Quienes asistimos al último BAFICI enseguida reconocemos en Luz silenciosa cierta ¿nueva? manera de filmar ficción que apuesta a la potencia narrativa de escenarios naturales o poco condicionados/producidos, y a la actuación de simples ciudadanos dispuestos a reinterpretarse a sí mismos en función de las exigencias de un guión. El gran anzuelo de este otro ejemplo de cinema verité (con el debido permiso de Serú Girán) parte de la ocurrencia de contar la historia de una relación adúltera entre menonitas contemporáneos.
Cornelio Wall, Maria Pankratz y Miriam Toews encarnan a Johan, Marianne y Esther, protagonistas del triángulo amoroso ambientado en una comunidad que Hollywood suele estereotipar (aquí y aquí por ejemplo). Sin dudas, la ignorancia y el prejuico del espectador juegan a favor de una propuesta que, a partir de la proximidad entre realidad y ficción, invita a un voyeurismo distinto del que provoca el cine comercial.
De hecho, si en la mayoría de las películas la infidelidad es la gran excusa para mostrar escenas eróticas (cuanto más bellos los actores, mejor), en Luz silenciosa la pasión contrariada agita sentimientos, contradicciones y tradiciones antes que cuerpos y sábanas. Este otro tipo de desnudez (llamémosla “espiritual”) nos acerca, de una manera poética, a una otredad desconocida pero irreductible a la objetivación que impondría un documental.
Además de revelarnos un mundo que nos resulta ajeno, el guionista y director Carlos Reygadas nos invita a reflexionar sobre el amor (o los amores) y sobre la condición humana (y su relación con el prójimo, con el entorno, con la religión). En manos de algún colega menos talentoso, la propuesta pecaría por verborrágica y sentenciosa además de ambiciosa.
Por suerte, el realizador mexicano es consecuente con el título que eligió para un trabajo luminoso (e iluminado), y que sabe prescindir de la palabra obvia.