Así ocurrió en julio cuando nos topamos con el chiringuito original en el paseo costero de Sitges. Nada hacía presagiar que nos encontrábamos ante un trozo de la historia gastronómica porque el local se empeñaba en enterrar su pasado con carteles de comida playera para guiris encabezados por la omnipresente paella. Además, su aspecto desangelado, sin un alma en un atestado viernes de finales de julio, le hacían especialmente sospechoso. Me acuerdo que pensé, acaso sirven aquí salmonelosis o algo peor. Por lo demás, el servicio tampoco ayudaba, ni simpático ni desagradable, demasiado indiferente.
Y es lo que tiene ser padre de niños pequeños, que a veces pesa más la comodidad que la prudencia. Con las expectativas congeladas en plenas temperaturas veraniegas decidimos darle el beneficio de la duda para que los niños correteasen en la terraza libres sin crear daños colaterales y porque la falta de cola era tentadora.
Así que dando paseos con el carrito del bebé, tarea inevitable para cualquier padre a estas edades, descubrí que no estábamos en un chiringuito si no en EL chiringuito. Este local se fundó en 1913 como un merendero marítimo, alternativa económica al cercano Pabellón del Mar, que era frecuentado por ricos indianos.
Precisamente, los propios indianos importaron el término chiringuito de Cuba, expresión que popularizaron los trabajadores de las plantaciones de azúcar. Aquellos esforzados jornaleros aprovechaban los descansos para preparar café a través de en una media fina con la que se filtraba el líquido de los posos. El chorrito que brotaba se llamaba chiringo, que pasó a convertirse en un término genérico de café.
Y así, descubriendo la historia improvisadamente me adentré en el interior del local y descubrí una pequeña galería con imágenes de hace ya un siglo imposibles hoy en día, de veraneantes en chaqueta y corbata con trajes muy oscuros y bigotones. Todo un viaje al pasado.
También descubres que el chiringuito ha evolucionado en una especie de museo del escritor César González Ruano, su más ilustre cliente, del que se dice que recuperó el término chiringuito en la posguerra española. El local conserva intacta el escritorio desde el que Ruano redactaba sus columnas semanales a La Vanguardia. El homenaje se extiende a la fachada donde luce un mosaico que la ciudad le dedicó en 1949 en el que se le cita como padre intelectual del chiringuismo.
González Ruano pasaba por allí cuando los propietarios se preparaban para recuperar el local original, bautizado como el Kiosket, tras los destrozos de un temporal. Entonces el escritor recomendó el viejo nombre colonial Chiringuito para la nueva construcción.
Afortunada o desafortunadamente, nuestro paso fugaz por Sitges coincidió con la todavía presencia del mosaico. En marzo la escritora Rosa Sala Rose desmonta el prestigio del literato en su obra El marqués y la esvástica, donde descubre que cobró de Goebbels para difundir la propaganda nazi antisemita. Peor aun, hay sospechas de que se aprovechó de la necesidad de los judíos para estafarles con salvoconductos falsos.
Propaganda nazi
El Ayuntamiento ha reaccionado y en julio retiró al escritor madrileño todos los honores, incluyendo el desmontaje próximo de la placa de la fachada. Su imagen de señorito pícaro, de dandy de mala vida entregado al tabaco y al alcohol, su relación con el exiliado rey Alfonso XIII, le sirvió a González Ruano para labrarse una coartada de falso marqués y vivir como tal de corresponsal en Roma o Berlín durante la Segunda Guerra Mundial.Perseguido por la Gestapo, por corrupto, y condenado a 20 años por el Gobierno francés por colaboracionista con los nazi, su activismo desconocido ha sido demasiado y el autor también ha sido descabalgado del premio que durante los últimos 38 años distinguía a los mejores periodistas españoles.
Tal vez los actuales propietarios del chiringuito, descendientes directos del capitán Calafell, fundador del local, se mantengan muy alejados de la actualidad porque González Ruano sigue siendo su icono. Tal vez esa falta de reflejos tenga relación con el aire viejuno que no clásico del chiringuito de Sitges. Su pasado centenario queda eclipsado entre parafernalias del peor chiringuismo playero y la pose impostora de su farsante literario. Aun con todo, y con el balance de las últimas revelaciones, me pareció un local interesante por su estética marinera centenaria, un pequeño anacronismo del Sitges vibrante y moderno de hoy en día. Y no, no pillamos salmonelosis, todo lo contrario, disfrutamos de lo lindo con una sabrosa ración de boquerones fritos, puro manjar mediterráneo.