer a uno u otro según su conveniencia y genere roces entre los padres.
En este sentido es aconsejable que si los niños pasan mucho tiempo al cuidado de otros familiares, estos planteen los mismos límites que los papás.
Límites claros y coherentes representarán seguridad para el niño/a, lo ayudarán a desarrollar su autonomía, a ponerse él mismo los límites más adelante, y, a medida que crezca, ir poniendo límites para cuidarse y cuidar a otros.
Post colaborador a cargo de: Lic. en Psicología Valeria ReynoPsicóloga clínica de niños, adolescentes y adultos jóvenes, tanto en diagnóstico como psicoterapia.Tel. de contacto: 094 162353