Revista Arquitectura
Hay edificios que lo tienen todo: consiguen ser simultáneamente un manifiesto y funcionar a pleno rendimiento con su programa original, invariable, sin que su radicalidad como propuesta arquitectónica estorbe su día a día, sin peligro de que terminen convertidos en museos. La biblioteca y el centro cívico para abuelos del mercado de Sant Antoni son un buen ejemplo.
Hasta donde sé, el complejo es la primera obra barcelonesa del grupo RCR, que puede ser revisada con dos o tres años de perspectiva, los suficientes como para comprobar su éxito absoluto.
Su emplazamiento no llegaba ni a solar, tan sólo un espacio residual, de perímetro torturado, producto del derribo de un interior de manzana del ensanche al lado del mercado de Sant Antoni. Nunca he sabido cómo era su salida a la calle, porque una de las claves del ensanche es su anonimato. Dentro de una manzana caben des de un hospital a cualquier tipo de vivienda, des de las unifamiliares de lujo a las sociales, naves industriales, mini y macro puticlubs, polideportivos, discotecas, hipermercados, iglesias exentas y entre medianeras, en su tiempo mataderos y vaquerías, palacios y hasta rascacielos. También edificios de Gaudí y plazas de toros. Por tanto, es lógico no saber qué había en frente de este interior de manzana especializado en almacenes de no sé qué.
Actualmente vivimos la efervescencia de un fenómeno que llamo “ensanche 2.0”, al cual se ha aficionado el actual ayuntamiento, que consiste en tratar la historia de la ciudad como un coco que, a lo largo de interminables desgracias impulsadas por Gente Muy Mala, ha desgraciado la idea original de un ensanche platónico con los interiores de manzana públicos, convertidos en parques. Primera mentira: la idea original de Cerdà consistía en edificar tan sólo dos frentes paralelos de edificación, con lo que el concepto “interior de manzana” desaparecía. Segunda mentira: el propio Ildefons Cerdà impulsó la idea de privatizar los interiores, una vez aceptado que todo el perímetro de la manzana iba edificado. Así que el lugar hacia donde tendemos es una ficción histórica que, en cualquier caso, funcionará el día que se acepte como novedad y no como la restauración de lo que nunca fue.
El complejo de RCR en Sant Antoni es otra cosa: su complejidad y su manera de ser proyectado lo ubican dentro del juego de lo que permitía el primer ensanche, edificado por el método ensayo-error, container de programas diversos, siempre circunstancial, rico, variado. Una ciudad, vaya.
El programa de la intervención comprende un centro cívico para abuelos, una biblioteca y una plaza que lo organiza todo. El proyecto queda organizado por una economía de medios tal que, por intensidad, parece de promoción privada. La principal diferencia entre el ensanche y el ensanche 2.0 consiste en que, en el segundo, es más importante el acto de definir, de liberar un patio interior de manzana que su propia utilidad. RR ha decidido apostar por el patio interior de manzana tan decididamente que ha transformado la fachada de su intervención en una puerta. En una puerta de jambas completamente ciegas. Detrás, tan sólo las (magníficas) escaleras de la biblioteca. Nada más. Interesa reforzar el patio interior de manzana, traspasar allí todo el protagonismo. La conciencia de los arquitectos respecto de esto es tal que todo se abre, que todo respira por allí. Sin excepciones.
El otro rasgo que posibilita el funcionamiento del sistema es la dimensión de la puerta: a ojo, debe medir seis o siete metros. Nada de una entrada a un patio interior de manzana sombría, producto de la segregación de un local comercial existente o de la mezquindad de unos arquitectos y promotores que no se creen el jardín: hablamos de una puerta de muchos metros de anchura y diversos pisos de altura. A la calle más alta. Al patio interior, quizá seis o siete metros, no más. No hace falta, ya se ha captado la atención del peatón, que ve perfectamente dónde va y puede aceptar un poco de compresión del espacio para tener una cierta sensación de umbral. Además, esta forma, vista des de fuera, actúa como un embudo barroco que fuerza la perspectiva para que el paso se vea más largo.
1.- La perspectiva queda deformada por la geometría del edificio.
2.- Corrección para que el pasaje parezca más largo.
3.- Solución RCR. Cuerpo bajo al interior. La longitud de la puerta queda acortada ópticamente cortando las fugas con un objeto flotante.
Asegurados el acceso y el funcionamiento del patio interior, el grupo desarrolla un perímetro edificado, una envolvente, que permita disponer el programa requerido.
Esta envolvente se desarrolla en función de dos parámetros: el primero es la disposición del edificio en función de la orientación. El segundo consistirá en la regularización de la geometría del solar, producto del encuentro azaroso de muchos detrases de dimensiones diferentes. Estas irregularidades se usarán, también, para crear la ilusión de un edificio exento en el cuerpo bajo interior. En gran parte de su longitud el edificio tendrá doble orientación, y un patio separará el cuerpo bajo de la medianera. La sensación que da estar en el interior del centro cívico para abuelos es más la de encontrarnos en un pabellón exento en medio del bosque que la de estar inmersos en una trama urbana. Los patios bajan hasta el primer sótano, que tiene tanta luz natural como una planta baja.
El cuerpo alto (la puerta) consiste en dos jambas, que funcionan como gigantescas columnas, asimétricas, la del lado de montaña, que contendrá el acceso a la biblioteca, más ancha, y dos cuerpos que forman el dintel, extendiéndose sin soportes intermedios entre jamba y jamba. El espacio vacío del edificio, propiamente la puerta, es metálico y pintado de negro, pavimento incluido, con algunas partes de vidrio. Para complicar más la volumetría, la jamba ancha continúa sin transición, fundiéndose con el cuerpo interior de la isla, creando la ilusión de un único sólido.
Hasta ahora, todo lo que he descrito obedece a unos condicionamientos urbanísticos muy potentes: la necesidad de usar, de sacar partido a un interior de manzana, de organizar un espacio residual. Pero este no es el encargo que se hizo a los arquitectos. En encargo en sí consistía en un centro cívico para abuelos y una biblioteca. El resto de los esfuerzos (que son los que de veras valen la pena y legitiman la contratación de un arquitecto en vez de la de un aparejador armado de un programa de cálculo de estructuras, o la de un ingeniero agrónomo, y la de los fabricantes de estantes de la biblioteca y sus asesores) son los que convierten el lugar en arquitectura. Pero no de una manera abstracta: son los que llenan la biblioteca de gente. Son los que posibilitan que un centro cívico para abuelos tenga vistas a un patio lleno de niños jugando, los que humanizan el lugar, los que consiguen convertir el negro en un color cálido.
La segunda derivada de esta manera de proceder es más intelectual: RCR desprecia completamente el refrán que reza que “la función hace la forma”. Se limitan a encajar la que el pide el lugar, a procurar que los interiores tengan una medida y una estructura adecuadas, y a colocar todo lo que les pidan en un doble juego virtuoso que da doble función a cada elemento y lo trasciende todo.
El centro podría ser perfectamente la biblioteca, y viceversa. La biblioteca puede ser un pequeño edificio de viviendas. Todo podría convertirse en un CAP. El edificio es exactamente lo que se pide, pero también mucho más.
Una vez colocadas la biblioteca y el centro en su posición final, el grupo caracterizará los espacios como si fuese inevitable que su lugar fuese precisamente “ese” lugar. El centro se aprovecha de las orientaciones cruzadas entre el patios grande y los pequeños para crear diversos grados de intimidad, de la posición del patio central y de la escala interior para dar escala a unos espacios que, de lo contrario, serían grandes y frías. Se está muy bien.
La biblioteca se organiza en vertical, en tres o cuatro pisos superpuestos (servicios comunes en el sótano, acceso y sala de ruido en la planta baja, infantil en la primera y adultos en las superiores). La biblioteca infantil se lleva el puente pequeño, individualizado, más cerca del suelo, y la de adultos el superior, complejo, a varias alturas, que contiene uno de los artefactos diseñados expresamente para la biblioteca: una rampa-teatro donde mirar, donde ser visto, donde hablar, estudiar, donde apoyar el portátil de manera cómoda. El exterior de esta rampa es el dintel superior de la puerta, inclinada, que fuerza la perspectiva para crear una puerta más ancha.
La rampa-teatro se ha reciclado en diversos proyectos, el último de los cuales, que conozca, es el de la sede Layetana de la plaza de Europa en l’Hospitalet, protagonista del artículo anterior. Mientras escribo estas líneas, han empezado a montar el testero con lamas de cor-ten en el mismo plano del último pórtico a toda altura del edificio. Allí, este teatro se transforma en parte del hall.
RCR demuestra simultáneamente que la función no hace la forma y que el diseño des del lugar puede ir acompañado de sus obsesiones y gestos más recurrentes. También funciona porque los arquitectos no se limitan a cumplir: su aventura confunde expresamente la buena arquitectura con el éxito de público sin caer en ningún momento en el populismo demagógico.