Por razones de salud, entre 2008 y 2010 ingresé tres veces a un quirófano y el martes de la semana pasada fue el turno de mi madre. Cuatro experiencias distintas, y sin embargo con una anécdota en común: el intento de llegada al paciente mediante chanzas anti K.
Dos veces ocurrió antes de la aplicación de la anestesia total; dos durante el procedimiento quirúrgico con anestesia local. El cirujano en un caso y el anestesista en los otros tres hicieron comentarios políticos jocosos con la intención de minimizar el miedo al bisturí. Seguros de que compartíamos criterios y convicciones, los cuatro profesionales se sintieron libres de ridiculizar a un kirchnerismo “incorregible” al decir borgeano.
“En honor al actual gobierno nacional, hoy escuchamos este vals popular” explicó con sorna uno de los anestesistas, que minutos antes había avisado sobre “la costumbre de poner música clásica mientras operamos”. Menos sutil fue el cirujano que meses atrás exclamó “¡cómo afana la reina Cristina!” después de haber bromeado sobre la posibilidad de un corte de luz en el quirófano, en pleno contexto de apagón estival.
¿Podemos afirmar que éstos son “médicos militantes”? ¿Corresponde criticarlos porque aprovechan una posición privilegiada (al menos con respecto a un paciente acostado, cableado, entregado) para imponer su versión de la realidad/actualidad? ¿Debemos diferenciarlos de los colegas verdaderamente profesionales, que jamás se permitirían abordar temas sensibles ante sus pacientes (en definitiva, individuos que apenas conocen)?
A la hora de los bifes, los pacientes K y/o anti-antiK tratamos de pilotear la incómoda situación. Algunos optamos por ignorar los chascarrillos de nuestros ocurrentes galenos: no vaya a ser cosa que una reacción destemplada nos convierta en víctimas de una cirugía fallida o, alternativa menos extrema, que un parate con clase malogre la inevitable relación con los matasanos.
Además de la estrategia de relajación (probablemente efectiva para pacientes opositores), estas cuatro incursiones en un quirófano tienen otro elemento en común: el escenario de la clínica privada, y por lo tanto el sistema de medicina prepaga. ¿Quizás los cirujanos y anestesistas de los hospitales públicos porteños pretendan acercarse a sus operados mediante chanzas anti-Pro?
En ese caso, ésta sería la otra cara de la ¿antes inédita? medicina militante.