Revista Cultura y Ocio
Por el agujero se ve un cielo azul muy oscuro, con estrellas, pero oscuro… yo no quiero mirar, intento dar vuelta la cabeza pero no lo consigo, entonces el cielo comienza a caerse como si fuera algo blando y pegajoso y yo sé que es el fin del mundo.
-Yo no conocí a mi papá... es que, bueno, fue uno de los desaparecidos después del golpe de Mourão Filho.
-Mierda, Cássia, no sé qué decirte.
-Nada, no importa. ¿Y a qué se dedicaba tu papá?
-Mi papá era médico... pero ya no ejercía más. -¿Por qué? -Eh... decía que estaba cansado, que ya había perdido la vocación, esas cosas.
Muchas veces tomamos decisiones impensadas que modifican bruscamente el devenir de los acontecimientos. Mi reacción fue mentirle a Cássia, ahogar la verdad. En definitiva, yo no tenía la culpa de que mi padre hubiera sido parte del golpe militar que derrocó a João Goulart. Por otro lado, él era suboficial, no tomaba las decisiones importantes. Sé que todos sufrimos mucho por ese tema, tengo un fiel recuerdo de las discusiones que había en casa, los gritos, llantos, recriminaciones.En agosto de1970 mi viejo recibió dos tiros cuando custodiaba a un General de Brigada. Uno de los disparos le perforó el hombro y el segundo le dio de lleno en la cabeza. Fue un milagro que se salvara, pero quedó en estado de coma, nadie se arriesgaba a darnos un pronóstico certero, decían que la Neurología estaba en pañales y que era muy difícil saber qué podía pasar. Lo cierto es que el día menos pensado abrió los ojos y todos festejamos porque creímos que lo teníamos de vuelta, sin embargo, ese despertar sería el inicio de un largo período funesto. Apenas balbuceaba algunas palabras incoherentes y los únicos movimientos que realizaba eran causados por las convulsiones. Su vida se resumía a lo que decidiéramos hacer con su cuerpo, ponerlo acá, ponerlo allá, darlo vuelta, acostarlo. La Previdência Social do Exército se hizo cargo de la internación en una clínica privada de Botafogo, donde, al poco tiempo, falleció. Yo tenía 9 años. Fue justo en esa época en la que se inició mi manía de revisar todo, abría los cajones de los armarios e inventariaba los objetos que hubiera en ellos. Recuerdo que en una de mis primeras búsquedas, arriba del ropero, encontré cuatro tesoros: un uniforme militar, un arma, una revista pornográfica y un documento de identidad en el que estaba la foto de mi papá, pero con otro nombre. Ni me tomé el trabajo de inspeccionar bien cada uno de los objetos, no, me apresuré a colocarme la chaqueta, la gorra, el arma en la cintura y salir a la calle. Me paré en la acera y comencé a hacer indicaciones a los automovilistas. Un vecino le avisó a mi mamá, quien me entró desesperada. Tuve una terrible mezcla de sentimientos. Pena, por el probable castigo que mi familia podía recibir si me hubiera visto la policía. Vergüenza, por lo que la gente del barrio pudiese pensar de nosotros. Miedo, por el peligro que yo había corrido de que me matase algún subversivo. Y, lo peor, humillación, por la idea que se había cristalizado de aquella imagen mía: el hijo del represor que quiere ser como su papito inválido. No tardé mucho en descubrir dónde había escondido mi mamá las otras cosas. El documento apareció dentro de un libro de cocina. Era una cédula de identidad de la República del Paraguay. Allí estaba la foto de mi viejo, vestido de civil y sonriente, pero no era el Sargento Primero Jerson Gonçalves Souza que yo conocía, sino el ciudadano paraguayo Nazareno Samaniego, oriundo de la ciudad Mariscal Estigarribia. Después, con los años, supe que era su identidad apócrifa, su pasaporte de escape en caso de haberlo necesitado (la bala le evitó ese deshonor).La revista pornográfica estaba oculta debajo de un mueble. Hoy me doy cuenta de que no era una revista común, pues solo tenía fotos de una mujer… ¿cómo decirlo?, tocándole las partes a un burro. Esas fotos me produjeron una excitación abrupta, cruda y desagradable. Desde el día en que las vi, cada dos o tres noches, tengo la misma pesadilla: Estoy en la cama boca arriba, de repente se va abriendo un agujero en el techo, como si fuese un papel al que le aplicaran la punta de un cigarro encendido y el hueco comenzase a expandirse más y más. Por el agujero se ve un cielo azul muy oscuro, con estrellas, pero oscuro… yo no quiero mirar, intento dar vuelta la cabeza pero no lo consigo, entonces el cielo comienza a caerse como si fuera algo blando y pegajoso y yo sé que es el fin del mundo, quiero cerrar los ojos, pero los párpados no me responden, me desespero y grito… grito tan fuerte que el sonido parece colarse hasta la realidad, pues me despierto sobresaltado, transpirado y con el corazón golpeando con fuerza contra mi pecho, tomando aire como si hubiera estado largo tiempo sin respirar.Seguramente tendría que haberle dicho la verdad a Cássia, ella lo habría entendido mejor que nadie, pero para qué, pensé, para qué estropear nuestro primer encuentro con todos esos fantasmas que se cruzaban por mi mente como sábanas viejas y sucias. Decidí aplastar la verdad al precio de que pudiese aparecer, algún día, como impulsada por el vigor de uno de esos muñecos con resorte que se esconden en una caja, y me saltara en la cara, ofreciéndome su horrible mueca de payaso burlón.
Entre el 1° de abril de 1964 y el 15 de marzo de 1985, Brasil estuvo gobernado por un régimen militar. Lamentablemente este modelo "inspiró" a otras tantas dictaduras que se esparcieron por toda América Latina. Parafraseando a una amiga: necesitaba exorcizar este texto, pasados unos pocos días, voy a quitarlo del blog. Pido disculpas por no habilitar los comentarios para esta entrada, no tendría sentido que dijese algo más. Muchas gracias a todos.