Revista Cultura y Ocio

Me bajo en el infinito

Publicado el 26 mayo 2016 por Sasa

bajo infinito

ME BAJO EN EL INFINITO

  
   Fue como si el mundo se hubiera detenido. Estaba segura de estar despierta, pero, aún así, sacudió la cabeza como si acabase de salir del agua. Luego volvió a centrarse en el libro que tenía entre las manos mientras sentía los latidos de un corazón frenético en cada uno de los dedos arrugados que lo sostenían. Me bajo en el infinito, por Helena Montalbán. Con el libro aún sin abrir entre las manos, empezó un paseo sin rumbo por toda la casa, tropezando con cualquier cosa por no poder apartar la vista del nombre impreso en la portada: Helena Montalbán. En medio del pasillo se paró en seco y empezó a inspeccionarlo con una mezcla de emoción y miedo que le recordó cuando era chica y la noche de reyes se imaginaba a tres desconocidos montados en camellos enormes entrando en su habitación, pero habían pasado ya 78 años, ¿o eran 88? ¡Qué más daba! Quitó el forro de portada y comprobó y comprobó que el interior era el que decía ser: Me bajo en el infinito, por Helena Montalbán. Se sentó allí mismo, sin saber si iba a hacerlo en un sillón o en suelo, si estaba fuera, en el jardín, o en el baño; incapaz de pensar en qué lugar de la casa se encontraba, incapaz de despegar la vista de aquel libro.
Se le ocurrió una idea estúpida, que consideró estúpida en el momento de pensarla, pero las circunstancias tampoco eran como para acomodarse en la cordura. Pensó que tal vez se había caído dándose un golpe en la cabeza, y por eso había perdido repentinamente la memoria, olvidando aquel libro y aquella vida. Instintivamente se llevó las manos a la cabeza, pero nada, todo parecía estar bien allá arriba. No podía demorar el momento ni un minuto más, así que empezó a leer: El amanecer la descubrió escuchando el tumulto del mundo desde una lejanía que ya era insalvable. Fue entonces cuando se dio cuenta de que no volvería a salir jamás de aquel jardín. 
Helena siempre había tenido la idea injusta de que si la primera frase de un libro no la seducía, era mejor no seguir adelante. Se dejó cautivar y siguió leyendo hasta que, al amanecer, se tragó la última palabra. Cerró el libro con lentitud, como despidiéndose, y se quedó allí durante un tiempo difuso, incierto, que a ella le pareció infinito. 
Alguien la encontró varios días después, rígida y marchita, sentada en el jardín con su último libro entre las manos. El Alzheimer hace tiempo que se la había llevado. 
ME BAJO EN EL INFINITO 

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