Revista Coaching

Maslow, Carroll y el plan de vida

Por Elgachupas

El Gato de Cheshire

Foto por shallowend (via Flickr)

“Siempre llegarás a alguna parte… si caminas lo suficiente” (de Alicia en el País de las Maravillas) - Lewis Carroll (1832-1898) Lógico, matemático y escritor estadounidense

Artículo original escrito por Jero Sánchez. Sígueme en Twitter.

Hace unos días recibí un correo de una lectora en el que me comentaba su desazón por no saber qué hacer de su vida. Después de terminar la universidad estuvo trabajando un tiempo en algo que le gustaba. Después probó otras cosas, y hoy trabaja en la empresa familiar. No le disgusta lo que hace, pero tampoco está emocionada. Me contaba que se levanta cada día perdida, totalmente desmotivada, transitando como un zombi por la vida, avanzado por pura inercia.

Ayer, hablando con una amiga sobre lo que quería conseguir en la vida, me di cuenta de que estaba en una situación muy parecida a mi lectora. La verdad, tengo la sensación de que este hastío vital es más común de lo que nos imagimanos, y muchos lo padecen incluso sin saberlo. ¿Qué es lo que está sucediendo?

La pirámide de Maslow

En su teoría sobre la motivación humana, Abraham Maslow estableció una pirámide de necesidades fisiológicas y emocionales que todos debemos cubrir para sentirnos satisfechos. La idea es que, antes de poder pensar en las necesidades superiores debemos tener cubiertas las necesidades inferiores.

En esta pirámide, los cuatro primeros niveles se corresponden con las denominadas necesidades de déficit, es decir, que si tenemos algunas de ellas tendremos una carencia que buscaremos cubrir. Estos cuatro niveles son, de abajo a arriba: carencias fisiológicas –alimentación, descanso, sexo–, carencias de seguridad — vivienda, salud, familia, recursos económicos–, carencias de afiliación –amistad, amor, intimidad–, y carencias dereconocimiento –éxito, confianza, respeto.

Todas ellas tienen en común que son necesidades externas, es decir, dependemos de nuestro entorno para satisfacerlas.

Las necesidades del quinto nivel, denominadas necesidades del ser o de autorrealización, son las únicas que no requieren de factores externos para ser satisfechas, sino que son una fuerza interna que sólo dependen del ser humano y de las decisiones que tome. Sólo un porcentaje muy pequeño de personas alcanza alguna vez este quinto nivel, siendo precisamente las que todos aceptamos como aquellas que consiguen grandes cosas en la vida y son felices.

La mayoría de nosotros nos pasamos la vida “buscando” carencias en los cuatro niveles inferiores, lo que explica por qué siempre estamos insatisfechos y nos consideramos infelices. Siempre habrá más éxito, dinero, sexo o alimento que desear, y como consecuencia, nunca abandonamos estos cuatro niveles.

El deseo de autorrealizarse

En mi opinión, muchas de las necesidades de los niveles inferiores de la pirámide de Maslow son ficticias, es decir, somos nosotros los que las generamos arbitrariamente –y esto es especialmente válido para las necesidades del cuarto nivel. A falta de una misión vital que nazca de nuestra visión y valores, llenamos nuestra vida con una búsqueda vacía y sin fin de nuevas necesidades.

Como resultado, vivimos una vida sin rumbo, carente de propósito y llena de insatisfacciones. Nos sucede como a Alicia en el País de las Maravillas, cuando se encuntra con el Gato de Cheshire y le pide que le indique el camino:

– Eso depende en gran parte de al sitio al que quieras llegar –dijo el Gato.

– No me importa mucho el sitio –le contesto Alicia.

– Entonces tampoco importa mucho el camino que tomes –dijo el Gato.

– …siempre que llegue a alguna parte –dijo Alicia como explicación.

– ¡Oh, siempre llegarás a alguna parte –aseguró el Gato– si caminas lo suficiente!

Y es una lástima, porque una vez cubiertas unos cuántas –muy pocas– necesidades básicas, depende enteramente de nosotros dar el salto al quinto nivel de Maslow, donde estaremos en disposición de fijar nuestro rumbo, de autorrealizarnos y ser felices.

El plan de vida

La buena noticia es que dar el salto es muy sencillo. Basta con sentarnos a definir nuestra misión en la vida, cuáles son nuestros valores, qué queremos conseguir de acuerdo a esos valores, y qué pasos vamos a dar para ello.

Cuando uno define todo eso de forma honesta, casi mágicamente todo lo demás se difumina, deja de tener importancia. De repente cosas como el dinero, el poder o la fama dejan de ser importantes, y empezamos a tomar el control de nuestra propia vida. Aparece ante nosotros el camino a recorrer, y surge de nuestro interior la fuerza y empuje que nos permite superar cualquier obstáculo.

Empezamos a caminar con rumbo. Y súbitamente somos felices. Porque estamos siendo fieles a nuestras más íntimas aspiraciones vitales.

¿Has tenido alguna experiencia parecida en tu vida? Compártela con nosotros en un comentario.


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