Revista Vino
El 14 de junio de 2013 entregué a la editorial mi libro sobre vinos naturales en España. Sus páginas contenían la descripción de una utopía, es decir, un " 1. f. plan, proyecto, doctrina o sistema optimista que aparece como irrealizable en el momento de su formulación." En realidad, no era un libro sobre vinos, sino de viajes, y una autobiografía, que mezclaba lecturas con experiencias, viajes con vinos vividos, bebidos y charlados, comprensiones y voluntades para describir un plan optimista y, por supuesto, utópico: en un mundo ideal, el vino que me gustaría hacer era el que describía en la primera parte del libro. Y en el mundo real de la España vitivinícola que he vivido desde 2006 hasta 2013, algunas de las personas, paisajes, viñedos, cepas y bodegas que hacían vinos que se acercaban a esa utopía, eran descritos en la segunda parte del libro.
La tesis era clara y en los últimos días ha sido rabiosamente actualizada por la muerte de García Márquez: José Lezama Lima, "la naturaleza termina engullendo el paisaje formado por Macondo y la casa. En algún momento se rompió el diálogo del hombre con la naturaleza y la estirpe fue condenada a la soledad". En algún momento entre el final de la Guerra Civil y algún Plan de Desarrollo, se rompió en buena parte de España el diálogo entre el hombre y sus paisajes con viñedo. Antonio Saborido lo definió mejor que nadie: "los agros perdidos". Cepas abandonadas o cultivo subordinado a la producción y a la tutela de la industria química y a la maquinaria que permitía pasar menos horas en el campo, abandono de las variedades propias de cada lugar. Pérdida, pues, de parte importante de una cultura vitivinícola centenaria.
El libro quería explicar las historias de algunas de las personas que se resisten (da igual la edad que tengan, cuál sea su condición, el lugar de España en el que hagan su vino, las uvas con las que lo elaboren...) al avance de la monotonía industrial, perseverando en su polisemia artesanal: como decía, Jules Chauvet, el vino, cuanto menos lo toques, mejor. Y en el campo, cuantas menos cosas tengas que hacer, mejor también. No hay añada que se parezca a otra, no hay dos tierras plantadas con un mismo clon que den la misma uva, no hay dos personas que se planteen hacer el vino exactamente de la misma forma. Beberse un paisaje con la menor intervención posible. Eso quería explicar a través de algunas de las personas que lo hacen hoy posible.
Pero han pasado los meses...Han llegado caras nuevas, nuevos viajes, experiencias, nuevos vinos vividos y bebidos. También quedaron personas y bodegas con los que no pude concertar una cita: vinos que ya me gustaban y llamaban la atención antes de entregar el libro pero sobre los que no pude escribir porque no había pisado sus viñedos. Con todos estos momentos, que no pudieron entrar en el libro, he garabateado una libreta. Creo que no voy a escribir otro libro y me parece bonito (sean las bodegas más o menos conocidas: de todo habrá para quien decida pasar por aquí y leer) que en el primer Sant Jordi que el mío va a vivir en la tranquilidad y sin presentaciones, con los amigos que decidieron tenerlo en sus casas, comparta las notas de esa libreta. Aquí van, pues, las personas, bodegas y vinos, que formarían parte de un primer suplemento del libro, con una mínima opinión sobre cada uno de ellos. Como en el libro, se trata de una selección.
Aquellas bodegas que podían haber salido en el libro porque las conocía antes del 14 de junio de 2013, he bebido y disfrutado sus vinos pero no pude visitar por mil razones distintas: Bodegas Dagón, de Miguel Márquez Sahuquillo: él es como su uva, bobal. Bodegas Naranjuez, de Antonio Vílchez: hombre libre con enorme talento. Comando G, de Fernando García, Daniel G. Jiménez-Landi y Marc Isart. Bodega Marañones, de Fernando García y J. Fernando Cornejo: los corazones de la garnacha de Gredos. Bodega y Viñedos Mengoba, de Gregory Pérez: alma borgoñona para la godello. Descendientes de J. Palacios, de Álvaro Palacios y Ricardo P. Palacios: la mencía puede ser, también, suprema y austera delicadeza. Bodega Dominio del Urogallo, de Nicolás Marco: orgullo de terruño y de variedades autóctonas. Azul y Garanza Bodegas, de María y Fernando Barrena y Dani Sánchez Noguè: dominio del desierto, donde también hay frescura. Loxarel Vitivinicultors, de Josep Mitjans: pureza y sabiduría. Casa Pardet, de Josep Torres: el sabor de la tierra. Celler Laureano Serres Montagut, de Laureano Serres: torrente indomable. Bodegas y Viñedos Alfredo Maestro, de Alfredo Maestro: otro torrente indomable. Marenas. Viñedo y Bodega, de José Miguel Márquez: la reflexión y la fidelidad, la perseverancia y la pausa, sabiduría antigua. Ton Rimbau, de Ton Rimbau: la visión y la autenticidad.
Aquellas bodegas que no podían haber salido en el libro porque las he conocido mejor después del 14 de junio de 2013. He bebido sus vinos y he pisado ya alguno de sus viñedos, pero no todos. No les conozco tanto...: Bodega Couto Mixto, de Francisco Pérez Diéguez: en Mandín vive un duende. Ulibarri Artzaiak, de Iker y Asier Ulibarri: la fuerza de la integridad. Mas Candí, de Ramon Galimany, Toni Carbó, Mercè Cuscó y Ramon Jané: creen y llegarán. Celler Jordi Llorens, de Jordi Llorens: su fruta lo dice todo. Clot de les Soleres, de Carles Mora: creo en ellos, sus cepas crecerán y ellos también. Celler Partida Creus, de Massimo Marchiori y Antonella Gerosa: Leonardo son dos, trabajan en el viñedo y en la cocina. Succés Vinícola, de Albert Canela y Mariona Vendrell: el trepat es poliédrico y viene más. Celler Còsmic Vinyaters, de Salvador Batlle: todo. Sedella Vinos, de Lauren Rosillo: otra Axarquía es posible. Almaroja, de Charlotte Allen: Puck en Fermoselle. Sexto Elemento, de Rafa López: esto de Venta del Moro es para estudiarlo con calma. Finca Llano Rubio, Viña Enebro, de Juan Pascual López Céspedes: piedras y cascajo, torrente y cordialidad, tranquilidad.
Adega José Aristegui, de José Luis Aristegui: yo siempre hago caso de Marc Lecha. Quinta Milú, de Germán R. Blanco: qué gozada de fruta y de hombre. Sicus Terrers mediterranis, de Eduard Pié: a la pureza por la reflexión. Celler Vinya Oculta, de Amós Bañeres: sorpresa y encanto. Alemany i Corrió, de Irene Alemany y Laurent Corrió: su camino es largo, su llegada, mágica. Lagar de Sabariz, de Pilar Higuero: poco pero intenso. Bodegas Cueva, de Mariano Taberner: a la chita callando. Celler Finca Parera, de Rubén Parera: calentando motores. Laboratorio Rupestre, de Eric Rosdahl: procede de una época en que no había separación entre continentes. The Wine Love, de Gonzalo Gonzalo y Mar Cambero: ¡qué bien suena esta Rioja! Clar de Castanyer, de Rafael Sala: discreción e intensidad. Cava Vendrell Olivella, de Joan Manel Vendrell: alegría y reencuentro. Daniel Ramos Wines, de Daniel V. Ramos: talento desbordante. Infraganti Tierra y Vino, de Pablo Parro y Ricardo López: el campanazo que está llegando.
Aquellas bodegas sobre las que, aunque no están en el libro, he escrito en el blog y podrían salir en cualquier sitio...Por supuesto, he bebido y disfrutado sus vinos no pocas veces: Clos Mogador, de René Barbier y Isabelle Meyer: esencia, pureza, libertad, con ellos las cosas tienen un sentido. Mas Martinet Viticultors, de Josep Lluis Pérez: el Leonardo da Vinci del Priorat, su reflexión y su experiencia nos devuelven la esencia. Venus La Universal, de René Barbier y Sara Pérez: con ellos podría cerrarse el círculo en el Priorat. Quiero estar dentro cuando eso suceda. Cellers Joan d'Anguera, de Josep y Joan Anguera: valientes, sabios, raíces profundas, hay que beber su cambio. Castell d'Encús, de Raül Bobet: el que más sabe tenía que llegar a una conclusión así. Bodegas Nanclares, de Alberto Nanclares: bondad, comprensión intuitiva, identificación completa con su viñedo. Adega As Furnias, de Juan González Arjones: emoción, recuperación, alegría de la vida junto al río que fue mar.
Sobre intuiciones no puedo escribir ni recomendar. Primero hay que beber los vinos. Pero tengo anotaciones para seguir buscando. Y creo que se confirma algo que comentaba en el libro: lo que sucede en España, como ya pasara en Francia hace casi 40 años, no es una moda pasajera debida a la crisis económica y sistémica, sino un cambio de actitud: en estas personas, con sus viñedos y paisajes, con sus uvas y vinos, en sus bodegas, la relación entre hombre y naturaleza con cepas se ha recompuesto. Si habláramos del tanto por ciento de botellas en el mercado que esto representa, seguro que sería una cifra muy baja. Pero lo que interesa ahora es destacar la calidad y significado de lo que está sucediendo, no la cantidad. Y está sucediendo. Y está empezando a suceder bien.
¡Muchos libros y muchos vinos para todos!
La primera fotografía es de un viñedo de Barranco Oscuro, en la Contraviesa. La segunda, de Les Tosses, de Terroir al Límit, en el Priorat (de Rafel López-Monné). La tercera, del viñedo de Olivier Rivière en Navaridas, la Rioja. La cuarta, de un viñedo de Bernardo Estévez, en Arnoia. La quinta, de Finca Sanguijuela de Federico Schatz, en Ronda y la sexta, de La Casilla de Juan Antonio Ponce, en Iniesta. Hermosos viñedos, todos ellos. Grandes vinos. Mejores personas.