Revista Sociedad

Meritocracia

Publicado el 23 noviembre 2021 por Salva Colecha @salcofa

Hay que ver, últimamente cuando una palabra se pone de moda parece que hay que usarla para todo. Estos días no tengo yo claro si será cosa del algoritmo de Google que controla el mundo o si es casualidad pero le ha tocado el turno a “Meritocracia”, todos, absolutamente todos la sacan a cuento venga o no a colación, aunque nos intenten con ella vender una mentira como un piano de cola aunque intenten justificarse porque claro, en principio lo de hacer méritos para conseguir algo es lo que debiera ser pero, claro, ¿Quién pone el baremo de los méritos? ¿Llegamos todos a poder conseguirlos? Si quieres te cuento una historieta (prometo no ser muy plomo)

Verás, Hará unos cuarenta años había un jovenzuelo al que “le gustan mucho los libros”, decía don Javier, el maestro de la aldea donde vivía. Era una aldea pequeña y su familia estaba al cargo de un rebaño de cabras, del que vivían (más bien malvivian) pero bueno, se apañaban. Resulta que el mozo tenía que dedicarse al pluriempleo porque en su casa se había de partir uno el espinazo si se quería tener un plato caliente en la mesa. Se levantaba más temprano que el resto, repartía el pienso en los comederos y salía corriendo al colegio, llegaba agotado. Después, cuando ya tocaba acercarse al instituto de la ciudad las cosas empezaron a torcerse. No podía acudir a clase pero se las apañaban como podía. Hasta que un día su padre enfermó y se hizo cargo de las cabras, a duras penas se sacó el bachillerato.

Por aquella época creció otro zagal, de ciudad, en el barrio de Salamanca para más señas. Acudió a los dominicos donde no se sacaba ni gimnasia, pero bueno, dicen las malas lenguas que siempre aparecía su apellido compuesto para solucionarlo. Creció y no hacía más que salir de fiesta y al final, cuando las cosas cayeron por su propio peso, “le dieron” el mismo título de bachillerato que al de antes pero su papá lo puso de oficinista en la empresa que pertenecía a la familia desde su fundación. Ahora es subdirector.

Cuando oigo eso de la meritocracia es que me salta una sonrisa inevitable. Si, es genial eso de que si te esfuerzas, si consigues, llegas a ser algo en esta vida. Es maravilloso eso de que el mérito puede ser un ascensor en esta sociedad. Pero, ¿Te has parado a pensar que hay gente que coge ese ascensor en el tercer sótano y otros que se suben en el segundo piso? ¿Has pensado quiénes ponen el baremo? Me explico. Hay gente que no, que no tiene contactos por muchas vueltas que le des y otras que digamos no parten de la casilla de salida porque ya llevan unas cuantas leguas de ventaja. Dale las vueltas que quieras pero en esta sociedad, por mucho que se empeñen en disfrazarlo los señoritos, no es lo mismo el hijo de un jornalero que se gana la vida día a día que el hijo de un apellido de relumbrón, compuesto a ser posible. ¿Qué no es cierto? Pues no tienes más que ver como hoy en día, en pleno siglo XXI todavía se repiten los mismos apellidos en muchos campos que en el XX o si me apuras que en el XIX.

Me parece que cuando el otro día los señores del diccionario hablaban de meritocracia – con sus apellidos de hidalgo de rancio abolengo, pinta repipi y ese tono autoritario- lo hacían porque igual habían aprendido la palabra esa misma mañana. Aunque mejor pensado y conociendo el percal, seguro que lo que buscaban era que nos creyésemos eso de que se esfuerzan tantísimo para conseguir las cosas y así que pasemos por alto que como es su casta la que puso las reglas, tienen las llaves. Y ya sea dicho de paso, hacernos quedar a la plebe como unos maltrabaja. En su idea de la meritocracia les falta una pieza para que todo encaje y es que no añaden a esta ecuación el principio de equidad ese que decía que no se puede tratar igual a los diferentes (si, ya estamos con Aristóteles) ¿De verdad el mérito se puede medir en función de los resultados si en una carrera un caballo sale 200 metros delante del otro y además al segundo le van embarrando la pista?


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