(JUAN JESÚS DE COZAR).- Después de lo que ha “llovido” en relación con la película “Noé”, parecía obligado incluir en el blog una reseña de primera mano. El sexto filme de Darren Aronofski (Brooklyn, New York, 1969), estrenado en España el pasado viernes 4 de abril, provoca en el crítico sensaciones diversas y a veces contradictorias. ¿Cómo explicarlo? Supongamos que su imaginación conserva como modelo de cine bíblico el que realizó Cecil B. DeMille y el de quienes siguieron su estela: “Los Diez Mandamientos”, “Sansón y Dalila”, “La túnica sagrada”, etc; o aquella película de John Huston titulada “La Biblia”, que recuerdo haber visto de niño en pantalla grande. Pues bien, “Noé” choca frontalmente con estos esquemas.
Pensemos ahora en la juventud multipantalla, habitados a una estética de videojuegos, a los alardes digitales, a imágenes que se suceden a la velocidad de la luz… “Noé” encaja perfectamente en ese mundo audiovisual.
Soy consciente de que la mayoría de los lectores de una crítica buscan datos que disipen sus posibles dudas: ¿voy a verla o no? A la vez, ellos deben tener en cuenta que lo que leen no es más que una opinión personal. Dicho esto, hay que mojarse y lo que sigue pretende justificar que sí, que a pesar de tratarse de una película desmesurada, a veces extravagante, con escenas que chirrían y que pueden provocar cierto sonrojo en el espectador “clásico”, “Noé” tiene calidad y buenas intenciones.
La historia original es bien conocida; y a Aronofski, judío que se declara ateo, siempre le impresionó el relato. No es de extrañar, por tanto, que después del éxito de la cruda y sobrevalorada “El cisne negro”, consiguiera una financiación de 130 millones de dólares para su ansiada “Noé”. Aronofski –también guionista junto Ari Handel– ha llevado el texto bíblico a su terreno, de modo que le permitiera desarrollar la gran potencia visual que caracteriza a sus películas. Y, claro, se aleja del texto sagrado: propone una situación familiar algo distinta, presenta unos ángeles caídos que parecen rocosos transformers, introduce un villano (casi de cómic) llamado Tubal Caín…
El resultado es una mezcla de géneros no siempre bien armonizados, pero que generan una escenas vistosas, apabullantes desde el punto de vista técnico, y muy impactantes para el espectador; que se ve arrastrado por las imágenes, el sonido y una épica banda sonora de Clint Mansell, con variados elementos electrónicos, que a veces se antoja algo estridente.
Se dice que Aronofski no ha querido ofender a nadie, y pienso que la película le da la razón. Una actitud que –aparte de las convicciones personales‑ parece inteligente, teniendo en cuenta que para recuperar la inversión realizada, es mejor no fabricarse enemigos. Es verdad que el director inventa; pero, puestos a inventar, ¿por qué no colocar a Noé una segunda mujer jovencita que “animara” el arca?; o, ¿por qué no proponer una disputa entre Sem y Cam por Ila (Ema Watson)? Pues no. La película propone unas relaciones amorosas respetuosas, evita la violencia truculenta y utiliza un lenguaje lleno de corrección (Vamos, que no hay ni sólo taco).
Ciertamente, se nos presenta a un Noé (un creíble Russell Crowe) algo atormentado y oscuro, siempre dispuesto a cumplir la voluntad de un Dios que a veces parece exigirle demasiado, y que no siempre sabe distinguir de sus propios deseos. Y aquí es justo reconocer la aportación al guión del papel de Naameh (Jennifer Connelly), la esposa de Noé, que moderniza el personaje al mostrarla como una mujer fuerte y llena de ternura, el gran apoyo de Noé y de sus hijos, pero lejos de ser una mujer sumisa. Menos interés tiene –a mi parecer– la inclusión de Matusalén (Anthony Hopkins), el abuelo de Noé.
El fulgor de los efectos especiales no oculta los temas de fondo: el plan salvífico de Dios, el pecado y la culpa, el castigo, el perdón; la compasión, el arrepentimiento, la presencia del mal en el mundo y en el propio corazón del hombre. Todo desde una perspectiva elemental, pero meritoria, teniendo en cuenta como está el “patio”. Incluso se apunta el deseo de Dios de hablar con los hombres, que fácilmente nos olvidamos de Él.
¿Noé, un líder ecologista? Desde luego hay una clara reivindicación del cuidado del medioambiente –Noé conserva y construye, mientras Tubal Caín consume y destruye‑, pero no está ahí la clave del filme. En realidad, no deja de ser una película de acción con el pre-texto del famoso diluvio.
¿Será así el cine bíblico del siglo XXI? Supongo que habrá de todo. En cualquier caso, “Noé” no es para nostálgicos, y abre la puerta a un tipo de filmes “religiosos” que –de esto no hay duda– estarán adaptados a los gustos estéticos de las nuevas generaciones.