Revista Cocina
Desde pequeña, Mariana respira música. En su cuna no tenía un móvil con música, sino un wincofon y una colección interminable de discos de rock que escuchaba cada noche antes de dormir.
Su madre no deja pasar una Navidad sin hacerla pasar vergüenza contando la misma historia de cuando era pequeña.
Al parecer, Mariana colcaba todos sus juguetes en formación. Algunos ya tenían efectos sonoros incórporados, otros juguetes eran mudos. Pero con estos últimos no había problema, porque Mariana se encargaba de enseñarles a cantar y después de pasar la respectiva audición, les daba un puesto dentro del coro.
Como es el caso de su oso Vespucio (Tenor).
Mariana, como muchos niños, cantaba bajo la ducha, pero también cantaba cuando se estaba secando, cantaba en la calle, en el colectivo, durante la clase, en el recreo, cuando se lavaba los dientes, a veces, hasta cantaba dormida.
Llegó la escuela primaria y junto con ella, la alfabetización, el análisis sintáctico, las matemáticas, ciencias sociales, naturales, la educación física y ,por supuesto, la clase de música.
El recreo de los martes a las nueve, era el más largo de todos. Tal vez no en minutos, pero sí en incertidumbres, ansiedades, en querer ver de nuevo ese mamotreto de madera siempre cerrado con una llave tan pequeña que parecía de juguete. Esa alfombra de teclas que sentada en un extremo le parecía que no tenía fin. La barba del profesor le daba la autoridad para elegir la canción que todos iban a cantar y al que le guste bien y al que no también.
Pero Mariana estaba contenta en formar parte del coro, sin importar si cantaban “Pipa de la paz” o “el Himno Nacional”. Ella cantaba con todas sus fuerzas, hasta quedarse sin aire. A veces miraba a los costados y veía que al coro le vendrían bien algunos de sus juguetes, como la muñeca Vladimira o su tenor estrella, Vespucio.
En la adolescencia tuvo alguna que otra banda. Ninguna duró más que un verano, es difícil compartir un objetivo en común entre cinco integrantes, cuando ninguno de ellos tiene la más pálida idea de lo que quiere de la vida. En el conservatorio fue conociendo más y más gente. Hoy es ella quien da clases en la escuela. Pero a diferencia del profesor con barba, Mariana nunca deja el mamotreto con llave, porque adora llegar a clase y que ya haya intrépidos que no superan el metro y veinte que se avalanzan a los acordes sin tener miedo a estar desafinando.
Mariana no tiene ninguna alarma en su vida. No porque no tenga compromisos que la obliguen a llegar a horario. Es que ella se encarga de despertarse con su canción preferida y si llaman a su celular tampoco suena como los demás. Si por acaso llega tarde, es porque sabe que nunca hay que perder el ritmo y que en lugar de apurarse, es mejor dejar una nota al aire y retomar el compás cómo si nada hubiera pasado.
Mariana no tiene cable, tiene instrumentos y si vas de visita a su casa siempre terminás tocando alguno. Mismo que no seas un virtuoso de la música, ella te sigue y algo se inventa. Ella siempre dice: “si tienes el suficiente ritmo para caminar, tienes ritmo para la música.”
Su discografía tiene desde singles y LP´s hasta Mp3. Algunos discos incluso los tiene en más de una versión. Entre sus preferidos está el disco The Beatles, también conocido como The White Album por el color de su tapa.
Algunos podrán decir que es clásico de más, pero no por eso deja de ser una gran joya musical, que sigue inflándole el pecho cada vez que lo escucha.
A la hora de cocinar, en sus recetas nunca falta el ingrediente musical.
Por eso antes de ponerse a cocinar, pone PLAY.
El horno ya está caliente. Ella trocea y sala el pato hasta la tercer estrofa de “Back in the U.S.S.R.” Le coloca el romero y lo mete en el horno. Ahora se da el lujo de bailar un poquito: “I'm back in the U.S.S.R. You don't know how lucky you are boy. Back in the U.S.S.R.” y empieza a preparar la salsa de ciruelas.
Coloca aceite de oliva en la sartén y sabe que cuando John cante: “Dear Prudence, won't you open up your eyes?” el aceite ya estará caliente. Entonces coloca la cebolla a rehogar. Cada vez que prepara este plato le causa gracia saber que la cebolla va a quedar cristalina cuando termine “Glass Onion”.
Llegó la hora de poner las ciruelas para que suelten su propia azúcar.
“Ob-la-di, ob-la-da, life goes on, brah!... Lala how the life goes on.” Y Mariana pone una olla de agua a hervir y aprovecha para abrir el horno y poner un poco de pimienta negra.
Espera a que George cante “With every mistake we must surely be learning. Still my guitar gently weeps.” Para añadir el azúcar y el vino y dejar reposar.
Y ya cuando va por la parte de: “I look at you all see the love there that's sleeping. While my guitar gently weeps. I look at you all. Still my guitar gently weeps.”
Mariana añade la mantequilla para que la salsa espese un poco y la deja conservar a fuego bajo para que se reduzca.
Justo en el final de “I´m so Tired” y antes que empiece “Blackbird”, se apura a colocar las papas en el agua, abrir el horno y sacar el pato para bañarlo en la salsa. Lo vuelve a dejar en el horno y decide ponerse a bailar por toda la cocina, cantando y usando la cuchara de palo como micrófono:
“Blackbird singing in the dead of night. Take these broken wings and learn to fly. All your life. You were only waiting for this moment to arise. Black bird singing in the dead of night. Take these sunken eyes and learn to see, all your life, you were only waiting for this moment to be free. Blackbird fly, Blackbird fly. Into the light of the dark black night. Blackbird fly, Blackbird fly. Into the light of the dark black night. Blackbird singing in the dead of night. Take these broken wings and learn to fly. All your life. You were only waiting for this moment to arise, You were only waiting for this moment to arise, You were only waiting for this moment to arise.”
Se olvida del pato y el horno hasta que Rocky entra a su habitación sólo para encontrar la biblia, mientras Mariana abre y hace el segundo baño de salsa.
Mientras John le canta una canción de amor a Julia, Mariana apaga el fuego de las papas.
Las deja en el agua caliente hasta que temine “Birthday”. Entonces las cuela, coloca manteca, sal, leche, nuez mozcada y comienza a pisar. Ella jura que el secreto de su puré es no usar el pisapapas, que con un tenedor basta y sobra.
Se emociona y le dá con más y más fuerzas al tenedor mientras canta:
“Take it easy, take it easy. Everybody's got something to hide except for me and my monkey.”
Y para cuando llega “Helter Skelter” ella sabe que el puré ya está lo suficientemente pisado, pero le es inevitable agarrar el tenedor de nuevo cuando Paul empieza: “When I get to the bottom, I go back to the top of the slide, where I stop and turn and I go for a ride. Till I get to the bottom and I see you again, yeah, yeah, yeah
Espera a que George termine de cantar “Savoy Truffle” y apaga el horno. Comienza a poner la mesa. Sirve los platos y salsea por última vez el pato mientras suena el número nueve repetidas veces.
En ese momento, su marido y su niña entran tarareándo a la cocina con las manos recién lavadas y se sientan a la mesa, no porque Mariana los haya llamado, sino porque Ringo comenzó a cantar “Good Night.”
Aclaración para abogados: El Album “The Beatles” y todas las letras de canciones mencionadas en esta historia son propiedad intelectual de The Beatles.
Por favor, a la hora de pensar en si deberían hacernos juicio o no, recuerden que esto no es más que un simple homenaje.
Arte de tapa: Marcelo Ginni