Revista Cultura y Ocio

Los que corrompen la tierra

Por Daniel Vicente Carrillo

En Sahih Bukhari y Sahih Muslim, dos de las colecciones de hadices más respetadas en el Islam, se registra que Mahoma dijo durante una contienda: "No matéis a mujeres ni a niños" (Sahih Bukhari 3015, Sahih Muslim 1744). Ésta es una de las directrices más citadas que establece la prohibición del asesinato de mujeres y niños, aunque uno podría maliciarse que el motivo de no incluir a los hombres -aun cuando no combatan- es que eliminarlos resulta menos arduo y arriesgado que esclavizarlos. Los apologistas de la religión consideran de un modo un tanto acrítico que la prohibición de matar a civiles es un precepto intemporal, no un mandato válido sólo en determinado contexto histórico. Con todo, como veremos a continuación, en el proteico corpus doctrinal del islam caben excepciones para casi todo, y a menudo éstas son tan amplias o más que las supuestas reglas.
Sahih Muslim 19:4460:
"Habéis preguntado si el Mensajero de Alá (la paz sea con él) solía matar a alguno de los niños de los politeístas en la guerra. Debéis saber que el Mensajero de Alá (la paz sea con él) no solía matar a ninguno de sus niños, y vosotros tampoco debéis matar a ninguno de ellos, excepto cuando supierais sobre ellos lo que Khadir sabía sobre el niño al que él mató".
La justificación que da Khadir en el Corán para matar a un joven inocente es ésta (18:80):
"El muchacho tenía padres creyentes y temíamos que les obligara a la rebelión y a la incredulidad".
Es decir, el joven, de padres musulmanes, haría apostatar a sus padres en el futuro, lo que le fue revelado a Khadir. Ahora bien, el hadiz habla de los niños de los politeístas, mientras que el Corán se refiere a un muchacho que es hijo de musulmanes. Por tanto, no puede trazarse un paralelismo entre la apostasía de los padres musulmanes y la de los padres politeístas, ya que no puede apostatar quien no está en el islam. Luego lo que hizo al joven merecedor de la muerte y es aplicable al hadiz para los hijos de los politeístas fue la rebelión y la incredulidad. 
Se alega que Khadir supo esto proféticamente y por una gracia muy singular de Dios, el pasaje aprueba de manera implícita que pueda matarse a quien se sabe con certeza que ha incurrido en estas conductas. Sin embargo, es discutible que la revelación profética a Khadir sea tan excepcional como algunos pretenden, pues si así fuera estaría de más asumir en la jurisprudencia que se repetirá en el futuro en una pluralidad de creyentes ("excepto cuando supierais sobre ellos lo que Khadir sabía sobre el niño al que mató"). Por consiguiente, asesinar a paganos, aun tratándose de niños, no está fuera del alcance del buen musulmán si puede anticiparse en ellos alguna suerte de transgresión.
Con carácter más general, y por ende aplicable a todos los infieles, el Corán también establece (5:32):
"Por esto les decretamos a los hijos de Israel que quien matara a alguien, sin ser a cambio de otro o por haber corrompido en la tierra, sería como haber matado a la humanidad entera".
Este verso permite matar en venganza por otra muerte o por la corrupción de la tierra. Ésta, si bien puede interpretarse como una vulneración del orden natural, es asimilada por el Corán a la mera descreencia:
"Los que se niegan a creer, es igual que les adviertas o que no les adviertas, no creerán. Alá les ha sellado el corazón y el oído y en los ojos tienen un velo. Tendrán un inmenso castigo. Hay hombres que dicen: Creemos en Alá y en el Último Día, pero no son creyentes. Pretenden engañar a Alá y a los que creen, pero sólo se engañan a sí mismos sin darse cuenta. En sus corazones hay una enfermedad que Alá les acrecienta. Tendrán un doloroso castigo por lo que tacharon de mentira. Cuando se les dice: No corrompáis las cosas en la tierra, responden: 'Pero si sólo las hacemos mejores'. ¿Acaso no son los corruptores, aunque no se den cuenta?".
Con mucha más razón, pues, puede matarse a quienes, no satisfechos con mancillar la tierra musulmana con su incredulidad, desposeen a los fieles de ella (2:191):
"Matadlos donde quiera que los encontréis y expulsadlos de donde os hayan expulsado".
La acción de matar y expulsar, que es una orden divina para todo musulmán observante, recae sobre la población del enemigo, no sólo sobre los combatientes, pues la corrupción de la tierra no la causa quien combate contra el islam, sino quien se hace criminal según la Sharía o quien se niega a creer.
La misericordia es sólo para el que se somete (8:70-71):
"¡Profeta! Di a los prisioneros que tengáis en vuestras manos: Si Alá sabe de algún bien en vuestros corazones, os concederá también algún bien de aquello que se os quitó y os perdonará. Alá es Perdonador y Compasivo. Pero si quieren traicionarte...Ya traicionaron antes a Alá y te dio poder sobre ellos. Alá es Conocedor y Sabio".
Así pues, el derecho de vida y muerte que los musulmanes tienen contra el enemigo sólo se debilita si encuentran "algún bien en sus corazones".
Se establece asimismo el deber de que los musulmanes se ayuden entre sí en sus esfuerzos bélicos, salvo cuando medie un pacto con el infiel (8:72):
"Pero si os piden ayuda en defensa de la práctica de Adoración, entonces sí tenéis la obligación de ayudarles, a no ser que sea contra una gente con la que hayáis hecho algún pacto".
En ausencia de pacto, el creyente vuelve a tener un derecho prácticamente omnímodo a combatir al infiel que corrompe la tierra (8:73):
"Los que no creen son amigos aliados unos de otros. Si no lo hacéis habrá conflicto en la tierra y una gran corrupción".
También se dice (16:126):
"Y si castigáis, hacedlo en la misma medida en que fuisteis dañados, pero si tenéis paciencia, esto es mejor para los que la tienen".
Este precepto afianza el talión como medida de la justicia. Es decir, si os han matado, matad; si os han aterrorizado, aterrorizad. Tener paciencia, es decir, renunciar a la venganza, es recomendable pero no obligatorio. Esto confiere a todo musulmán el derecho a dañar a los enemigos de la religión de los que hayan sufrido algún agravio, mientras estos osen defenderse y no se sometan.
La sura 47, convenientemente titulada Mahoma, ordena aniquilar y secuestrar a los infieles, combatan o no, hasta obtener de ellos la rendición total ("Y cuando tengáis un encuentro con los que se niegan a creer, golpeadlos en la nuca; y una vez los hayáis dejado fuera de combate, apretad las ligaduras y luego, liberadlos con benevolencia o pedid un rescate. Así hasta que la guerra deponga sus cargas"). Promete perdonar crímenes y atropellos a los creyentes que obedezcan esta orden ("Él les ocultará sus malas acciones"), ofreciéndoles asimismo prosperidad en esta vida ("Los guiará y arreglará su estado") y beatitud en la futura ("Y les hará entrar en jardines que les ha dado a conocer"). En cambio, el hado de los incrédulos es la humillación ("los que se niegan a creer tendrán desprecio") y el exterminio ("¿Es que no han ido por la tierra viendo cómo acabaron los que hubo antes que ellos? Alá los exterminó. Los incrédulos tendrán algo similar"). 
Los musulmanes son los señores de la tierra y los herederos del cielo, mientras quienes contradicen su fe suponen un obstáculo al plan de Alá y deben ser eliminados. El contraste entre ambos destinos -prosperidad y muerte, salvación y exterminio- es tan agudo que proceden en direcciones opuestas: cuanto más hostiga el creyente al infiel, más cerca está de ser feliz y salvo; pero cuanto más medra el infiel y menos se le combate, más se invalidan las promesas divinas a los musulmanes, al haber incumplido éstos su parte del pacto.

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