Revista Cine

Oxímoron e hidra

Publicado el 29 enero 2016 por Josep2010

De entrada la idea de presentar dos amigos que en su senectud mantienen actitudes distintas frente a su momento vital mientras comparten recuerdos comunes, verdades a medias y mentiras inocentes por la desmemoria imputada al envejecimiento podría dar origen a un guión que, filmado con seriedad, conduciría a una película inteligente e interesante.
De una parte, Fred Ballinger es un compositor y director de orquesta que da por finalizada su actividad pública regodeándose en una apatía que le embarga y le sitúa en el polo opuesto al ansia frenética de su amigo de la infancia Mick Boyle, director de cine y guionista que está empeñado en ultimar el guión de la que será, dice, su testamento cinematográfico, su última película.
Ambos se encuentran en un lujoso pero envejecido y mal mantenido balneario suizo cabe los Alpes, paisajes hermosos, tranquilidad y reposo para Fred y reuniones de trabajo de Mick con un grupo de jóvenes ayudantes para conseguir el final perfecto a un guión que llevan meses pergeñando.
Fred y Mick, aparte de amigos del alma, son consuegros: el hijo de Mick, Julian, está casado con Lena, hija de Fred, que se despide de su padre para ir al aeropuerto, pues con su esposo se van de viaje de vacaciones: Lena volverá hecha un mar de lágrimas pues Julian la ha plantado, en el mismo aeropuerto, diciéndole que se va a vivir con la cantante Paloma Faith. Fred y Mick quedan estupefactos y Mick, además, avergonzado y cabreado por la estupidez de su hijo.
Este breve planteamiento deja mucho por contar del ingente material que maneja Paolo Sorrentino en su última película que usa un título inglés, Youth (La juventud) probablemente porque la intención era acaparar repercusión mediática y comercial aprovechando el tirón de la excelente La grande Bellezza, e la que hablamos en su momento, reclamo muy potente que ha devenido en craso error para este cinéfilo que suscribe.
Oxímoron e hidraAcaso Sorrentino pretendía con su película reflexionar una vez más sobre la gente que cuenta con más años y basar su relato en el oxímoron que se huele en el aire cuando Fred, después de recibir la atención del médico del balneario, que le asegura está perfectamente, le inquiere: ¿Y ahora qué? "La juventud" le responde el taimado galeno, dejando perplejo a Fred y decepcionados a nosotros constatando la impresión de hallarnos ante una parafernalia hueca de contenido, propia de charlatanes de feria o mercadillo.
Sorrentino emplea dos horas de nuestro tiempo para crearnos confusión mental pretendiendo convencernos que nos está transmitiendo una idea cuando en realidad, meditada con un poco de perspectiva, uno acaba por descubrir que en esta película el guionista y director -no tiene escapatoria: es responsable- se dedica a tirar cohetes artificiales todo el rato.
La trama está adornada por una serie de personajes colaterales de los cuales el mejor y más sustancioso es el del actor Jimmy Tree pero que no aportan casi nada a la narración, siendo casi prescindibles, como desechables son muchas escenas que Sorrentino nos presenta supuestamente porque han quedado bien fotografiadas, son resultonas, guays, chulas, pero que no conducen a ningún lado, como, por ejemplo, todas las que tienen como protagonista a un Diego Maradona en horas bajas o a una masajista eslava mientras hace gimnasia ante su televisor. Claro que igual se me escapó el significado.
Pero la impresión es el de una hidra de siete cabezas, una por cada elemento distorsionador, cabezas que no vamos a cortar no sea que se multipliquen y acabemos en un pandemonio porque a diferencia del ser mitológico, todas las cabezas, los distintos ramales del guión de Sorrentino, cada uno parece ir por su lado sin una fijación en el objetivo que debería ser aportar unidad a un relato en el que la película aparenta basarse y ése se me antoja un oxímoron que Sorrentino no buscaba ni pretendía y que a la postre deja el conjunto en algo parecido a una feria de vanidades acumuladas sin orden ni concierto, las más excluibles sin merma del conjunto, algunas directamente errores capitales que rompen la lógica pretendiendo quizás una imaginería surrealista que en la anterior ocasión tenía su razón y aquí pesa como una losa turbando el ritmo del cuento. La cantidad de desnudos en lugares públicos del balneario y la prostituta que acude al trabajo en compañía de su mamá hasta las puertas del establecimiento nos quitan cualquier atisbo de realismo y me hacen dudar de las intenciones de Sorrentino al incluir esas escenas tan gratuítas como buscando directamente una calificación "moral" determinada en el circuito estadounidense. Aquí, en Europa, ni nos escandalizamos ni nos las creemos.
Detengámonos en otras cuestiones no tan literarias para observar que la caligrafía cinematográfica de Sorrentino resulta preciosista en exceso, barroca sin sentido ni objetivo y sin que la demasía de imágenes bien fotografiadas haga más que molestar al ritmo; los devaneos esteticistas más que estéticos de la cámara servida por Luca Bigazzi son como las fotografías nítidas pero faltas de emoción y composición, instantes de una cotidianeidad que a nadie importa, obstáculos a una trama que no precisa discurrir en un retablo de las maravillas.
Michael Caine como Fred Bellinger realiza una interpretación fría, pausada, muy de bajo nivel: diríase que el actor no está muy seguro de lo que siente su personaje en cada momento, como si le estuviesen dando el guión por partes, técnica nada novedosa que al efecto no sirve a su propósito: resulta difícil mencionarlo sin señalar escena alguna pero baste indicar que, por ejemplo, cuando sabe del súbito abandono de su hija, casada precisamente con el hijo de su mejor amigo, queda como pasmarote, falto de realidad y lógica. Le han otorgado algún galardón, tal como lo veo, injusto.
Harvey Keitel como Mick despliega su sabiduría de veterano en todas las lides y se le siente emocionado, aliviado, cabreado y disgustado cuando toca y roba todas las escenas salvo cuando aparece como un torrente una Jane Fonda que aprovecha sus cinco minutos de gloria sin miramientos, ya que su papel está bien escrito.
El joven Paul Dano sigue pisando fuerte, resistiendo los embates de la cámara sin inmutarse, en un papel que tiene más de escuchante que de verborreico, dibujado apropiadamente como un secundario de lujo, un mirón que hubiera debido ser representante del patio de butacas para aclarar conceptos y queda en oportunidad para que Dano siga demostrando que no le tiene miedo a ninguna estrella del firmamento cinematográfico mientras actúa más con la mirada que con el gesto, siempre impasible.
El resto del elenco cumple con el encargo, encabezados por Rachel Weisz como la hija de Fred; un paquete de secundarios en el que hay de todo, muchos de ellos felices por los minutos que tienen en pantalla -cuando deberían ser apenas segundos en el mejor de los casos- gracias a la rocambolesca forma de narrar de Sorrentino, apoyado por Cristiano Travaglioli que como jefe de la sala de montaje alguna responsabilidad tendrá, digo yo, por el estropicio final, repleto de escenas que las tijeras deberían haber liberado.
La debacle la termina Paolo Sorrentino gracias a una banda sonora de la que únicamente puede salvarse el videoclip que nos endilgan de Paloma Faith, pues ni los "cover" (ahora llaman así a las versiones) que ofrece el lamentable grupo The Retrosettes dan para más ni las "composiciones cultas" de David Lang -por mucho que lo hayan nominado a premios- tienen carácter para levantar la función: más bien lo contrario, porque los números musicales, excesivos, son otro lastre -otra cabeza de la hidra- más para una historia que a priori podía tener atractivo pero que por falta de alguien que le llamara al orden (aquí es cuando aparecen los defensores de los Productores de antaño) el señor Sorrentino escribe mal y dirige peor.
Si les sobran dos horas, siempre pueden leer un libro. O ver otra película. Una que sea imperdible.

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