Revista Cine
No Se Aceptan Devoluciones (México, 2013), primer largometraje como cineasta de Eugenio Derbez, representa un gran paso hacia adelante para el exitoso comediante televisivo y, al mismo tiempo, un claro estancamiento creativo y actoral. De todas formas, no hay que ser adivino para intuir que el balance terminará siendo para él más que positivo: con todo y las evidentes servidumbres contenidas en su opera prima, Derbez se ha apuntado un éxito económico y de posicionamiento personal irrebatible. Lástima que lo haya logrado con un producto tan mediocre. La historia, escrita por Guillermo Ríos y Leticia López Margalli, es un recalentado de El Chico (Chaplin, 1921) y Kramer vs. Kramer (Benton, 1979). El vaquetón Valentín Bravo (Derbez) “trabaja” de gigoló en Acapulco. Cierto día llega a su departamento Julie (Jessica Lindsey), un “amor eterno” que tuvo año y medio atrás y del cual Valentín ni se acordaba. Julie trae una bebé en brazos, le informa a Valentín que se trata de su hija, le pide diez dólares para pagar el taxi y desaparece en ese momento de su vida. Tratando de librarse de toda responsabilidad, Valentín carga con la chamaquita hacia Los Ángeles, en busca de la susodicha mala-madre. Por supuesto, no encuentra a Julie pero sí una redituable y muy peligrosa chamba de stunt-man. Pasan seis años y Maggie (Loreto Peralta) ha crecido para convertirse en una preciosa niña rubia perfectamente bilingüe. La relación entre padre e hija es ejemplar, así que será el momento perfecto para que regrese a sus vidas Julie, quien le peleará la custodia de la niña al desesperado y monolingüe –solo habla español- Valentín. La película, apuntaba, tiene varias servidumbres, algunas funcionales, otras no tanto. Servidumbre a la aparición de algún rostro televisivo –el de Sammy (Sammy Pérez)- nomás porque sí. Servidumbre a los innecesarios guiños a los colegas hollywoodenses de Derbez –una foto con Guillermo del Toro, una supuesta audición de Jesús Ochoa para participar en Gravedad (Cuarón, 2013)- que no agrega nada a la película. Servidumbre funcional al enorme público latino en Estados Unidos, que puede sentir como más suyo a un personaje que tercamente no quiere aprender inglés (“me choca el inglés: siempre lo reprobé en la escuela”). Servidumbre a los cameos chistosones del cine popular mexicano de los 70/80 (Hugo Stiglitz, Rosa Gloria Chagoyán). Servidumbre a una comicidad verbal que se pierde irremediablemente en la traducción (“Cuando Calienta el Sol” recitada por Valentín en el juicio, algún albur dicho por Maggie), pero que hace desternillarse de risa al respetable acostumbrado al estilo de Derbez. Servidumbre a una vuelta de tuerca final tan innecesaria como lacrimógena que, por lo menos desde mi perspectiva, resulta además moralmente inaceptable –aunque, debo aceptar, también dota de cierta lógica a mucho de lo que vemos a lo largo de la película. Hay otro problema, no menor: Derbez funciona bien en su personalidad cómica –la escena en la que trata de abrirse emocionalmente con su productor (Daniel Raymont) mientras al fondo unos enanos están haciendo unas rutinas es de verdad hilarante-, pero no alcanza a ser convincente en la medida que el melodrama avanza en el filme. Acaso porque el trabajo de cineasta y actor haya sido demasiado para Derbez o acaso porque simple y llanamente no es capaz de cumplir con otro tipo de registro, pero cuando se trata hacer llorar, Derbez puede provocar lo contrario: hacer reír. Por eso mismo, apunté al inicio que, con todo y su éxito irrebatible, No Se Aceptan Devoluciones es un paso atrás para Derbez, por lo menos como actor. Vea si no: En La Misma Luna (Riggen, 2007), Derbez resultaba, de lejos, mucho más convincente, acaso porque su personaje no tenía que conmover a nadie, sino comportarse como un hosco y malora inmigrante indocumentado que tenía que cargar contra su voluntad con el chamaco protagonista solovino (Adrián Alonso). Aquí, convertido en el centro no solo cómico sino dramático del filme, Derbez no logra sostenerse por completo.
Dicho lo anterior, Derbez no es un completo incompetente como cineasta: al inicio hay unos enlaces bien realizados, las escenas que muestran el crecimiento de Maggie están bien ejecutadas, hay unos segmentos animados de Jorge de Jesús Pérez Alba genuinamente encantadores y, en general, el reparto funciona bastante bien, con la excepción ya mencionada del mismo protagonista que, al parecer, necesita un director mucho más exigente.