Revista Cultura y Ocio

Nuestra no comida en la Sidrería Argayo

Publicado el 18 mayo 2014 por Javier De Lara @FValentis

La marca de un servicio lamentableDesde hace ya tiempo teníamos ganas de probar la Sidrería Argayo, situada en el polígono Európolis, en Las Rozas. En parte porque nos encantan las sidrerías y la comida asturiana y en parte porque cuando pasábamos por allí veíamos que solía haber bastante gente sentada en sus mesas. Por un motivo u otro, no habíamos encontrado todavía la ocasión para acercarnos, hasta ayer.
O no. Porque aunque habíamos reservado y todo parecía indicar que por fin íbamos a poder degustar sus platos, nada salió como estaba previsto. Nada más llegar, vimos que el interior del local estaba vacío, por lo que solicitamos que nos pusieran una mesa en la terraza, donde había más animación. Tomaron nota de nuestra bebidas y nos prepararon la mesa. Hasta ese momento, todo iba aparentemente bien.
Fue entonces cuando los ocupantes de una mesa a nuestro lado llamaron, con evidente cabreo, a uno de los camareros. Se quejaban de que no les habían servido uno de los segundos que habían pedido y que ya lo habían reclamado hasta en cuatro ocasiones. El camarero se marchó sin explicarles demasiado y volvió a los cinco minutos, explicándoles que, dado que tenían una comunión en una sala, había habido un problema y el bacalao que habían pedido se lo habían comido los de la comunión, que debían tener mucha hambre y se pillaban todo lo que salía de la cocina, fuera o no fuera para ellos. No les ofreció demasiadas soluciones, salvo que podían esperar un rato a que hicieran otra ración. Evidentemente, nuestros vecinos indicaron que no iban a esperar media hora más y que no querían el plato. Además, nunca se sabía si iba a ser de nuevo interceptado por esos seres hambrientos situados en el interior.
Aquello ya nos pareció bastante lamentable, sobretodo porque el camarero explicó el tema asépticamente, sin dar muestras de sentir el mal servicio que habían ofrecido ni pedir demasiadas disculpas a aquellos clientes. A todo esto, ya habían pasado más de diez minutos desde que nos habían servido las bebidas y nadie se había acercado a nosotros para tomar nota de lo que queríamos comer y eso que hacía tiempo que habíamos dejado de consultar la carta y estábamos con cara de hambre. 
Las mesas donde no nos atendieronPasaron quince minutos más y, a pesar de que había una camarera pasando constantemente por allí, sin que aparentemente hiciera nada de utilidad, nadie hizo amago siquiera de acercarse a nosotros. Incluso salieron el cocinero y su gran panza a saludar a la concurrencia; supongo que para recibir las loas de los comensales, que por lo que vi tampoco estaban por la labor, por lo que ambos se marcharon con paso presto cuando vieron que no estaba el horno para bollos. Pasada media hora de espera, sentí que ya tenía me habían tocado los huevos lo suficiente y reclamé de nuevo que viniera un camarero, que casualmente, fue el mismo que había atendido a los señores que se habían quedado sin un segundo plato. Le indiqué que llevábamos media hora esperando sin que nadie nos tomara nota y que queríamos la cuenta de las bebidas y marcharnos. Se encogió de hombros, indicando sin palabras que se la sudaba completamente y nos la trajo a los dos minutos. Pagamos e hicimos la firme promesa de no volver nunca más. 
Es curioso como un sitio cuyo rango de precios es muy alto, con escasas raciones que bajen de los 15 € (una ensalada de tomate con ventresca de lata cuesta 15 euros, de hecho) se permita ofrecer este tipo de servicio a sus clientes. Puede que tuvieran una celebración que les tuviera muy atareados, pero no es excusa: si no puedes ofrecer un servicio decente, no abras el restaurante al público. 
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