Hoy en día es más difícil realizar una película de cuatro horas y media que rodar en tres dimensiones. Los exhibidores se han acomodado al formato de menos de dos horas, dado que permite varios pases, y una duración superior plantea problemas para su explotación comercial. Pero todavía existe algún audaz que se atreve, como Raúl Ruiz y además bromea sobre ello, ”la ventaja de que sean 4:30 horas es que uno ya está seguro de que no va a tener multitudes, y eso siempre es agradable“. Bravo, valiente.

Esperemos que se equivoque porque su último trabajo es una verdadera joya y ha sido, justamente, recompensado con la Concha de Plata al mejor director del 58º Festival Internacional de Cine de San Sebastián. Raúl Ruiz, de origen chileno y con más de cien películas en su haber, ha rodado en su país, en Francia, en Alemania, en Honduras, en los Estados Unidos… y ahora lo ha hecho en Portugal. El productor, Paulo Branco, le propuso trabajar sobre una de la dos adaptaciones siguientes: Mistérios de Lisboa, del genial Castelo Branco, o Cosmópolis de Don DeLillo. Raúl Ruiz escogió la primera y David Cronenberg se quedó con la segunda.

El cineasta adora el melodrama y le gustaba el estilo del autor, Castelo Branco, que conocía por el trabajo de Manuel de Oliveira, y su manera de trabajar la intriga, el escritor ”instala el melodrama y luego se olvida“. Castelo Branco podría finalizar muy mal sus historias pero lo hace de otra manera “abruptamente, ni bien ni mal, las acaba y pasa a otra cosa”. No es el caso del director que no deja ni un solo enigma sin resolver y, todo en un tiempo récord, seis meses para preparar y tres para rodar la película.

En el universo de Castelo Branco caben mil y un personajes, un cura de pasado oscuro, una condesa torturada por su marido, un seductor impenitente, una rubia que debe escoger entre tres hombres, una morena cegada por la furia de la venganza y el protagonista de la historia, un huérfano acogido en un colegio religioso y que comienza la historia contándonos que “tenía catorce años y no sabía quién era…”. Raúl Ruiz ha sabido adaptar a la pantalla el universo del “Balzac portugués” con maestría, brío y talento.

Rodada en plena enfermedad, el cineasta creía que sería su última película, “el médico fue lo suficientemente honesto para decirme que la posibilidad de recuperarme era de un 50-50″. Esta circunstancia hizo que se concentrase en lo esencial y realizase una obra que recuerda una tarde de invierno de nuestra juventud, al abrigo del frío y la lluvia, con un clásico de aventuras en la mano (El conde de Montecristo o La isla del tesoro) y la sensación de acompañar al protagonista de la historia en sus mil aventuras. Una pura delicia de un cine extremadamente puro.