Revista Cultura y Ocio
“Cuándo, dónde, cómo ocurre el encuentro del individuo y la historia. Cuándo, dónde, cómo se cruzan los caminos del ser personal y el ser colectivo”. Creo que no exageraríamos al decir que estas cuestiones, que Carlos Fuentes se planteó en el prefacio a Los cinco soles de México, son las mismas que atraviesan toda la obra del escritor mexicano. Y, si llegara a surgir alguna otra pregunta en el camino, terminaría por llevarnos, también, a ellas tarde o temprano. Irremediablemente. Tal es la consigna de Carlos Fuentes: el protagonismo de la historia.
Thomas Nagel escribió alguna vez que todo buen filósofo debe encontrar la obsesión que ha de guiarlo por el resto de su vida. Pues bien: esta afirmación también se aplica a los escritores, y en el caso de Fuentes esta obsesión es la Historia (escrita así, con mayúscula). Basta con revisar cualquiera de sus libros para notarlo: ya sea con la excusa de alguna oscura conspiración de clave policial (como sucede en La cabeza de la hidra), del retrato de las costumbres y supersticiones de los habitantes de la provincia (caso de los cuentos reunidos en Cantar de ciegos) o del repaso del imaginario colectivo del pueblo mexicano (como en Los años con Laura Díaz). Antes de darnos cuenta, ya estamos caminando por los pasillos de la Historia; tal vez porque siempre estuvimos en ellos, y no hay forma de abandonarlos. La obra narrativa de Fuentes parte, siempre, de esta noción de conjunto. El individuo, para él, no puede ser arrancado de su sociedad, y ésta hunde a su vez las raíces en lo más profundo de la suma de los días que dan forma a su pasado. De ahí que, de una forma u otra, siempre nos veamos forzados a volver la vista atrás, a la vieja pregunta por el origen. De esta forma, Carlos Fuentes tiende uno de los puentes más impresionantes (y originales) que se hayan proyectado alguna vez en el terreno de la literatura, dando un paso más allá del mero concepto de “novela histórica”. Y es que, si pensamos en las novelas que escribió, no nos encontramos frente a una trama que se ubique dentro de un momento histórico dado. Más bien, hay que dar vuelta a la moneda: es la Historia misma la que toma aquí la batuta para dirigir a la orquesta; es ella la que absorbe a sus personajes, con lo que los acontecimientos se alzan aún por encima de las pasiones, hasta el punto de asumir el rol protagónico. Si pensamos, por ejemplo, en una novela como Los años con Laura Díaz, no son las pasiones ni los romances de Laura con lo que nos quedamos al cerrar el libro, sino más bien con la forma en que hemos visto, a través de sus ojos, el correr de esos años, entre el aroma a pólvora de la revolución, el eco que llega de la guerra en España y la reconstrucción de la identidad mexicana a través de personajes como Diego Rivera o Frida Kahlo en los albores de una nueva etapa económica. En pocas palabras, que lo que se nos da es un lugar privilegiado para ver cómo los hechos se suceden para ir tejiendo el mosaico al que llamamos “presente”. De más está decir que se trata de un recurso literario peligroso, que puede poner en riesgo la vitalidad de los personajes al reducirlos a meras fichas que ruedan por un tablero demasiado grande. Pero, por suerte para nosotros, Carlos Fuentes casi siempre logra vadear este peligro, valiéndose para ello de su talento como escritor. Las lecciones que aprendió de autores como Faulkner y Thomas Mann le dan un criterio narrativo que le permite atravesar la historia de un país a través de los deseos, temores, romances y desencuentros de sus personajes en cada uno de los momentos de la misma. Así, Fuentes no solo consigue consolidar a la historia como su proyecto, sino que además logra reflejar, a través de la prosa, el sentimiento de distintas generaciones de mexicanos, y aún de latinoamericanos. Como él mismo escribió, en el mismo prefacio que citamos al principio: “La memoria y el deseo saben que no hay presente vivo con pasado muerto, ni habrá futuro sin ambos”.
(Este artículo salió publicado en El Dominical, suplemento cultural del diario El Comercio, el domingo 20 de mayo del 2012. Ya pasó un tiempo desde la muerte de Fuentes, pero nunca está de más rendir otro pequeño homenaje, de paso que sacar a "relucir" las cosas que escribo. En fin... qué vida esta... )