Revista Arte
Quizás sea la palabra que más escuché durante el taller de fotografía que impartí en Marrakech, el fin de semana pasado. Y esa muletilla, en general, dicha en un tono agresivo se me incrustó en la cabeza y ahora en casa, no paro de reflexionar sobre el porqué de esa actitud.En primer lugar, hay que decir que Marrakech es una prueba de fuego para cualquier fotógrafo. Una ciudad exigente por las dificultades que ponen los locales a cualquiera que se lleve una cámara a los ojos. Y eso hace que sea tan difícil de componer, por sobre todas las cosas, de disfrutar el acto fotográfico.Y es todo un reto ya que hay que naturalizar ciertas técnicas para ser más resolutivo, rápido y adaptarte a esa atmósfera hostil que siempre te persigue en cada minuto de los interminables paseos por la medina. También hay que decir que cada año, Marrakech recibe dos millones de personas y casi todos portan una cámara en mano y con muchos deseos de hacer fotos por cualquier rincón. Supongo que por eso están tan hartos de nosotros. Sin embargo Nueva York, París, Londres, Tokyo o Barcelona también son ciudades muy fotografiadas pero la gente tiene otra actitud y dejan hacer al turista porque entienden que somos una fuente de ingreso.Entonces, ¿qué pasa en Marrakech?, ¿Por qué esa constante hostilidad con las cámaras en los espacios públicos?.Ensayé varias respuestas de tipo religioso, económico, político pero al final las borré. Ninguna me convence porque son contradictorias y generarían debates sin solución.Lo único que les puedo decir es que la fotografía sirve para conocernos mejor, para interaccionar, para disfrutar de la vida. Así lo entiendo yo. Por allí podría haber una posible solución a estas hostilidades. Y, de esa manera, comprenderemos mejor ciertas actitudes incomprensibles como éstas.
Hasta el miércoles!
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