Tras su paso por el último BAFICI (que la eligió mejor película de la competencia argentina) y antes de participar del Festival UNASUR Cine, Papirosen desembarca hoy jueves 30 en las salas del Malba y del Centro Cultural General San Martín. El documental de Gastón Solnicki pertenece a esa categoría de documentales -Tarnation por ejemplo- que confían en la potencia testimonial del ejercicio autorreferencial realizado con una cámara hogareña y con la anuencia rara vez entusiasta de la parentella. Justamente la opinión del espectador variará según el grado de adhesión a esta apuesta.
El dato de once años invertidos en este proyecto también influye a la hora de comentar el film de un nieto de judíos polacos que escaparon del Holocausto y emigraron clandestinamente a la Argentina. Editar el material acumulado en ese tiempo habrá sido la parte más ardua -y es sin duda la más meritoria- del retrato familiar que invita a reflexionar sobre memoria, identidad, paternidad en un doble contexto íntimo (o privado) e histórico (y social).
De la terrible experiencia de persecución, fuga y supervivencia en la Europa de los añós ’40 al combo de porciones de vida contemporánea que sintetizan la idiosincrasia del porteño judío -o judío porteño- con poder adquisitivo. Así de amplio es el arco temporal que presenta el director a veces con sentido del humor, a veces con un dejo de nostalgia, a veces con presumible intención crítica, siempre con piedad (después de todo, se trata de su familia).
Solnicki combina épocas, texturas, fisonomías cuando intercala fragmentos de viejos videos hogareños entre el material que él mismo filmó a partir del nacimiento de su primer sobrino que ya cumplió diez años. De esta manera nos convierte en testigos privilegiados de una crónica intergeneracional que en algún punto coincidirá con la de quienes descendemos de inmigrantes europeos corridos por la guerra, la miseria y/o algún Estado totalitario.
En este punto cuesta no pensar en la evolución de nuestras propias familias, y en la distancia a veces abismal que existe entre la vida sufrida de nuestros antepasados y nuestra existencia sin mayores complicaciones, a veces narcotizada. En este sentido el ejercicio autorreferencial también es nuestro.
Que conste… Películas como Papirosen también corren el riesgo de provocar un respingo en quienes subestiman esta suerte de subgénero que consiste en documentar la propia vida (o la de algún ser querido) con alguna pretensión artística y/o social. Desde esta perspectiva, la aproximación autorreferencial parece pecar de cierta pereza intelectual en contraste con las exigencias de investigación, escritura, producción, rodaje que suponen películas más convencionales (o menos egocéntricas/terapéuticas).
Entre los espectadores reticentes, algunos reconocemos en la propuesta de Solnicki una experiencia audiovisual movilizadora, interesante. Sin embargo, preferimos otros ejercicios cinematográficos sin ninguna distinción (uno ni siquiera consiguió competir) en la sección oficial argentina del último BAFICI.
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PD. La máquina que hace estrellas de Esteban Echeverría también se estrena hoy jueves (en el circuito comercial).