Revista Cine

Olivier Assayas, cuántas vidas nuevas/I

Publicado el 26 octubre 2010 por Diezmartinez
Olivier Assayas, cuántas vidas nuevas/I
Con más de una veintena de obras, entre el corto y largometraje, con algunos episodios para películas colectivas y algo más de trabajo hecho para televisión, el excinecrítico cahierista vuelto auteur Olivier Assayas merece, por fin, una retrospectiva en México -no completa, pero, bueno: de lo perdido, lo que aparezca- y en la Cineteca Nacional. El ciclo, titulado Olivier Assayas, Cuántas Vidas Nuevas, inicia el día de hoy con su séptimo largometraje, Final de Agosto, Principio de Septiembre (1998) y continuará mañana con su película anterior, su Noche Americana (Truffaut, 1973) particular, llamada Irma Vep (Ídem, Francia, 1996).
Irma Vep, sexto largometraje de Assayas, fue la cinta con la que el cineasta francés se dio a conocer mundialmente. Es cierto que su cine se paseaba por los festivales habidos y por haber, pero la corrida comercial de sus películas no pasaba de Francia o alguno de sus países vecinos. Irma Vep, en contraste, llegó comercialmente a diez países -a México, en el Primer Tour de Cine Francés, por cierto- y muy pronto adquirió una suerte de estatus de culto. Fue esta película, también, la primera que vi de Assayas, a quien le he seguido la pista como he podido, pues buena parte de su cine permanece inédito en México.
Una reflexión sobre el cine en general y el cine francés en particular, Irma Vep nos muestra el abortado proyecto de filmar un remake televisivo de Les Vampires (1915), el legendario serial fílmico de 10 episodios protagonizado por Musidora y dirigido por Louis Feuillade. El director de tal herejía -haga usted de cuenta como si alguien se le ocurriera filmar Psicosis (Hitchcock, 1960) nuevamente cuadro por cuadro- es René Vidal (nada menos que el emblema de la nouvelle vague, Jean-Pierre Léaud), un director que ha vivido tiempos mejores y que ahora es visto por un insoportable periodista de cine como el mejor ejemplo de lo peor del cine francés: alguien que sólo hace películas "para intelectuales", que recibe dinero del Estado para hacer un cine que nadie ve, cuyo único tema es su propio ombligo...
El proyecto, por supuesto, es una insensatez. Sin embargo, el caprichoso Vidal cree que puede haber una oportunidad para rescatar la pureza primitiva de Les Vampires a través de la protagonista ideal: la estilizada superestrella hongkonesa Maggie Cheung. Lo que veremos en apretados 99 minutos de duración es, precisamente, la accidentada y caótica filmación de este remake, condenado inevitablemente al fracaso.
La toma inicial, que se alarga durante dos minutos, marca el tono visual de la película: estamos en el interior de las oficinas de una productora. Mientras un ejecutivo habla al teléfono sobre porcentajes, dinero y salarios, una muchacha trata de convencer a alguien más -también por teléfono- que la película que se está haciendo es una obra de arte. Al fondo, hay una prueba de vídeo a un actor, alguien se pasea con un arma de utilería en la mano y Maggie Cheung aparece en la puerta, desconcertada: acaba de llegar de Hong Kong. La cámara de Eric Gautier panea, cambia de foco, avanza ligeramente, re-encuadra la acción en pleno movimiento, sin corte alguno. Visualmente, la idea queda muy clara: estamos en el inestable, dificil, impredecible, mundo del cine.
Los entretelones de la filmación de una película forma parte de una larga tradición en la historia del séptimo arte. Desde los orígenes de la industria -en los one-reelers de Sennet, por ejemplo- el afán de auto-crítica/parodia/glorificación/desmitificación de los cineastas sobre sí mismos, su profesión, sus compañeros, su propia obra, ha sido persistente y el número de películas alusivas es legión. En Irma Vep, Assayas realiza su propia Noche Americana, aunque de una forma oblicua: es cierto que no faltan los pleitos, chismes e histerias de rigor -dos mujeres del equipo de producción se aborrecen, alguien suelta el borrego que Maggie Cheung se acostó con la bisexual diseñadora de vestuario, Vidal se derrumba cuando ve los primeros rushes de la película-, pero el interés del excrítico no radica no tanto en el mágico y tortuoso proceso de hacer cine -el tema de Truffaut en el clásico ya mencionado-, sino en el amor al cine mismo a través una pieza insustituible por su radical excentricidad. Más cercano a la veta poética que narrativa -Feuillade transitaba por caminos distintos a su contemporáneo más famoso e influyente, Griffith-, el serial Les Vampires aparece como una especie de utópica piedra filosofal fílmico-poética que, sin embargo, no resulta del todo inalcanzable cuando Maggie Cheung se enfunda en su látex negro y, felina, se desliza frente a la cámara.
Assayas tiene fe en el cine y -quién no- en Maggie Cheung. Por eso, cuando su derrotado cineasta colapsado renuncie a continuar con esta locura, el director sustituto -que no quiere a la Cheung como la protagonista, Irma Vep- verá los rushes "trabajados" por Vidal y sabremos que sí se podía, finalmente, hincarle el diente a Feuillade y Les Vampires. Para capturar ese primitivismo irrepetible, sólo había que dejarse llevar por las imágenes, apropiarse de ellas, transformarlas, cual avant-garde dadaísta/constructivista de incios del siglo XX. Si quieres ser un poeta fílmico, tienes que tomar riesgos. Assayas lo sabe bien y está dispuesto a correrlos.
Irma Vep se exhibe mañana en la Cineteca Nacional, a las 16:30, 18:30 y 20:30 horas. La programación completa de la retrospectiva de Assayas, aquí.

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