Revista Cocina

Mezquita de Córdoba

Por Bkik19 @bkik19

Por muchas veces que visitase Córdoba jamás me cansaría. Es una ciudad que ejerce un fuerte magnetismo para todo amante del arte y la historia. Cruzar su muralla, adentrarse en sus estrechas y laberínticas calles, admirar la mezquita o asomarse al Guadalquivir desde el puente romano son acciones que permiten evocarnos tiempos pasados y remotos. Claro está si se goza de una imaginación participativa y del conocimiento de la historia de la ciudad, sus tradiciones y habitantes.

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La mezquita aljama de Córdoba fue encargada por el emir Abd al-Rahmán I en el año 785, tras haber escogido esta ciudad como capital del califato. Fue construida en el terreno de la iglesia de San Vicente, centro episcopal de Córdoba, escogiendo así el lugar óptimo de la ciudad tardoantigua visigoda por su conexión cercana al puente romano sobre el Guadalquivir, del que partían las vías de comunicación existentes. El palacio visigodo colindante a la mezquita fue transformado a su vez por el emir en su residencia. De esta forma unió los centros espiritual y político, a la altura ambos de la importancia metropolitana de Córdoba.

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En las mezquitas aljamas no sólo se rezaba los viernes a mediodía, también se realizaban reuniones políticas y se discutían leyes religiosas y civiles, obligatorias para todo el mundo islámico occidental. En su interior había una fuente que surtía de agua potable a toda la población. Además de estas funciones, se administraba justicia sirviendo de cadalso y exposición de los condenados, en ocasiones se utilizaba como escuela y muchas veces se instalaban comercios a su alrededor. Todo gobernante que deseaba manifestar un vínculo a Abd al-Rahmán I para legitimar su poder, debía demostrar respeto a la mezquita a través de donaciones o construcciones que engrandecieran aún su arquitectura. Por ello esta mezquita sufrió muchas reformas a lo largo de su historia, casi hasta la decadencia del califato.

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Para su construcción, Abd al-Rahmán I reutilizó materiales de antiguas construcciones romanas y visigodas. Edificó una sala de oración con once naves perpendiculares al muro de quibla y un patio abierto donde los creyentes rezaban cunado la sala estaba llena. La nave central era mucho más ancha que las demás, de manera que se resaltaba el eje longitudinal de la mezquita orientado al mihrab. Para acentuar más aún este eje empleó columnas rojas para la nave central y para el resto una alternancia de rojas y negras. No se edificó ningún alminar y se llamaba a la oración desde la torre del palacio. Esta mezquita tenía cuatro entradas, de las cuales, la de los Visires (Bab al-Wuzara) ha llegado hasta nosotros inalterada con el nombre de Puerta de San Estéban. Para las arquerías que separaban las naves empleó una sucesión doble a partir de dos pisos de forma que a cada tramo de la arcada inferior correspondiesen dos de la superior como ya podía admirarse en la Gran Mezquita omeya de Damasco.

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El alminar no fue construido hasta la llegada al poder de Hixem I, hijo de Abd al-Rahmán I, en el 793. Aunque no se ha conservado ningún resto del mismo. Abd al-Rahmán II ordenó una ampliación entre el 833 y el 848 para ensanchar la sala de oración al sur, de forma que tuvieron que derribar el mihrab para añadir ocho tramos. Fue en este momento cuando se utilizaron por primera vez los capiteles islámicos, también denominados emirales. Basados en antiguos tipos de capitel corintio se distinguían no obstante por su delicada ornamentación de fino cincelado.

Años después Abd al-Rahmán III amplió el patio y las galerías destinadas a las mujeres e hizo derribar el alminar construido por Hixem I para edificar otro. De este tampoco se conserva nada excepto una representación en relieve en un escudo del siglo XVI que se conserva en la Puerta de Santa Catalina (la puerta este del patio). Gracias a esta imagen y a fuentes documentales sabemos que era un alminar de planta cuadrada, compuesto por dos partes, siendo la superior más baja y delgada. Remataba en una estructura cupuliforme y en un yamur con dos esferas doradas, una plateada y una pequeña granada.

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La ampliación de al-Hakam II fue la que más engrandeció y embelleció la mezquita. Como hijo y sucesor de Abd al-Rahmán III, inició sus trabajos de remodelación inmediatamente después de ser nombrado califa (en el año 961). Produjo otro derrumbe de la pared de quibla y el mihrab y construyó otras doce naves hacia el sur, reutilizando capiteles y columnas de la construcción anterior. Creó la denominada por los cristianos “Capilla de Villaviciosa” en el primer tramo de la nave central, con una compleja construcción de arcos dobles superpuestos por arcos polilobulados entrecruzados y coronados por una imponente cúpula nervada.

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En cuanto al mihrab, que se conserva perfectamente, consta de un arco de herradura flanqueado por columnas de mármol con capiteles emirales, enmarcado por un alfiz y coronado por una arquería ciega de arcos polilobulados. En el friso de arquillos destacan mosaicos con iconografía de árboles de la vida.

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El arco de herradura se abre a un nicho de planta octogonal abovedado por una gran cúpula. Todo está decorado con brillantes mosaicos dorados y con placas de mármol con relieves vegetales. Se trata de los relieves más bellos y espléndidos de la época califal. Las enjutas del arco poseen grandes arabescos de estuco en forma de medallón. El alfiz tiene inscrita una cita del Corán.

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A cada lado del mihrab situó cinco estancias cuadrangulares a las que no tenían acceso los visitantes de la mezquita. Las del oeste eran utilizadas por el califa como pasaje de seguridad secreto (sabat) que conducía directamente al palacio. Y las cámaras del este servían para guardar tesoros. Encima de estas estancias había un piso superior con once cámaras, donde quizá se archivaran los documentos de la mezquita, aunque no está claro su uso. Hoy en día una cinta metálica en el suelo exterior de la mezquita marca la posición de ese antiguo sabat.

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Ante el mihrab se encuentra la zona de la maqsura, el lugar de oración que se reservaba al califa, cubierto por una gran cúpula gallonada también decorada con mosaicos dorados y azules. Una arcada polilobulada transversal discurría paralelamente a la pared de la quibla destacando esa zona. Fue derribada para construir capillas cristianas y tumbas.

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Llama mucho la atención el intenso programa epigráfico que hay en toda la decoración, fruto de la exaltación propagandística del poder califal. Entre las numerosas inscripciones destacan las fundacionales y las coránicas. Sobre todo, se insiste en la proclamación de la ortodoxia religiosa, contra la herejía y el cristianismo.

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Externamente, la mezquita guarda la apariencia de una fortaleza gracias a sus muros reforzados con grandes contrafuertes y sus almenas. Se trata de contrafuertes meramente estéticos, ya que no tienen ninguna función constructiva. De esta forma, se otorgaba a la ciudad de un aspecto inexpugnable.

La última ampliación fue la de Almanzor (987-988), primer ministro y regente del califa Hixem II. Añadió ocho naves laterales, tapiando las puertas de la fachada este y practicando once grandes aberturas de arco para acceder a las nuevas zonas de la mezquita. Para ello tuvo que ampliar también la longitud del muro sur.

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En 1236 Fernando III transformó la mezquita en catedral, adaptando el templo al culto cristiano. Se creó entonces la Capilla Mayor sin causar destrucciones arquitectónicas. El ámbito de mayor esplendor, el mihrab y la maqsura no fueron tocados. Su reutilización por los cristianos evitó su destrucción. Se crearon múltiples capillas y altares por todo el interior. A lo largo de los siglos fueron estas estancias modificaron su apariencia a través de la colocación de diversos cuadros, verjas, retablos o esculturas. En el siglo XVI se crearon las actuales capilla mayor, crucero y coro gracias al obispo don Alonso Manrique y a los maestros Hernán Ruiz I, Hernán Ruiz II y Juan de Ochoa.

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Hernán Ruiz I trabajó al principio bajo los postulados góticos pero luego se pasó al Renacimiento. Hernán Ruiz II hizo evolucionar el estilo y se conviertió en el artífice de las mayores magnificencias de la nave. Juan de Ochoa finalizó la obra bajo criterios estéticos manieristas, como puede apreciarse en la cúpula del crucero o la bóveda de lunetos del coro.

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En la primera mitad del siglo XVII Alonso Matías y Sebastián Vidal realizaron el retablo mayor y su tabernáculo. Y por último, en 1747 se contrató a Pedro Duque Cornejo para que llevase a cabo la sillería caoba del coro.


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