Organizando mi versión de estos dos días de accidentado Encuentro Internacional por los Pactos de la ONU, eran recurrentes las imágenes finales de El Padrino II. Allá en Sudáfrica, el mundo llora a uno de los mejores políticos que he conocido. Nuestro General-Presidente, invitado a hablar en el acto luctuoso, exalta el perdón y la reconciliación que definen la grandeza de Nelson Mandela. Mientras, en Cuba, un impresionante operativo policial y parapolicial concienzudamente se daba a la tarea de criminalizar las diferencias, de fracturar un poco más nuestra maltrecha sociedad.
Como he decidido comportarme como una persona libre, y mis visitas de la semana pasada pretendían impedirme la asistencia, adelanté mi llegada a la sede de Estado de SATS en doce horas. Parecerá exagerado, pero sobre la medianoche se estableció un perímetro con controles de acceso y ya en la madrugada hubo personas que no pudieron llegar. Los pocos que lograron evadir los controles, daban noticias de la cantidad de detenidos; por sms también sabíamos de otras actividades y más detenidos. La mañana del día 10, la calle frente a la casa de Antonio Rodiles, sede de Estado de SATS fue cerrada al tránsito en un tramo de cuatrocientos metros aproximadamente y comenzaron a llegar estudiantes de primaria, secundaria y preuniversitario para una actividad festiva por el día de los Derechos Humanos, una movida reactiva del gobierno desde hace apenas un lustro pues se habían dejado ganar la iniciativa de esa celebración por los opositores. Una celebración encartonada como todo lo que no es espontáneo; los muchachos, encantados de estar en una pachanga con música desde Silvio hasta Marc Anthony y no en la escuela. Cuando los ánimos se resecaban bajo el sol sin nubes de este diciembre que se niega al invierno, un reguetón o Laritza Bacallao volvían a poner en movimiento a los muchachos. Me imagino que les habrán citado para una celebración, cuando más, un acto de reafirmación revolucionaria, me pregunto cuántos padres fueron consultados para utilizar a sus hijos menores de edad, a los que muchos supondrían en su aula dando clases.
Entre el bullicio de los altoparlantes y la preocupación por el reporte de más detenciones, pudo celebrarse el panel Periodismo y nuevas tecnologías. Toda la teoría expuesta por el panel la vivimos en la práctica y experimentamos también las carencias: La comunicación vía sms con Twitter y con amigos y familiares, el contacto con medios de prensa, la documentación audiovisual de todo, puertas adentro y en la calle; la falta de conexión a internet –una vez más–, esa herramienta que no nos hará libres, pero nos permite expresar con libertad.Al mediodía del 10, era evidente que no permitirían llegar a nadie más, siempre hubo creativos que se las ingeniaron, pero si me iba, me perdería a Boris Larramendi al día siguiente.
La noche fue muy tranquila gracias al cierre absoluto de la avenida frente a la casa. Desde el amanecer del 11 era evidente que se repetiría el espectáculo en la calle. Para el que crea en las energías, puedo asegurar que el ambiente en la casa era admirable; heterogéneos desde cualquier punto de vista, desconocidos algunos el día anterior. Escalar hombres, hermana montañas, ya lo dijo un cubano disidente.
El sobresalto sobre las once de la mañana se produjo con la salida de la casa de Ailer María, directora artística de SATS, quien anduvo entre los niños pequeños que habían sido alentados a pintar en el asfalto de la calle frente a la casa. Cámara en mano, Ailer caminó entre ellos sin distraerlos ni molestarlos. Inmediatamente, dos paparazzis de la policía política la asediaron y Antonio Rodiles y Gladys su mamá se acercaron de un lado, y un grupo de policías de civil y una de uniforme, del otro. Intercambiaron palabras en medio de la música y parecía que todo se quedaría así, pero delante del portón de la casa en la acera, a Kizzy Macías, del proyecto artístico Omni-Zona Franca, una mujer vestida de civil en un rápido movimiento desde la espalda, le arrebató la cámara con que filmaba y a continuación la levantan en peso (literalmente). Como en las películas, ahí todo parece ralentizarse. Los audiovisuales hablarán mejor y espero que ya estén distribuidos por la red gracias a la solidaridad de cinco sorprendidos estudiantes del crucero Semestre en el mar que fueron pensando ver un proyecto de arte y pensamiento y vieron la cara del lobo disfrazado de Caperucita.
Ailer se había sentado en la calle en señal de protesta y el teléfono de Antonio sonaba sobre la mesa. Atendí las llamadas desde cualquier parte porque la detención de Rodiles, Kizzy, el periodista Calixto Ramón Martínez y el informático Walfrido López se reproducía viralmente por las redes sociales, luego me metí en la cocina a ayudar a preparar almuerzo para una cantidad de gente que en mi vida he cocinado, yo, que soy una pésima ama de casa. Estar ocupada me mantuvo serena.
La exposición de carteles y el concierto se iniciaron dentro de la mayor incertidumbre. Arnaldo y su Talismán y Elito Revé con su orquesta amenazaban con una noche atronadora a juzgar por los enormes amplificadores en la calle. Qué decirles. Debo haber estado ridiculísima coreando a Boris en todas las canciones y rapeando con David D´Omni. A mi edad no suelo sentirme joven con frecuencia, pero anoche canté por mi hijo y por todos los que no pudieron estar. Si la oración tiene algún valor, lo tuvo anoche, pues el rezo de muchos fue que se diera sin incidentes el concierto, y un aguacero total, eso que llamamos un palo de agua, canceló la actividad que se planeara para la calle. Como colofón, la llegada de los amigos detenidos sobre las ocho de la noche, ya ni sé qué hora era cuando nos hicimos la foto con la que cerró informalmente este accidentado encuentro.
Sentí miedo. Miedo por Ailer avanzando contra la turba en una imagen que se me quedará cuando haya olvidado muchas cosas, miedo por mis amigos detenidos a los que había visto tratar con la violencia nacida del odio, miedo por Gladys la dueña de la casa, una mujer de temple a la que la salud no la acompaña, miedo porque aquello fuera preámbulo de mayores, y miedo por mí, que ni teléfono tenía en ese momento para comunicarme con mi familia, que nada sabía de la situación. Miedo porque una cosa es lo que te cuentan y otra lo que tú ves, y muy otra, la que experimentas en primera persona, que no fue mi caso. Tuve un atisbo de la cara sucia de la represión. Pero hasta ahí. Este miedo me hará producir enormes descargas de adrenalina, lo cual seguramente es malísimo para la salud física, pero para la salud mental ha sido un antes y un después.