(publicado en Pantalla 90)
Para los que piensen que ya se había contado todo sobre sorprendentes vivencias ocurridas realmente en la guerra, Perdidos en la nieve (2012) cuenta como un grupo de pilotos alemanes e ingleses caídos en un enfrentamiento en un lugar, aislados por el mal tiempo, se ven obligados a entenderse, si quieren sobrevivir. Este tipo de sucesos han sido llevado con éxito a la gran pantalla en varias ocasiones, aunque las más llamativas fueron las que se produjeron durante La Primera Guerra Mundial, por poner un ejemplo: La gran ilusión (1937) de Jean Renoir y Feliz Navidad (2005) de Christian Carion explican como confraternizaron los soldados de ambos bloques, gracias a su fe y su proximidad geográfica, pues eran prácticamente vecinos. La película a la que nos referimos en esta crítica fue montada en 2012, demostrando que en La Segunda Guerra Mundial también ocurrieron hechos similares.
El cineasta Petter Naess, nominado al Oscar a la Mejor Película de Habla no Inglesa por Elling, quería contar una historia de enemigos que se viesen forzados a convivir para sobrevivir. El resultado es bastante positivo, ya que, con un presupuesto no demasiado potente, no sólo entretiene, sino que, de algún modo, confirma que los seres humanos tenemos más cosas en común de las que nos separan y que las ideologías son las que nos alejan. El único problema es que esta película, a veces, nos parece claustrofóbica al desarrollarse entre las cuatro paredes de una cabaña. No obstante, el humor y los buenos diálogos la hacen más llevadera.
El reparto lo componen buenos actores no muy habituales en grandes producciones como David Kross (el protagonista de The reader), Florian Lukas (actor secundario en Good bye Lenin o Lachlan Nieloer (Downton Abbey), si exceptuamos Rupert Grint, el Ron Wesley de Harry Potter, que es el gancho de la cinta. Le pone la chispa necesaria para que el largometraje funcione.
Tras el visionado de la película, uno queda más o menos satisfecho porque transmite valores que podemos aplicar a nuestra propia vida, pues la convivencia no debe verse como un aguantarse los unos a los otros, sino como una forma de corregir errores para entenderse mejor. La clave se encuentra en que estos hombres aprendieron a vivir en comunidad, lo compartieron todo; se ayudaron mutuamente; se sacrificaron cuando la situación lo requirió y se hicieron amigos. Quizás se echa en falta alguna referencia a la trascendencia ante una situación límite.
Como dato curioso, una gran mayoría de los detalles que aquí se narran, los conocemos gracias al testimonio de uno de los supervivientes. El teutón, Horst Schopis, recibió una doble visita por parte del cineasta, lo que le sirvió de inspiración.