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Patricia Highsmith: Un juego para los vivos

Publicado el 24 mayo 2010 por Francisco Ortiz
Patricia Highsmith: Un juego para los vivosMatan a un mujer que recibía visitas, caricias y amor de dos hombres que se conocen y se respetan y se consideran amigos. Uno es mejicano y el otro es alemán: Ramón Otero y Theodore Schiebelhut. El primero ama la religión católica. El segundo, aunque de familia rica, parece estar cerca de ciertos postulados existencialistas. Poco después de encontrar a la mujer asesinada, Ramón se confiesa el autor y la policía lo detiene. Pero lo sueltan, porque creen que, aunque se echa la culpa, no mató a la mujer. Desde ese momento, Ramón vive atormentado, empeñado en demostrar que él es el asesino. Y Theodore, que en principio lo señalaba como el más lógico culpable, por su temperamento en ocasiones fácilmente desbocable, decide acogerlo en su casa, ofrecerle de nuevo su amistad, ayudarlo a curarse del mal que le agobia: una culpa sin fundamento.
En manos de Patricia Highsmith, la historia no puede resultar sino fascinante. Con un desarrollo que le debe mucho a "Crimen y castigo", de Dostoievski, pues no en vano hay conversaciones sobre el sentido de la vida, la culpabilidad, la iglesia católica, la libertad que seguramente sin las sabias y resposadas lecturas que la autora hizo del gran maestro ruso no existirían.; con la misma facilidad, con la misma hondura que no cansa ni embota, con la misma sencillez para incluir debates sobre temas eternos (o casi) que Dostoievski, con la misma habilidad para que los personajes sean a la vez ideas personificadas y personajes de los pies a la cabeza, Highsmith enfrenta dos visiones de la vida, dos maneras de sentir, estar y de pensar y, con mucha inteligencia, no deja a ninguno fuera del podio, a ninguno por encima del otro. Resulta fascinante verlos en la intimidad, volviendo a ser amigos, comunicándose con los silencios. No creo que exista otro escritor capaz de contar la normalidad de las vidas de dos seres heridos con la solvencia y la sensación de verdad que muestra Patricia Highsmith a lo largo de este libro que no es una obra maestra pero que tampoco necesita serlo para quedarse en nuestra memoria, para fustigarnos a ratos y a ratos conmovernos, con ese sistema que llamaba con tanto atino Francisco Umbral "el de la rosa y el látigo". Si se reeditan sus obras, si sigue mostrándose inclasificable, incómoda en sus afirmaciones novelísticas, es porque hay Patricia Highsmith para rato. Algún día ya vendrá quien diga que es un clásico universal de las letras.

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