-Che, que papi está hablando boludeces…
Maxi Prietto le habla a Esmeralda, su beba de cinco meses que llora de a ratos exigiendo presencia paterna. La trae desde la pieza al comedor y, tras el alimento salvador, Esmeralda vuelve a su cuna (bueno, la lleva el padre) y se duerme. Maxi le mintió: la charla en su casa de Villa Crespo transcurre de tema en tema y, sin querer queriendo, vamos del flamante proyecto Prietto a sus inicios en la música (en verdad, Prietto es su proyecto solista y lo más añejo de su carrera, esta vez reformulado a banda). De boludeces, nada.
La vida musical de Maxi abarca a Norberto el Ruso Verea, su ídolo radial; a Mónica Melo, una profesora del secundario que lo marcó para siempre; a Oscar Alemán y el folclore argentino, descubiertos tarde pero seguro. Y a sus propias criaturas: los discos caseros e iniciáticos, su metejón con el bolero, sus trabajos en el cine. Por supuesto, en el recorrido también aparece Prietto Viaja al Cosmos con Mariano y Los Espíritus, los grupos con que Prietto, el hombre, se erigió como una de las voces más interesantes, escurridizas y desprejuiciadas del rock argentino de la última década.
La charla empezó por el final o, mejor dicho, por lo que se viene: la inminente presentación de Prietto, el grupo, en la vigesimotercera edición de ese hermoso festejo del rock de abajo, el bienllamado Festipulenta. De ahí, al cosmos:
Vas a estar tocando en el Festipulenta como Prietto, tu banda más reciente.
¿De qué se trata?
Estamos armando una banda nueva, hacemos algunos covers de boleros y también estamos haciendo un tango, “El día que me quieras” de Gardel; y canciones mías viejas. La formación es Damián Manfredi en contrabajo, Miguel Tennina en teclados con unos efectos medio locos, el Pipe Correa, que es el baterista de Los Espíritus y yo, que toco la guitarra y canto. Estamos muy contentos por cómo está sonando, aunque no sé cómo presentarlo… ya lo van a escuchar (risas).
Para el Festipulenta, la de ustedes va a ser una propuesta muy particular, que alguien pele un bolero ahí no es habitual.
Puede ser. De hecho no estábamos en cartel desde el principio, nos invitaron porque se cayó Fútbol y bueno… es lo que estamos haciendo. Al que va medio manija de rock y descontrol, no sé qué le va a pasar con nuestra música. Me va a tirar con algo (risas).
Esos tiempos se terminaron, me parece. ¿Te pasó alguna vez que te revoleen cosas?
No, que me revoleen algo no. Gritos sí: una vez que tocamos en México con Carla Morrison y Enjambre, dos grupos que allá son muy exitosos, nos engancharon en esa fecha a Prietto Viaja al Cosmos con Mariano. Abrimos y la gente al principio todo bien, pero después se impacientó… ¡Sáquenlos a estos dos! (risas). Además, después escuché los grupos y la música de ellos no tenía nada que ver con la nuestra. Pero bueno, fue una experiencia.
¿Con este proyecto están pensando un disco ya? ¿O la idea por ahora es tocar?
Estamos grabando acá en casa con unos micrófonos que tengo, grabamos un ensayo y algunos temas me gusta cómo suenan. Como Miguel trabaja de sonidista, vamos a juntar los micrófonos de los dos para armar bien todo y grabar acá, en vivo. Siempre está bueno grabarse para escuchar y develar un poco de qué se trata el proyecto, está bueno saber dónde terminan Los Espíritus y dónde empieza esto.
¿Te pasa recién ahí eso de develar de qué se trata, cuando escuchás al grupo en una grabación?
Sí, lo pienso así: es como para un actor cuando se ve filmado, capaz cree que está haciendo algo pero cuando lo ve, ve realmente lo que está dando. Y capaz en este proyecto pensás que no da para hacer algo muy rockero y así te das cuenta que sí tiene lugar eso, o que ya está pasando. Entonces tenés que poner los micrófonos y grabar, y no trabajar más en algunas canciones. Para no pasarte de rosca también, porque a veces, si tardás mucho en grabar algo, queda sobreensayado. Depende del proyecto, pero en este caso tiene que haber un porcentaje grande de frescura, son casi-baladas, canciones en las que tiene mucha presencia la letra y la banda está ahí, acompañando. Es difícil la parte en que es bastante silencioso todo, tiene que estar muy cuidado.
¿Hay una fecha tentativa para el disco, o preferís no arriesgar?
Es que todavía no sabemos bien de qué se trata, no tenemos cerrada una lista de canciones. Con el disco de boleros que saqué [La última noche] quedé disconforme. Lo hice en enero de 2013, estaba en Capital sin nada que hacer, tenía ganas de estar de vacaciones, hacía calor… y para tratar de pasarla bien acá se me ocurrió grabar boleros porque estaba escuchando eso todos los días. Me propuse grabar un tema todos los días y subirlo a internet: escuchaba un par de canciones, sacaba alguna que me gustaba y la grababa. Pero no me lo tomé como si estuviera haciendo un disco, era una especie de juego; algunos me gusta cómo quedaron y otros no tanto. Entonces estaría bueno grabarlos otra vez y con una banda. Lo mismo me pasa con casi todos los discos solistas que hice, salvo en Casa y Casa II que hay una especie de producción; en los demás es todo muy espontáneo. Siempre me gustó eso, pero ahora me gustaría rescatar algunos temas, armarlos con una banda y darles un lugar, un respeto que no les di.
¿No te conforman en cuanto a producción o en cuanto a ejecución?
En cuanto a todo. No es lo mismo tocar una canción por primera vez, grabarla y no volver a tocarla nunca más... Tiene esa frescura de más (risas). En el momento ni pensaba en eso porque era lo que hacía en los ratos libres que no tocaba con Mariano [Castro], eran canciones que no tenían cabida para tocarlas con él. Ahora veremos cuáles quedan de ésas, tampoco creo que agarre muchas. Hay que ver qué es lo que puedo hacer dentro de eso y a partir de ahí, sí, componer más desde esa temática. Por ahora estamos ensayando “Ay, corazón”, “The error blues”, “Días de sol”, pero estoy seguro de que el disco va a salir. Además, no creo que sea un disco que tenga mucho proceso, va a ser grabado en vivo. Suena todo tan medido que no va a estar sobrecargado.
¿Y como cantante, cómo te llevás con eso de que la voz esté tan al frente?
Es parte del sonido. También estamos haciendo la “Tonada del viejo amor” de Eduardo Falú y tiene una letra que está bueno que esté en primer plano. Igual siempre traté de hacer eso, en los discos con Mariano la voz también está muy al frente, de otra manera y con mucho más volumen. Tratamos los dos de que no haya que escuchar muchas veces un tema para entender la letra. De hecho, el volumen de la voz a veces está en niveles exageradísimos en la mezcla. En ese momento nos pareció que era lo que iba, lo correcto. Bah, un gusto nuestro más que lo correcto.
¿Cómo hacés para ir llevando todos tus proyectos?
Con Mariano hace rato que no estamos tocando, el último show que hicimos fue un Zaguán. Y eso es menos tiempo de ensayos, de fechas, de mezcla de discos...
¿Y por qué se dio así, tocar tan poco con Mariano? No es por mala onda entre ustedes, supongo.
No, pasa que él está en otro momento de su vida en el cual no tiene tanto tiempo para esto, yo soy más manija. La idea era tocar de vez en cuando y lo estuvimos haciendo, pero en un momento eso me empezó a aburrir porque yo quería juntarme para hacer canciones nuevas. Y eso llevaba a que tuviéramos que ensayar más, entonces quedó todo ahí y en algún momento se retomará. Ahora estoy con Prietto y con Los Espíritus; más algunos laburos que me salieron, música para películas y cosas así.
¿Tus trabajos son exclusivamente con la música?
En este momento sí. Hace unos años arranqué con cosas así, a partir de La araña vampiro: Gabriel Medina, su director, fue el que nos metió en esto. Quiso que hiciéramos la música con Prietto Viaja al Cosmos con Mariano. Y el año pasado -o el otro, no me acuerdo- hizo una miniserie de trece capítulos. Ahí hice toda la música yo, fue un montón. Le di como 75 tracks, una locura: fue un trabajo muy intenso porque me decía “para esto necesitamos esto, para esto otro, esto; acá todo esquizofrénico, acá una música perturbadora, acá algo romántico”. O había una escena en la que el padre de un personaje estaba escuchando música clásica y me pedía que hiciera algo con un piano. Entonces tuve que hacer un montón de cosas por primera vez, estuvo rebueno. La serie se llama Buenos Aires bajo el cielo de Orión. Todavía no me dijeron por dónde va a salir, va a estar en internet pero saldrá por algún canal de aire.
¿Ahora estás con algo?
Después de eso, Martín Piroyanski me pidió que hiciera un bolero para una película que se llama Abril en Nueva York y compuse la canción en base a lo que él me dijo. Y ahora estoy haciendo la música para una película que es medio para adolescentes, futbolera. Actúa el Ruso Verea.
¿Sos futbolero o nada que ver?
Ahora no, cuando era chico me gustaba, jugaba en Chacarita. Pero en un momento leí una entrevista a [Luis] Islas, el arquero de Independiente (yo era de Independiente) y le preguntaban qué opinaba de Deportivo Español, creo. Y al leerlo me di cuenta de que él no era hincha de Independiente, parecía que era de Deportivo Español. En mi inocencia, creía que los jugadores eran hinchas del cuadro en el que jugaban, entonces cuando me enteré de eso me enojé y dije “se van todos a la mierda los de Independiente, ¡que se vayan a cagar!” (Risas). Al mismo me tiempo me compraron una guitarra y empecé a tocar: chau fútbol. Bastante radical lo mío, podría volver a ver un partido de vez en cuando.
Igual para la película no era necesario que fueras fanático, va por otro lado.
Obvio. Flasheé porque está el Ruso Verea. Cuando empecé a tocar la guitarra tenía 11 años, él estaba en La Heavy Rock and Pop y era mi ídolo. Lo escuchaba todo el tiempo porque siempre conocía grupos nuevos y en esa época no había mucha data de metal, entonces para mí era sagrado: todas las noches (estaba a las 12, creo) cerraba la puerta de mi habitación y los ponía. O escuchaba Hermética, Sepultura, me encantaba eso. La cosa es que venía Sepultura a tocar acá, yo quería ir y mi vieja me dijo que no me iba a llevar: “si conseguís a alguien que te lleve, vas”. Justo vino una amiga de mi hermana a visitarla a casa -mi hermana es cuatro años más grande que yo-, y la piba cayó con el novio, que tenía una remera de Megadeth. Entonces yo le dije “ey, che, ¿cómo va, todo bien? ¿No querés llevarme a ver a Sepultura?” (Risas). Y el chabón me dijo que sí, así que fuimos. Cuando terminó el recital, la banda se fue antes de hacer los bises y yo me fui para el fondo a tomar un poco de aire. Llego al fondo y me dicen “che, ¡¿vos qué haces acá solo?!”. ¡Era el Ruso, mi ídolo! (Risas). “¡Eh, qué hacés Ruso!”, le dije, y el chabón me agarró y me sentó con ellos, estaba con otra gente de la radio o de grupos, no sé. Yo no lo podía creer. Estuve ahí, en las rodillas de este tipo…
¿Viste el resto del show con él?
No, cuando salieron a tocar lo empecé a patear como diciendo “bueno, bueno, arranca el recital”. Y él tiró “claro, cómo va a querer estar acá sentado en las rodillas de un viejo, quiere ir a ver el show. Este pibe va a ser rockero” (risas). Esa historia me quedó grabada y ahora que estoy con la peli, tengo que hacer la música emotiva de unas escenas en las que él está alentando a su equipo, me parece muy raro. Esta película es la ópera prima de Mariano Fernández y Gastón Girod, a ellos les conté la historia pero al Ruso no lo conocí (risas). Por suerte salen algunos trabajos así.
¿Y con Los Espíritus ya tienen material para otro disco, cierto?
Con Los Espíritus estamos a pleno, tenemos muchos temas. Calculo que vamos a grabar en abril, se va corriendo la fecha porque ya teníamos la lista y aparecieron un par de temas nuevos, míos y de Santi [Moraes], que cayó con dos o tres que están buenísimos. Entonces nos dijimos “estos temas tienen que estar sí o sí, ¿para qué vamos a ir a grabar ahora?”. ¡Espero que en algún momento dejemos de hacer canciones! (Risas).
Lo que decías de grabar todo en su momento para que no se terminen sumando cosas. Sino no terminás más, o cambia mucho lo que tenías en un principio.
Había una frase de Tom Waits que decía que las canciones eran “como llevar agua con las manos” al estudio porque si no las grabás rápido, cuando llegás no te queda nada de eso que tenías. Acá se tiene un concepto de las producciones más careta, un concepto del pop y de la música que para mí es aburridísimo, esa cosa de controlar todo: están todos obsesionados con lo profesional, lo que está bien y lo que está mal. Me parece que hay una especie de moral rockera que poco tiene que ver con el rock. Yo me siento mucho más identificado con el punk, aunque me guste hacer muchas baladas: me gusta la balada porque me parece que es algo que me sale naturalmente y no tengo historia con eso. Pero cualquier cosa que hago tiene una especie de raíz punk, aunque sean boleros. Porque la verdad… no tengo ganas de tocar punk (risas).
Es más un concepto que un género en tu caso.
Para mí es una ideología, me quedo con toda la parte de estilo de vida. Empecé a tocar en grupos a los 14 y recién me empezó a interesar lo que hacía a los veintipico, toda la otra etapa para mí era como ir con mis amigos y hacer quilombo. Como algunos se juntan y van a jugar al fútbol, a mí me gustaba ir y hacer canciones con dos o tres acordes (los que sabíamos). Después inicié una búsqueda personal, de hacer canciones que dijeran cosas que yo quería decir y que no siguieran los patrones de los géneros. Porque cada género tiene sus lógicas y sus morales: los heavys no van a hablar de cosas femeninas; los punks no van a decir que de vez en cuando toman Coca-Cola. Cada cual dice su chamuyo, y en realidad somos chabones que viven en una ciudad y hacen cosas bastante básicas y normales.
De hecho, está la anécdota de tu viejo cuando le llevaste tus primeras canciones, de viajes en el tren y demás…
Me dijo que yo era un derrotista (risas). Le dije “qué querés boludo, viajo en tren todos los días a trabajar a Florencio Varela, están todas las ventanas rotas, veo nenitos de cinco años sin ropa”. Para mí era muy chocante todo. De hecho, eso quedó en canciones que nunca se mostraron, un disco que se llama Vía Temperley que ni siquiera está subido a Bandcamp y que en las versiones que yo tengo algunos temas saltan porque se me rompieron los CD, y como había pasado el tiempo no me reconocía ni la voz. Nunca me dieron ganas de regrabarlo. Pero en ese momento yo estaba sorprendido porque pasaba de tocar punk a tocar con un tecladito de juguete -que era lo que había en mi casa- y una guitarra criolla, para no tocar la eléctrica y despertar a alguien a la noche.
¿Te grababas de noche mientras todos dormían?
Sí. Estaba contento porque iba a la escuela nocturna. Fui muy mal estudiante: hice turno mañana, turno tarde y turno noche (risas).
Y no quedaban más, si no hubieras ido al turno siguiente (más risas).
Claro. Entonces a lo último mi viejo me dijo “mirá, loco, tenés que trabajar y no vas a estar estirando esta cuestión de la secundaria”. Hice el último año en la nocturna, trabajando de día: ahí empecé a hacer esas canciones que se pegan más a todo lo que hago solista, lo que está en el Bandcamp. Mi viejo me pagaba 15 pesos por día, en ese momento era un montón porque la Quilmes salía 2 pesos y yo lo único que quería era comprar cerveza (risas). Vivía con mi vieja acá, mi viejo vivía en Berazategui y tenía la distribuidora mayorista en Varela. Les vendíamos a los buscas, a los repartidores, los que vendían en los trenes, los que se ponían un kiosquito… Ahí me empecé a curtir, porque acá era medio nene mimado y allá tenía que plantarme con tipos que no te querían pagar; todos quieren pasarte por encima. Pero aprendí mucho de la vida real.
Fueron dos revelaciones en simultáneo, la de esa vida real y la de las canciones.
Sí, fue así. Nunca quise ir a la secundaria, no me aportaba nada. Lo único bueno que me pasó fue tener a Mónica Melo, una profesora de literatura que nos hacía leer cosas alucinantes. A Charles Bukowski y más: Henry Miller, Raymond Carver, Ítalo Calvino, Antonio Tabucchi. Hacía cosas que estaban fuera de programa. Nos dio un fragmento de un poema de Bukowski pero como yo pegué una onda especial con ella y tenía un interés, me decía “de éste leé esto”, entonces yo iba y compraba los libros que me recomendaba. Me re abrió la cabeza. Y lo otro que pasó fue que ahí conocí a Santi, mi mejor amigo y con el que ahora hicimos Los Espíritus. Esto fue en el secundario de la tarde. Lo mejor fue el turno noche, un nivel de impunidad absoluta: eran todos chorros, barrabravas (risas). Había gente grande, me hice amigas que tenían 50 años, era muy divertido. Me quedaron algunas materias colgadas de ahí, igual nunca necesité el título secundario porque sabía que no quería estudiar ninguna carrera.
Sin embargo estudiaste música, después.
Gracias a mi viejo, estuvo buenísimo porque cuando estudié música me cambió la cabeza. Iba a la Escuela Popular de Música del SADEM. Fui dos años, hasta que una semana me pudrí de todos los profesores, tuve varios desencuentros y me fui. Pero me gustó porque rompió esa fantasía de los géneros, empecé a entender la composición y a darme cuenta de que había canciones de grupos punk y de los Beatles que tenían los mismos acordes, las mismas cadencias; me di cuenta de que en el folclore y en el rock había estructuras que eran las mismas, aunque después haya arreglos o instrumentos que van en uno y no en el otro. También descubrí el tango, el jazz -a Django Reinhardt, a Oscar Alemán-, y todo eso me abrió la cabeza, me abrió una puerta gigante. Y destrozó todos esos mitos con los que justificaba los gustos que tenía, que eran simplemente gustos. En ese momento, capaz leía que Lou Reed y los de la Velvet Underground no sabían nada y decía “entonces yo tampoco tengo que saber nada”.
Además eso es mentira. John Cale, por ejemplo, estudió música y tocó con músicos minimalistas como La Monte Young.
Y además es una estupidez. A los periodistas les gusta escribir ese tipo de cosas, crean realidades a partir de eso… y crean generaciones de forros que no saben tocar una mierda (se va tentando hasta no poder hablar más). ¡Entre los cuales estoy yo! (Carcajadas). Cuando estudié me rompieron un poco ese mito y, más importante que eso, me di cuenta de que no sabía nada de música: no sabía cómo estaban hechas las escalas; no sabía quién era Bach; no sabía que además de las 12 notas que usamos en Occidente podía haber muchísimas notas más, que entre Do y Do sostenido también hay un montón de notas. Cuando empezás a darte cuenta de eso no hay mucha diferencia entre Madonna y Megadeth (risas). Las reglas son las mismas, las podés combinar para el lado que vos quieras pero lo más importante de todo es lo que vos querés decir. Ésa es la gracia: decir lo que vos realmente tengas ganas porque es un sentimiento tuyo que no podés dejar afuera de eso que considerás “tu obra”. Estudié dos años nomás, ojo.
Dos años es un montón, se puede aprender mucho.
Sí, entendí de qué se trataba la cosa. No es lo mismo agarrar la guitarra y sentir que estás perdido adentro del instrumento, que decir “bueno, yo agarro este acorde y a partir de este acorde puedo ir para allá”. No sabía las relaciones, ahora es lo que más me gusta. Cuando me puse a sacar “El día que me quieras” -siempre me gustó- vi la cadencia de acordes y la letra que le pusieron y es una animalada; si escuchás las versiones originales y cómo están grabadas, es tremendo.
Igual hay otro síndrome de los músicos: hace poco vi un video de una cantante, no me acuerdo quién era, que arrancaba con solos de todos los músicos. Solo de violín, después de bandoneón, después de piano y recién ahí cantaba ella. ¿Quién quiere escuchar un solo de todos esos salames porque estudiaron en no sé dónde? ¡Respetá la puta canción! (Risas). En ese sentido sí entiendo eso de decir “no aprendas de más”, aunque no creo que sea gente que aprendió de más: son sesionistas. Hay tipos que, como son buenos lectores de partituras, los llaman sobre la hora. Los contratan y tocan. Me parece que subestiman las obras que están tocando y lo que sale es una poronga total que les da de comer. Todo bien, pero estás tocando una canción que hizo un chabón... En ese sentido prefiero a tres pibes tocando la música más desorganizada y caótica pero que la están pasando bien, que esos súpervirtuosos. Son peores, porque si se supone que sabés tanto y no te preocupa lo que estás haciendo…
Significa que en realidad no sabés nada.
Mientras más sabés, más responsabilidad tenés. Y hay un montón de esos, están siempre en el ámbito del jazz, del tango. Cuando empecé a estudiar me dio curiosidad ese ámbito, pero son lugares donde la cerveza está más cara, donde toda la gente está repaqueta, donde no pasa absolutamente nada. Me siento mucho más identificado en el ambiente del rock, más afín. Aunque ahora eso está cambiando por suerte, hay lugares donde tocan bandas de jazz y no está esa frivolidad. Es que si lo pensás ¡en el jazz son todos una manga de drogadictos, de heroinómanos! ¡Son peores que los rockeros! (Risas). Ves a los músicos serios de jazz y pensás en los que lo inventaron, eran todos negros que se iban de joda y se la pasaban tocando de bar en bar, tenían una vida súper bohemia y nocturna. Por supuesto que estudiaban y se dedicaban a su instrumento, pero por una pasión.
No para demostrar.
Es que la música es para adentro, no es para afuera. Las armas son para afuera, los instrumentos son para uno mismo: lo hacés porque te gusta. Si lo transformás en un trabajo sin agregarle esa parte fundamental… Otra de las cosas que me enseñó Mónica Melo y me quedó grabada desde esa época fue sobre el trabajo: nos mostró una foto de un tipo que había ganado el Premio Pulitzer. La foto era de un nenito que detrás tenía a un animal que parecía que se lo estaba por comer; el pibito ya estaba desnutrido. Nos contó que el tipo ganó el premio y al tiempo se suicidó: se sintió culpable por estar haciendo una carrera con algo así, porque el pibe se murió de verdad y él sintió que debería haberlo ayudado [Nota: la historia es la de Kevin Carter, fotógrafo sudafricano que ganó el Pulitzer en 1994 por su foto La niña y el buitre. Kong Nyong, el nene sudanés que aparece en la foto, murió en 2007. Sin embargo, en aquel entonces muchos medios lo dieron por muerto y criticaron a Carter por no rescatarlo]. A raíz de eso, Mónica nos pregunto qué era para nosotros el trabajo: ¿un trabajo es algo por lo que te pagan; o es algo que vos viniste a hacer a este planeta? Nos hacía esta pregunta porque éramos adolescentes y nadie te hace esas preguntas a esa edad, te subestiman. Ella te preguntaba eso y ya no pensabas “ay, quiero ser cajero”, “quiero ser doctor para ganar un montón de plata” (risas).
En ese entonces ya tocabas.
Sí, ahí ya tenía dieciséis o diecisiete años. Ya sabía lo que quería hacer pero me flasheó que la palabra “trabajo”, siempre relacionada al dinero y a enriquecerse, de pronto fuera algo nutritivo que podía servir también para ayudar a los demás. Que sea tu función, qué es lo que vos podés dar. Más allá de lo que te decía antes -que la música es para uno- también tiene esas consecuencias. Me pasa cuando veo una película y están descuartizando a una persona con una sierra eléctrica durante media hora... ¿Cuál es el propósito de mostrarle eso a este mundo? Ya tiene eso fuera de la pantalla todo el tiempo. Es jodido, hay muchos dilemas dentro del arte, porque tampoco podés estar pensando todo el tiempo en qué cosas no decir para no ofender. Eso ya sería una locura.
Y a la vez está la supervivencia. Vos ahora tenés una hija y de alguna manera sabés que tenés que trabajar para ella... Se sabe de músicos que dan un giro a su carrera porque les empieza a ir bien y pasan de tener cierta búsqueda a quedarse en un lugar seguro.
Eso es un bajón, pero hay cosas en las que vos ponés la firma y cosas en las que no. Nunca les diría a Los Espíritus “che, hagamos esta canción porque me parece que va a pegar” si es un tema que no me gusta. Eso no tiene cabida dentro de la propuesta del grupo. Pero si me pagaran por componerle un hit a otro tipo, para que lo cante él, capaz me resultaría muy gracioso (se ríe). No creo que nadie me pague para que yo haga eso porque las casas las construyo todas torcidas (risas). Pero si me hicieran la propuesta, haría unas letras... Sería un desafío bastante bueno, me gustaría hacer música para cajeras que tuviera alguna especie de contenido. Igual hay bastante de eso y la gente agarra lo que quiere.
En una nota te preguntaron qué talento desearías tener y contestaste “Estaría bueno aprender a cantar algún día”. ¿Por qué? ¿Tiene que ver con encontrar una voz propia o con una cuestión más técnica? Pareciera que ya encontraste tu voz.
Sí, es verdad... Pero yo no me considero un buen cantante ni en pedo, estoy lejos de serlo. Fue un poco en chiste, lo que importa en realidad es poder hacer que esa letra que escribiste, que la forma en la que pronuncies, haga que las palabras suenen. Y eso, cuando escucho las grabaciones de Los Espíritus, de Prietto Viaja al Cosmos con Mariano, creo que está bien hecho. El asunto es que no pego una nota (risas). En las partes en las que hay que hacer ciertos arreglos vocales, te la debo (más risas).
¿Te gustaría mejorar en cuanto a la técnica?
Sí, mínimamente, para no estar tan al límite. Es algo a lo que me cuesta darle importancia, estoy acá en casa tocando la guitarra todo el día, pero sólo canto cuando ensayo y cuando toco. Es muy raro que cante, como viví mucho en departamentos… recién ahora me estoy soltando un poco.
También insistís en no repetirte y tratar de evitar tus propios lugares comunes. ¿Por eso el nuevo proyecto?
Claro, por eso mismo estamos buscando esta formación para después poder decir lo que queramos decir con un sonido en particular. Con Los Espíritus, después de tanto tocar ya tenemos una idea de cuál es el sonido; con este grupo la idea es generar otro clima para desarrollar otro tipo de lírica. Ojo, eso también corre para Los Espíritus: el segundo disco va a ser distinto al primero, van saliendo cosas nuevas y van virando para algún lugar en particular, sólo que podés imaginar por la forma de tocar de cada uno cómo van a darse ciertas cosas, aunque la base de la canción esté yendo para otros lados. Por suerte, somos todos muy abiertos a recibir lo que se trae.
[Publicado en indieHearts el 13 de febrero de 2015]