"La
escuela de la era industrial podría definirse como la escuela de la
razón que muestra a los hombres la manera de vivir sin corazón."
Tradicionalmente cualquier padre se ha sentido feliz cuando afirmaban que su hijo era muy inteligente, un lumbreras en los estudios; mis padres decían que yo era "una biblia" pues podía recitar todos los elementos de la tabla peródica o las capitales del mundo. Hoy creo que eso les sirve para muy poco o nada a mis hijos.
He trabajado casi siempre para grandes compañías y siempre ha habido jefes por todos lados, gerentes por aquí y por allá, subdirectores, directores y juntas directivas. Siempre un horizonte al que podía mirar y decidir si quería o no estar allí dentro de un tiempo. Casi todos ellos muy exitosos profesionalmente, unos lumbreras, muy inteligentes, con un puesto muy llamativo, bonita oficina, lujosos coches y casas, pero sus vidas personales dejaban mucho que desear.
Por todos lados he visto intelecto puro y duro que ha hecho organizaciones competitivas, creciendo año tras año, llenando los bolsillos de los socios dueños del letrero. Pero también he visto en casi todos los casos que las emociones habían sido dejadas a un lado mientras que los profesionales se convertían en máquinas productivas. El hombre que hemos visto normalmente en los despachos y oficinas parece desprovisto de sentimientos; y muchos de esos hombres han ingresado en la política y se han convertido en nuestros gobernantes. La escuela de la era industrial podría definirse como la escuela de la razón que muestra a los hombres la manera de vivir sin corazón.
Me costó años entender que nuestra finalidad en la vida no era ese tipo de éxito televisivo, y farandulero que tanto les gusta comentar a las señoras en las peluquerías y con el que sueñan tantos jóvenes despistados hoy día. No es que mi intelecto estuviera enrarecido sino que mi corazón aún no se había secado por completo. Ahora trato de vivir dejando actuar a las emociones, esas que nuestro sistema se ha encargado de anular durante años; y no se trata de usar una máscara, poner buena cara a las cosas, sino de permitir a las emociones básicas una actuación más libre, sin barreras; y me he dado cuenta de que así es como mi máximo potencial puede ser logrado, mis valores íntimos y mis aspiraciones convertirse en motores incansables; he comprendido la profundidad y el poder de las emociones; veo que son una fuente de energía, de autenticidad, de empuje; nos ofrecen información vital continuamente, y en la medida que las conozca mejor y las valore tanto en mi como en los demás, en tanto que comprenda que la retroalimentación que proviene del corazón es más importante que la de la mente, estaré un paso adelante en este mundo de caos que promete llevarnos a la locura.