Ya se sabe que los domingos son de reflexión de la semana y de repasar acontecimientos para aprender de las rozaduras de los tacones inexistentes y de las heridas por caer ante piedras puñeteras.
Y no sé si se sabe ya, pero lo que sí que voy aprendiendo es que las prisas no son buenas, que los agobios son horribles y que no sé si, a veces, tengo tiempo para disfrutar de mi vida como debería hacerlo. Que el que mucho abarca no siempre aprieta poco y que hoy se me ha pasado por la cabeza replantearme mi forma de ivernar y a lo mejor sigo consejos como estos (aunque viendo las fotos de nuevo, os puedo decir que… nada es definitivo… ). Y que no me comí la magdalena (y sí, ¡es magdalena!) entera por muy deliciosamete prohibida que estuviera, pero disfruté. Bastante.
Se sepa o no, con las gafas empañadas y mi corazón en un puño, grito al cielo de los silenciosos y pongo a mi dedo meñique -tan chiquitito él- por testigo de que jamás de los jamáses volveré a comerme tanto la cabeza por cosas que, finalmente, se llevarán las aguas y las borrajas.
Aunque esto sea una roñosa patraña, aunque sea casi lunes y aunque esta semana me esperen días maratonianos de trabajo. Aunque solo sea por verte sonreír, por reírme al escucharte o por soltar una carcajada. Contigo, y contigo también. Sí, venga.. ¡y contigo!
Pero, sobre todo, contigo, que me lees y que, me veas o no, sé que me sientes.
Y eso ya me saca tres sonrisas, por lo menos.