Revista Sociedad

Mis moreras (2.0)

Publicado el 18 octubre 2022 por Salva Colecha @salcofa

Otoño siempre ha sido el tiempo del retorno. De la vuelta a la rutina, la vuelta a casa y el retorno a la normalidad, si es que eso puede significar algo en un tiempo en el que no sabemos si mañana nos va a quedar planeta o cualquier loco desnortado nos lo habrá borrado del mapa estelar.

Llega septiembre, los días se acortan, los labradores se afanan en cosechar el arroz antes de que lleguen las lluvias, difícil este año, llevamos retraso y el cielo amenazante parece que va a descargar de un momento a otro. Hasta las nubes no son lo que eran, en otros tiempos sabíamos que si el viento venía de levante la lluvia estaba servida, ahora ni con los avisos de Aemet que se van sucediendo, podemos asegurar nada. Antes, cuentan los viejos, el pueblo se llenaba de “oncles”, personas venidas de todas partes para cosechar a mano, contra reloj, llenaban las calles y las plazas de caras y acentos desconocidos. Ya no vienen, los sustituyeron por esas enormes máquinas capaces de engullir hanegadas y hanegadas de cereal. También entonces cambiaron los otoños. Aunque lo que no cambió es el que la llegada de otoño significaba la vuelta a la vida interior, esa vida que con el buen tiempo sacábamos a la calle y que con el recorte de la luz del Sol vuelve a encerrase en casa esperando tiempos mejores. Como los mueblecillos de las terrazas.

Yo tengo un calendario un poco peculiar. Las moreras del camino del cemeterio. Ellas me indican cuando toca salir a la calle, cuando verdean, y cuando es tiempo de empezar a recoger los trastos de verano. Son los días en los que cambian su verde intenso por un marrón amarillento, introspectivo. Es cuando sus hojas empiezan a caer y nos advierten de que ya ha llegado el tiempo de los días cortos, de la maravillosa melancolía a la que, en el fondo, a todos nos gusta entregarnos de vez en cuando. La necesitamos para reorientarnos. Es importante… Te voy a contar un secreto ¿Has probado a escuchar la lluvia con el coche parado ante las moreras marrones? Y si ya le pones algo de Chopin ha de ser algo parecido al Nirvana ese que nos cuentan.

Mis árboles amigos son listos, tan listos como que se han solidarizado con los días extraños estos que vivimos. Lo saben. Algunas de mis moreras han perdido su color mientras otras permanecen verdes, confusas, igual que los tiempos que vivimos. Me cuenta un amigo que eso es cosa del cambio climático pero yo prefiero pensar que andan liadas con nuestros trasiegos y no alcanzan a entender el ansia que tenemos en autodestruirnos como especie. El problema es que el calendario es inapelable y dentro de nada tendrán que acicalarse para vernos pasar, como todos los años, cargados de flores a visitar a nuestros seres queridos al final del camino, entonces disimularán, harán como que todo está en orden, como si no fuese con ellas, pero estarán disimulando, estoy seguro.

Este año dicen que pintan bastos, puede que no haya flores para los que ya no están, son demasiados ya y no poderemos permitirnolos. Nos tocará ser fuertes de nuevo y poner la esperanza en mis moreras, en que ellas sean capaces de ganar la partida al calendario, de hacer llegar a los nuestros aquello de que a pesar de todo no los olvidamos y conseguir contagiarnos algo de su paz.


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