Nos hicieron creer que lo podíamos todo. Y que si nosotros no llegábamos, ya nos lo alcanzaba el banco. ¿Quién le ponía al banco los billetes en la mano? ¡Ah! ¿Acaso le importaba a alguien?
Nos acostumbramos a cambiar de coche cada año y medio. Mira, estreno Mercedes. ¿Qué le pasaba al anterior? Nada, pero he comprado una casa nueva y con el dinero de la hipoteca me sobra para darle boleto al Ibiza... que a un utilitario le viene grande el garaje de un adosado de todo a cien (millones).
Del armario mejor ni hablamos. Mientras echaban el cierre a Sepu cambiábamos los bolsos de "material" por vuittones: eso de multiplicar el logo ad infinitum dejaba bien a las claras que la portadora de ese cachito de piel pertenecía al selecto club de las mujeres de marcas. Y ya se sabe que lo mejor de comprarse un objeto de lujo no es saciar la gula de capricho, sino darle en los ojos a la vecina de enfrente barnizando sus pupilas con el ungüento pegajoso de la envidia.
Los cruceros dejaron de ser escenarios de papel couché. De pronto, se pusieron al alcance de cualquiera que con una llamada lograse los tres mil famosos euros de un crédito al consumo. ¿Intereses? ¿Subir? ¡Pero a quién se le ocurre que el barco de los sueños pueda convertirse en la patera de las pesadillas!
Pues sucedió. Nos embarcamos en el Titanic sin darnos cuenta. O peor aún: cerrando los ojos, tapándonos con las vendas de ese "quiero y no puedo" que por momentos se transformaba en un "Soy el rey del mundo" tan fugaz como mentiroso. Nuestro mundo era de papel y quien mandaba era un sistema que, con un simple soplido, ha terminado por derribar las cuatro paredes que creímos un palacio.
Toca despertar. A hostias. Sonaron las campanas y no quisimos oírlas. Se estaba mucho mejor escuchando el tintineo de una caja registradora taladrada de agujeros. Nunca fuimos ricos, pero ahora hay que acostumbrarse a volver a las medianías de las que nos sacaron con cantos de sirena afónica: coches que se cambian cuando ya no andan, ropa que se compra porque se necesita, viajes que se disfrutan después de haber ahorrado un año.
Eso no es pobreza. Es solo sensatez. Pobreza es morirse de hambre. Y en eso sí que somos ricos.
[Hace tres meses que se declaró la situación de hambruna en Somalia. Más de 13 millones de personas precisan ayuda en el Cuerno de África y a final de año la cifra podría crecer hasta los 15 millones. 750.000 somalíes corren el riesgo de morir de hambre].
Publicado en Madrid2Noticias.