En los tiempos que corren donde todo es oscuro y gris, Maryland llegan cargados con algo más
que buenas razones para prometernos viajar a la tierra prometida. Ellos han
sido capaces de sumar a su currículum la proeza de volar cerca del sol, y desde
allí arriba, iluminar nuestras tristes vidas. El brillo de sus guitarras y la
fuerza y la contundencia con las que se abaten sobre ellas, nos hacen pensar
que estamos ante uno de los mejores discos indies del año. Esa seguridad se
nota en el cambio en sus letras del inglés por el español, o por esa valentía a
la hora de apropiarse de una ruptura sentimental para adornar sus melodías de
grandes y pequeñas historias... como nuestras vidas. Los retazos de ilusiones
rotas, o incumplidas a medias, de sus letras, no rozan sin embargo a las
cuerdas de sus vigorosas guitarras, que alentadoras no caen en el desmayo. En
esa fuerza innata de su música es donde Maryland prodiga sus mayores
cualidades. En este sentido, Los años muertos comienzan con la
canción que da título al disco y que se comporta como un tiro directo a la
cabeza simbolizado a través de un sonido de guitarras arrebatadoras: "no puedo más/ ya se acabó/ cansado
estoy de avanzar/las hojas secas caerán.../ los años muertos arderán",
y sin embargo, a medida que avanza el disco esa fuerza tan contundente se va
convirtiendo en un regusto por los medios tiempos intensos, duros y hasta
melancólicos que se cierran con una de las grandes canciones del disco, Camino, a la que le anteceden otros dos grandes
temas titulados Al cielo en ascensor
y Cambio de filo; unas coordenadas
musicales a las que a lo mejor no están muy acostumbrados sus seguidores, pero
que sin duda, son la mayor muestra de madurez de este tercer disco en la
carrera de Maryland, que parecen poseídos por la intensidad de los
atardeceres del noroeste de su Vigo natal. Anclados en esos reflejos que nos
anuncian el final del nuevo día, proyectan sus mágicos poderes para adueñarse
de la esencia de los reflejos dorados, lo que les hace ser brillantes tanto en
la ejecución como en la idea, porque otro de los grandes aciertos encubiertos
del disco es que recuperan ese gusto por sonidos que muchas veces creíamos
perdidos.
Tras Los
años muertos, Hoja de ruta sigue
sumida en las coordenadas de esa intensidad power-pop que tan bien manejan Maryland
con un sonido muy compacto en el que no se encuentran fisuras, pues las
grietas de la existencia presenten en sus letras son apuntaladas por unas notas
musicales más que contundentes: "entre
la maleza nacerá/ una raíz de la que pueda presumir". Paisajes que
como un travelling acústico siguen su camino por los raíles sonoros de Tiempos de azar: "vivo en los tiempos de azar/ borro mi nombre... cada latido es
una explosión/ de ti/ cada alarido es una agresión/ de ti"; canción de
guerra donde las haya. En Declaración de
intenciones asistimos a las cualidades básicas de tiempo y forma, sonido y
coraje de Maryland, tema marca de la casa donde todos sus componentes
brillan por igual. Este discurso musical se prolonga en Viaje a Tasmania, si bien, aquí asistimos a un primer interludio en
el fondo de las guitarras que adornan la voz solista como una propuesta que
avanza hacia esa otra cara del grupo gallego que, poco a poco, inicia una
travesía hacia el destino que quizá siempre les había estado esperando: "Y viajará a Tasmania/ y encontrará un
lugar/que nadie le conozca, oh no", lo que le convierte en uno de los
grandes cortes del disco, y no sólo eso pues les hace crecer casi hasta el
infinito; perfecta propuesta final entre punteos de guitarra y una voz que nos
infringe una profunda punzada en nuestro interior: magia pura.
Pozo de almas, como lugar donde se rinde homenaje a esos ecos que
nos llevan hasta el poderoso ambiente de los medios tiempos adornados de
grandes dosis de una intensidad que trasciende sin dificultad hasta donde más
la necesitamos: el corazón. Una cualidad que también transpira El quinto dedo, una nueva prueba de ese
perfeccionamiento casi enfermizo por las melodías arrebatadoras que suben,
bajan y se rompen en un mismo lance que tienen Maryland: "me he echado a perder no tengo
vocación/ renuncio a comprender lo que nos inspiró", dosis existenciales
que navegan perennes en este Los años muertos y que de nuevo nos
dan golpecitos en el pecho; extraordinario cambio de golpes, añadimos. Con La caleta del sol Maryland nos tocan a
arrebato y nos piden una única cosa, la verdad, que por imposible, ellos se empeñan
en buscar para conseguir romper el dolor y así llegar a ser uno mismo. Esa
búsqueda de la propia identidad ellos la acompañan con rugidos shoegaze disfrazados
bajo la contundencia de sus guitarras y un uh,
uh, uh muy significativo, porque las coordenadas del dolor continúan en Días de reinado, en lo que podríamos
denominar como espacio intermedio del disco donde las cuerdas del bajo se
apoderan de los ritmos como un regalo de muchos quilates que Maryland
guardan con mucho ceño en su nuevo disco Los años muertos.
Réquiem se aproxima como un huracán, pletórico de fuerza, a ese mágico
final que nos aguarda al terminar el camino (en este caso del disco). Este
corte mantiene intactas todas las propiedades ya expuestas, con ese magnífico
juego y desarrollo acústico entre los componentes de Maryland como mejor forma
de certificar el buen momento por el que atraviesa el grupo, pues el poder con
el que exponen cada uno de los temas así nos lo hacen suponer. Al cielo en ascensor es un magnífico
título para definir una de las mejores canciones del disco y del año en el
planeta indie patrio. Arrebatadora: "y
sin temor/ Ahora ya sabes quién soy/ Si existo o no/ Encontraré adónde
voy"; puro lirismo pop que nos seduce sin ofrecernos la posibilidad de
presentarle el armisticio. Coros, melodía, letra y sonido se apoderan de
nuestros sentidos y no nos permiten que abandonemos su escucha; un tema que se
postula como estandarte del disco. Del mismo modo que Cambio de filo, poderoso y fulminante como un rayo caído sobre el
bosque en verano: "hace siglos que
olvidé que los sueños ciegan al perdón", con unos toques de guitarras
muy sesenta, que se transforman en ecos magistrales de una propuesta musical
excelente; otra joya.
Maryland nos han querido
dejar para el final un regalo en forma de canción. Ese regalo se llama Camino, donde su poder y su gusto radica
en la sencillez y en la cercanía de unas cuerdas de guitarra, una voz y unas
teclas de un piano soberbios, que no nos dejan ninguna excusa válida para
encontrar esa paz que tanto hemos anhelado a lo largo de este camino que los
vigueses Maryland han decido llamar Los años muertos, como mejor excusa
para lograr la proeza de volar cerca del sol.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.
Revista Arte
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