Dueña del timbre más parecido al de Billy Holiday, Madeleine Peyroux se asomó por primera vez hace quince años tras capas y capas de canciones ajenas. Por entonces aquella pequeña adulta de padres divorciados llevaba una vida desordenada en el Barrio Latino de París, con noches pasadas a la intemperie y largas tardes ensayando frente al a veces agradecido público del metro. La música la salvó, ella misma lo confiesa, y ahora son sus melodías y su inspiradora voz las que tímidamente se cuelgan como chalecos salvavidas en nuestras cabecitas.