Revista Vino
Confesiones de un explorador que quiere compartir. Con la lectura de William Finnegan, Años salvajes. Mi vida y el surf (Barbarian Days: A Surfing Life), Libros del Asteroide, Barcelona, 20173 , traducción de Eduardo Jordá.
P.248: “Un escalofrío de mustia tristeza se apoderó de mí y un dolor que provenía de algo que no era exactamente la añoranza. Tenía la sensación de haberme salido de los límites del mundo conocido. Eso no me importaba: había muchas maneras distintas de cartografiar el mundo”.
P.249: “cerré los ojos. Sentí el peso de los mundos sin cartografiar, de los lenguajes por nacer. Y eso era justamente lo que yo iba buscando: no lo exótico, sino el vasto conocimiento que te permite descubrir lo que cada cosa es”.
Hay vinos y personas que te permiten
cartografiar sensaciones sin haber pisado la tierra donde crecen las uvas que las provocan.
Reconocer a esos vinos y personas porque compartes la intimidad que se encuentra en su nacimiento. Sin conocer físicamente a la persona que los hace.
Descubrir y conocer lo que cada cosa es más allá de las fronteras de lo reconocible porque sientes realmente qué es. Y porque lo sientes sin que nadie te haya dicho nada, sabes.
En el mundo de las sensaciones, se llega del sentimiento al conocimiento través de la energía de la emoción.
Sin emoción no hay sentimiento ni conocimiento ni reconocimiento.
¿Cómo cartografiar una emoción sin brújulas ni mapas? ¿Cómo describirla? Cómo ponerle palabras y situarla en un mapa que no existe? Nadie te lo puede contar. Yo sé cómo “poner alfileres”, que son palabras, en un mapa por dibujar, en un vino que no conocía, en una persona a la que no había encontrado jamás. Todos podemos hacerlo a partir de nuestro sentimiento y nuestros recuerdos. Y con nuestras palabras.
Cada palabra está por nacer para llenar de contenido los lugares de un mapa de emociones que todavía no hemos descubierto.
La toponimia de un mapa vínico por hacer, de un mundo de sensaciones por cartografiar, llena de sentido y de esperanza la vida del explorador. Nunca sabes cuándo entrarás en un territorio desconocido, pero siempre andas buscando esa puerta.
Por mucho que se empeñen en contarte historias, hay vinos y personas que no te permiten hacer ninguna de estas cosas. Parece que lo tienen todo claro pero no te permiten ver ni sentir.
¿Quién va más a ciegas? Repito (p.249 del libro de Finnegan): “…sino el vasto conocimiento que te permite descubrir lo que cada cosa es”: uastus es un adjetivo latino que significa muchas cosas en una familia de palabras relacionada con la grandeza. Finnegan tiene al océano en su cabeza, siempre, desde niño. Y cuando se usa “vasto” (confieso no tener el original inglés cuando escribo este post: parto de la traducción) para hablar de mar o de grandes extensiones, se alude a algo “que no tiene fin”. El cielo es inabarcable, no tiene fin: es vasto. El océano es enorme y poderoso, la vista jamás puede abarcarlo entero: es vasto. Así también el conocimiento. La capacidad física de cada cual para poseerlo y retenerlo existe, pero la ambición y la voluntad de pisar tierra desconocida para cartografiar nuevas emociones tiene que ser insaciable e inabarcable en cada uno de nosotros. Siempre. Como el cielo o el océano. Tiene que ser, en este sentido, vasta.
La limitación física no puede ser excusa para que el explorador no aspire al vasto conocimiento que le permitirá llegar a la esencia de lo que descubra.
Además: Alice Gregory, “The Riders of the Waves”, en The New York Review of Books, 13 de agosto de 2015 (su recensión del libro de Finnegan en mi traducción):
“Hay un pasaje cerca del inicio de Middlemarch en el que el narrador describe la vista a través de una ventana. Esta descripción es la mejor que he leído yo jamás sobre el placer de conocer un lugar íntimamente: ‘los pequeños detalles daban a cada campo una fisiognomía particular, querida a los ojos de quien la había visto desde la infancia’ escribe George Eliot… Esta capacidad para la familiaridad geográfica conforma un tipo de conocimiento visceral, que se obtiene orgánicamente y que se atrofia con los años… Conocer un lugar a través del corazón es un lujo raramente ofrecido a los adultos”.
Creo, con George Eliot (que fue seudónimo de Mary Anne Evans), que los pequeños detalles son los que te permiten conocer en profundidad lo que sea. Pero también creo (y aquí no coincido con Alice Gregory) que si compartimos la idea de conocimiento como algo que se puede adquirir en la infancia, la juventud o la edad adulta, entonces siempre estaremos mentalmente preparados para una eterna “infancia” exploradora. En realidad, creo que esto es lo que William Finnegan nos propone: mantener una actitud salvaje y atrevida ante la frontera de lo desconocido, querer pasar al otro lado. Encontrar nuevas maneras de cartografiar un mundo desconocido.
“Conocer algo a través del corazón”, del sentimiento y de la emoción, es una puerta que cierto tipo de vinos me abre. Es un conocimiento visceral y muy orgánico, sin duda, muy vinculado a la tierra y a la transformación de la uva. Para llegar a él solo hay que estar dispuesto a verlo y sentirlo todo con los ojos de la “infancia” y con el sentimiento del explorador que se encuentra ante “mundos” por cartografiar y con sensaciones a las que nombrar por primera vez.