Revista Vino
Descubrir nuevos vinos que te gustan es grande. Descubrir a las personas que están detrás de ellos es mejor. Reconocer que, con el paso del tiempo, esas personas se convierten en tus amigos, es lo más. Y ver, cómo al final de ese proceso, las charlas que los amigos tienen sobre los vinos acaban en una botella cuyo contenido también te gusta mucho, es felicidad. Cuento el proceso porque ha sucedido recientemente. Hace unos meses probaba de unos pequeños depósitos un nuevo albariño, en la bodega de Xurxo Alba (Albamar) junto a Adri (Viñoteca Bagos, en Pontevedra). Ambos, muy amigos, se me quedaron mirando con esos ojillos traviesos que comparten, como diciendo: "y bien, ¿qué te parece?" Les dije lo que pensaba: la habitual radicalidad de las propuestas de Xurxo (acideces de impacto, sabores auténticos y matices gracias al trabajo con lías en inox) se mostraba con mayor verticalidad y transparencia si cabe. El vino, que unos amigos (Adri y Fernando de Bagos) habían pedido a su amigo Xurxo ya está en la calle o quizás tras la barra de Bagos! Se llama Sesenta e nove arrobas 2012 y es una quintaesencia de albariño, que lleva incorporado el ADN de la tierra cercana al océano. Acero. Estilete. Corteza de limón. Sin concesiones. Alma de Xurxo, alma de Albamar. Mar a borbotones. Brisas atlánticas. A pesar de su mirada azul, casi asesina, el vino tiene cuerpo en la boca, tiene entidad y cierta untuosidad. Se entretiene y ramonea en el paladar antes de alegrarte el día, paladar abajo. Recuerdo del patio con limonero. El niño termina sus deberes, se acerca al árbol. Busca. Escoge. El olor de las hojas del limón arrancado. Aromas del desgarro. Exprime con la mano encima del vaso el salvaje limón. Cerca del mar del verano. Agua. Frescor. Sed aliviada. Ajedrea. Sal. Astringencia y carácter.
Era ya noche cerrada. Íbamos en el coche de Xurxo (que es metáfora de su alma, no digo más) hacia una fiesta de la que no sabía nada. Me fueron contando después, pero antes de llegar a eso (que no es tema para este post), Xurxo me interrogó sobre cómo veía las etiquetas de sus vinos. Y le dije, de nuevo, qué pensaba: que me faltaba un poco de congruencia entre los vinos que bebía y aquello que me transmitía el diseño de las etiquetas. También hablamos de las formas de algunas botellas. Por la tarde habíamos estado en el viñedo que más me gusta de los que trabaja, O Pereiro se llama, junto al campo de fútbol de Castrelo, en la desembocadura del Umía. Un sitio especial. Con el tiempo entendí el por qué de la charla: Xurxo tenía en la cabeza su primer albariño de finca y quería darle, no sólo un contenido único sino un nuevo envoltorio y una imagen renovada. Es la que tenéis en la foto interior, presidida por un mazarico. De nuevo la frescura, la brisa marina, la raspadura de limón. Pera limonera y salinidad, matizada por una fermentación maloláctica que se nota más en boca. Y por un trabajo cuidadoso con las lías. Consistencia, solidez y, al mismo tiempo, paso ágil en el trago. Ese perfil de acero de los vinos de Xurxo, matizado por la brisa del mar y la finura de las lías, se ofrece con generosidad en este Finca O Pereiro 2012, ya uno de los mejores vinos de mi amigo.