Chile está hecho un sinfín de escándalos de corrupción. No hay nadie que se salve, ni la presidenta, ni su hijo. Ni la ultraderecha que podría sacar provecho de los escándalos de corrupción en el gobierno puede hacerlo, pues ellos mismos están metidos en otros escándalos de financiamiento ilegal de campañas políticas. Es decir, las cúpulas empresariales y políticas están totalmente desacreditadas. Las dos derechas: la que gobierna, y la otra, la derecha fascista de siempre, ambas no tienen ningún nivel de credibilidad, y por ende, no hay nadie que las salve.
Ante este escenario muchos buscan una salida ante la debacle de la “institucionalidad”, pero pocos parecen tomar las riendas del problema y traer estabilidad a un sistema y modelo de mercado que se ha roto por todos sus costados.
Muchos clamamos por cambios profundos y la refundación del país. Sin embargo, pese a nuestros sueños, pareciera que estos no motivan a nadie más que unos pocos, y al final, cada día, seguimos viendo pasar bajo el puente cada vez más escándalos de corrupción, robo descarado, oprobios y castigos al pueblo trabajador, los cuales terminan desembocando en un mar que pareciera no tener fin, que se evapora con la luz del sol, para luego llovernos en nuevas formas de corrupción, estafa y delincuencia empresarial.
El desastre en el que estamos sumidos pareciera no importarle a muchos, y a los pocos que les interesa en algo lo que pasa, más allá de patalear por las redes sociales, siguen yendo a trabajar como siempre, pagan sus impuestos de manera sagrada, y se “despejan” de los problemas que lo aquejan cada fin de semana aferrados a una botella de alcohol o paseando por los abarrotados centros comerciales en busca de lo último en tecnología. Es decir, mucho ruido, pocas nueces.
Es por eso que creo que los cambios verdaderamente revolucionarios en este pedazo de tierra solo se verán cuando nuestros hijos e hijas nazcan y pueblen este territorio.
Pareciera ser que todos los que somos hijos nacidos en dictadura, o un poco después de 1990, trajéramos en nuestros genes la derrota y la incapacidad de cambiar las cosas por nuestra cuenta. Traemos en nuestra sangre la capacidad de darnos cuenta de lo que nos sucede, de lo que nos aqueja, de hacer el diagnóstico, pero no tenemos la capacidad de cambiar nada en absoluto a gran escala, y cuando a veces, por esas cosas de la vida, algunos de los de nuestra generación asoma como agente de cambio, es fácilmente tentado, comprado y silenciado por el poder.
Ahora bien, ¿deberíamos rendirnos ante esta realidad? Claro que no. Debemos sembrar semillas de cambio, de revolución en nuestra posteridad. Debemos proponer y no solo quejarnos.
Es fácil insultar a los políticos, decir que todos son corruptos y hacer cadenas por internet para burlarse de quienes nos hacen daño. Lo realmente difícil es tomar la iniciativa, organizarse y movilizarse desde todas las áreas posibles, pues la revolución no es solo el tomar las armas, la revolución no es solo militar en un partido u organización política, la revolución se lleva a cabo desde la educación y el arte junto con todas sus manifestaciones. La revolución se lleva adelante siendo honestos, solidarios, buenas personas, con consciencia de quienes somos como Pueblo y de lo que queremos para nosotros, y no solo de lo que anhelamos de manera individual.
Por ende, nuestra labor no es solo esperar a que muera la generación golpista de los años 70 y esperar a que nazcan nuestros hijos. Nuestra labor es agotar todas las instancias posibles y corroer este sistema hasta que se derrumbe, y educar a nuestros hijos para que llegado el momento, asuman la responsabilidad histórica de devolver la dignidad perdida por casi medio siglo ya.
Por Pablo Mirlo/ pablomirlo.wordpress.com