Revista Educación

Perspectivas para una mejor calidad educativa – Educar para un sentido existencial.

Por Jorge Prioretti @priotty

Un décimo aspecto para una educación de calidad adaptada a nuestros tiempos es una educación que oriente al educando a encontrar su vocación y sentido existencial a su vida.

Lo más importante en la educación, su objetivo final es quizás esta.

La persona dotado de libertad y con ella, cada uno, tiene que ir creando un "estilo de vida" original, único, tiene que "optar por una forma determinada de conducta en función de lo que pretenda realizar con su vida". Aquello que le dé "Sentido a su vida".
Perspectivas para una mejor calidad educativa – Educar para un sentido existencial.

Muchas son las vivencias de fracaso y de frustración del hombre actual pero la más importante de ellas y sobre todo la frustración existencial.

Víctor Frankl dice que hoy es una época de frustración existencial. La neurosis es, en última instancia, un sufrimiento del alma que no ha encontrado su sentido[2].

La vivencia del fracaso que se manifiesta en el "para qué" de la vida, del "sentido", ha engendrado el hartazgo, ese "hastío que vivimos" que, en nuestras sociedades de consumo en lo más profundo no nos colma como personas.

El hombre sufre la experiencia del vacío y de la nada frente a una sociedad de consumo e industrializada, y cuando más nos encontramos con nosotros mismos más se incrementa, por eso, la tendencia de ocupar nuestro tiempo.

La raíz última de esta frustración consiste, entonces, en no hallarle sentido a la propia existencia. De ahí nace por reacción la necesidad urgente e insuprimible de encontrarle a la vida un significado último y definitivo, de lograr una concepción del mundo a partir de la cual la vida merezca vivirse. ¿Cuál es mi finalidad? Como decía Nietzsche: "Quien tiene un porqué para vivir, encontrará siempre el cómo"[3] .

Hablar del sentido es hablar del valor, de la orientación, de la finalidad de la vida de la persona, de su vocación. "Desde que el hombre se instala en la racionalidad, quiere no solo ser y obrar, sino además saber para qué es y obra, hacia dónde se encamina, cuál es el desenlace de la trama en que se ha visto implicado por el simple hecho de existir"[4].

2.1. La pregunta por el sentido de la vida.

Como educadores debemos enseñar a que los educandos tengan un cambio radical en su actitud hacia la vida. Tenemos que aprender por nosotros mismos y después, que en realidad no importa que no esperemos nada de la vida, sino si la vida espera algo de nosotros. Tenemos que dejar de hacernos preguntas sobre el significado de la vida y, en vez de ello, pensar en nosotros como en seres a quienes la vida les indaga continua e incesantemente. Nuestra respuesta educadora tiene que estar hecha no solo de palabras, sino de una conducta y una actuación orientada por valores. En última instancia, vivir significa asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a los problemas que ella plantea y cumplir las tareas que la vida asigna continuamente a cada individuo.

Dichas tareas y, consecuentemente, el significado de la vida, difieren de una persona a otra, de un momento a otro, de modo que resulta completamente imposible definir el significado de la vida en términos generales. Nunca se podrá dar respuesta a las preguntas relativas al sentido de la vida con argumentos específicos. "Vida" significa algo muy real y concreto, que configura el destino de cada persona, distinto y único en cada caso. Ninguna persona ni ningún destino pueden compararse a otra persona o a otro destino. Ninguna situación se repite y cada una exige una respuesta distinta; unas veces la situación en que una persona se encuentra puede exigirle que emprenda algún tipo de acción; otras, puede resultar más ventajoso aprovecharla para meditar y sacar las consecuencias pertinentes. Y, a veces, lo que se exige al hombre puede ser simplemente aceptar su destino. Cada situación se diferencia por su unicidad y en todo momento no hay más que una única respuesta correcta al problema que la situación plantea.

La búsqueda por parte de la persona del sentido de la vida es único y específico en cuanto es uno mismo y uno solo quien tiene que encontrarlo; únicamente así logra alcanzar la persona un significado que satisfaga su propia voluntad de sentido.

La persona necesita "algo" por qué vivir. La persona, no obstante, es capaz de vivir e incluso de morir por sus ideales y principios. En otras palabras, la voluntad de sentido para muchas personas es cuestión de hecho, no de fe.

Como educadores tenemos que precavernos de la tendencia a considerar los principios morales como simple expresión de la persona. Pues el "sentido de la vida" no es sólo algo que nace de la propia existencia, sino algo que hace frente a la existencia. Si ese sentido que espera ser realizado por la persona no fuera nada más que la expresión de sí mismo o nada más que la proyección de un espejismo, perdería inmediatamente su carácter de exigencia y desafío; no podría motivar al educando ni requerirle por más tiempo. Nosotros no inventamos el sentido de nuestra existencia, sino que lo descubrimos.

El sentido de la vida difiere de una persona a otra. Así pues, lo que importa no es el sentido de la vida en términos generales, sino el significado concreto de la vida de cada educando en un momento dado. Plantear la cuestión en términos generales puede equipararse a la pregunta que se le hizo a un campeón de ajedrez: "Dígame, maestro, ¿cuál es la mejor jugada que puede hacerse?" Lo que ocurre es, sencillamente, que no hay nada que sea la mejor jugada, o una buena jugada, si se la considera fuera de la situación especial del juego y de la peculiar personalidad del oponente. No deberíamos buscar un sentido abstracto a la vida, pues cada uno tiene en ella su propia misión que cumplir; cada uno debe llevar a cabo un cometido concreto, su vocación.

Por tanto ni puede ser reemplazado en la función, ni su vida puede repetirse; su tarea es única como única es su oportunidad para instrumentarla.

Como quiera que toda situación vital representa un reto para el educando y le plantea un problema que sólo él debe resolver, la cuestión del significado de la vida puede en realidad invertirse. En última instancia, el educando no debería inquirir cuál es el sentido de la vida, sino comprender que es a él a quien se inquiere. En pocas palabras, a cada persona se le pregunta por la vida y únicamente puede responder a la vida respondiendo por su propia vida; sólo siendo responsable puede contestar a la vida. De modo que el "sentido de la vida" es la esencia íntima de la existencia humana está en su capacidad de ser responsable.

2.4. La esencia de la existencia.

La capacidad de ser responsable se refleja en: "Vive como si ya estuvieras viviendo por segunda vez y como si la primera vez ya hubieras obrado tan desacertadamente como ahora estás a punto de obrar." Me parece a mí que no hay nada que más pueda estimular el sentido humano de la responsabilidad que esta máxima que invita a imaginar, en primer lugar, que el presente ya es pasado y, en segundo lugar, que se puede modificar y corregir ese pasado: este precepto enfrenta al persona con la finitud de la vida, así como con la finalidad de lo que cree de sí mismo y de su vida.

La escuela debe enseñar hacer al educando plenamente consciente de sus propias responsabilidades; razón por la cual ha de dejarle la opción de decidir por qué, ante qué o ante quién se considera responsable.

La función educativa consiste en ampliar y ensanchar el campo visual del educando de forma que sea consciente y visible para él todo el espectro de las significaciones y los principios.

Al declarar que el educando es una persona responsable y que debe aprehender el sentido potencial de su vida, quiero subrayar que el verdadero sentido de la vida debe encontrarse en el mundo y no dentro del ser humano o de su propia psique, como si se tratara de un sistema cerrado. Por idéntica razón, la verdadera meta de la existencia humana no puede hallarse en lo que se denomina autorrealización, como algo desligada de su propia vida. Esta no puede ser en sí misma una meta por la simple razón de que cuanto más se esfuerce el persona por conseguirla más se le escapa, pues sólo en la misma medida en que el persona se compromete al cumplimiento del sentido de su vida, en esa misma medida se autorrealiza. En otras palabras, la autorrealización no puede alcanzarse cuando se considera "un fin en sí misma", sino cuando se la toma como efecto secundario de la propia trascendencia.

Los seres humanos somos sujetos históricos, tenemos la capacidad de hacernos, construirnos y de hacer y rehacer permanentemente la sociedad. Vivir es hacerse, construirse, soñarse, inventarse, llegar a desarrollar todas las potencialidades. En la actualidad, el conformismo, el gregarismo y la imitación se imponen a través de la publicidad, el consumo y los medios de comunicación. Se hace lo que hace la mayoría, lo que nos indica que hay que hacer. No hay metas, objetivos, sueños, ideales, proyecto. Por eso, es objetivo de la educación es orientar al educando a una vocación de los seres humanos como constructores y transformadores del mundo.

La tarea esencial de la educación es recuperar su misión humanizadora, orientada a formar sujetos autónomos y ciudadanos de la nueva sociedad. Se trata, en consecuencia, de la creación continua de una nueva manera de ser persona.

El ser humano se humaniza humanizando el mundo. La formación de la dimensión histórica supone garantizar las competencias esenciales para que los educandos sean capaces de leer críticamente las historias oficiales organizadas en torno a héroes y batallas que ocultan la vida, los esfuerzos y el hacer histórico del pueblo. Competencias para que se asuman como sujetos históricos, conscientes de su propia singularidad y de su propio estar en el mundo, pertenecientes a una familia y un pueblo determinado que deben valorar. Competencias para que sean capaces de recuperar la memoria histórica y se asuman como constructores de una historia siempre inacabada y se comprometan con entusiasmo y esperanza en la gestación de una sociedad igualitaria y participativa.

El desarrollo de la dimensión histórica implica una pedagogía de la identidad y de la realización. Pedagogía que, en palabras de Mounier, despierte el ser humano que todos llevamos dentro, nos ayude a construir la personalidad y encauzar nuestra vocación en el mundo. Se trata de provocar la libertad de pensamiento y de expresión, y la crítica sincera, constructiva y honesta. Esto implica ayudar a cada educando a conocerse, valorarse y emprender el camino de su propia realización, lo que postula tiempos y espacios para el silencio, la reflexión y el cuestionamiento personal. Implica también conocerse y valorarse como parte de un pueblo, de un país, del que hay que recuperar la memoria histórica que posibilite una mejor comprensión del presente para la invención del futuro. La historia deja de ser un mero recuento de héroes y batallas, para pasar a ser la historia de un pueblo que camina en busca de su propia identidad.

Esta perspectiva histórica que busca la propia identidad, no puede dejar de lado la perspectiva cultural, como sistema de significación y comprensión de la misma. Al decir " pedagogía de la identidad", estamos indudablemente aceptando que existe una pedagogía de las formas culturales en donde se forja la identidad. Si el concepto "cultura" nos permite equiparar la educación a otras actividades culturales, el concepto "pedagogía" permite que se realice la operación a la inversa, es decir, las otras actividades culturales son también pedagógicas. Por lo tanto, lo cultural se vuelve pedagógico y la pedagogía se vuelve cultural.

[1]Gastaldi, Ítalo, El hombre Un misterio, Ed. Don Bosco.
[2]Cf. FRANKL V., "El hombre en busca del sentido", Barcelona. 1981
[3]Cit. por FRANKL V., "El hombre en busca de sentido", o.c, p. 9.
[4]RUIZ DE LA PEÑA, "El último sentido", Madrid, 1980
[5] Colección programa internacional de formación de educadores populares, La educación popular y su pedagogía - Federación internacional Fe y Alegría

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