Revista Vino
Yo no tengo aquello que se suele llamar "espíritu navideño". Dicho en pocas palabras: me parece una memez. Procuro (no siempre lo consigo...) hacer el bien durante todo el año y no espero recibir a cambio más que los efectos de ese bien en las personas con las que estoy. Personalizar, enfocar, mediatizar, segmentar, distribuir en unos pocos días ese "voy a ser bueno, voy a ir con una sonrisa y voy a portarme bien" me parece casi sombrío. Y la cara que me queda, lo confieso, durante estas fiestas y con ese espíritu campando a sus anchas, suele ser la de la imagen superior...
Mi mejor antídoto para superar algunos de estos días suele estar en las mesas y en las copas. Rodearse de personas (tampoco todas, claro...) que te transmiten energía y alegría. Cocinar cosas bonitas. Beber vinos (a ser posible de amigos o de conocidos) atractivos y de los que puedes contar historias, son cosas que me llenan. Este año es especial y quiero contar por qué. Algunos me llamarán ingenuo, otros pensarán que estoy desinformado y que no vivo en la realidad de la calle y del día a día del mundo del vino. Puede que tengan razón. Pero sí vivo mi realidad y sí vivo, veo, leo, charlo sobre mi mundo del vino día a día. Y detecto que esa realidad está cambiando en los últimos tiempos.
Lo escribí (casi más como un deseo) en un post que Vila Viniteca me pidió. Por qué no bebían vino los jóvenes, me preguntaba. Y hubo muchos comentarios interesantes que apuntaban hacia lo mismo y coincidían con una de mis ideas: cada época de la vida tiene sus vinos. Y si acertamos en qué hacemos, en el precio que le ponemos y en quién pensamos para beber según qué vinos, ya no tengo la menor duda: los jóvenes cada vez beben más vino y se interesan más por saber qué beben. Lo comenté hace poco en twitter: comprobar cómo los amigos de mi hijo menor consideran que "beber vino mola", que "saber qué bebes y poder entrar en un restaurante y pedir con fundamento mola", me dejó con el cuerpo contento y pensando que algo se estaba moviendo.
En los últimos días he hecho varias pruebas sin decir que las hacía. Para un grupo de unas 40 personas, algunas de las cuales apenas bebían vino, propuse varios ancestrales de graduaciones alcohólicas entre los 10,5% y los 14%, de variedades más tánicas y vinosas (monastrell) hasta variedades más sutiles y delicadas pero con fuertes aromas de tierra (xarel.lo rojo). Los más jóvenes, aquellos que confesaban que tomaban cerveza o apenas nada, bebieron con alegría y se lo pasaron de primera. No dejaron ni una botella viva y casi todos prefirieron un grado alcohólico más amable y fragancias más sutiles. Pero insisto: en ninguno de los casos, no quedó una botella sin abrir ni consumir. ¡Para mi alegría!
Ayer por la noche, mi hijo mayor (21) me dio la última sorpresa: nunca había manifestado especial interés por el vino, ni tan siquiera en la mesa de casa. De vez en cuando bebía alguna copa pero me daba a mí que era más por las ganas de alcohol que por otra cosa. Me equivocaba...Muchos jóvenes a la mesa también, desde los 18 hasta los 29 años. Propuse de todo: desde uno de los grandes de la DOQ Priorat (cosecha 2006), pasando por burbujas ancestrales y de segunda fermentación en botella (DO Cava y Champagne del Aube) y terminando por un vino dulce de solera de 1954, de garnachas y licoroso. Yo casi pasaba de él...pobre!!! Hasta que se me queda mirando y me dice: "no quiero beber mucho pero quiero probar todo y quiero entender todo". Y: "quiero poder entrar en una tienda de vino y saber qué elijo".
No hace falta que os diga que la cara que llevo desde ayer por la noche y con estas últimas experiencias y comentarios, ha cambiado radicalmente de la de la imagen superior a la inferior. No soy iluso, no soy ingenuo. Sé de dónde venimos y, casi, dónde estamos a nivel de consumo del vino en este país. Pero intuyo, por lo menos desde mi experiencia personal, que algo está empezando a cambiar. Que, como decía mi amigo Juancho Asenjo no hace mucho en Facebook, no podemos permitirnos el lujo de perder a otra generación para el vino. Ahora es el momento de entender qué quiere beber la gente joven. Ahora es el momento de estar dispuestos a llevar cualquier botella, a dar cualquier explicación, a estar en cualquier sitio donde se nos pida que hablemos de vino para hacer que esta realidad, que apenas intuyo, se convierta en algo sólido.
Con los más jóvenes, sepan mucho o poco. Quieran ser profesionales o buenos aficionados. Que no quede una pregunta sin respuesta ni una inquietud sin resolver. Que no deje de abrirse ninguna botella que llame su atención. Ese es mi cuento de Navidad, ésta mi ilusión: estar en la calle y ver el interior de un local hermoso y acogedor, con una mesa alegre y llena de jóvenes, con (pongamos) tres o cuatro botellas de una misma variedad de vino de distintos lugares, comentando y bebiendo, gozando y entendiendo. Lo he visto en otros países: ¿por qué no hacemos que, entre todos, ésa sea una nueva realidad? Puede que sea un cuento de Navidad pero yo quiero seguir contándolo todo el año. Y voy a hacerlo.