“El propósito de la educación es lograr que los niños quieran hacer lo que deben hacer” (Howard Gardner)
En materia educativa nos debatimos hoy entre el pesimismo y el optimismo, los gobiernos dictan leyes que invitan al pesimismo, y las caritas de los niños invitan a padres y maestros al optimismo.
La enseñanza
presupone el optimismo de la misma manera que la natación exige un medio líquido
para ejercitarse. Quien no quiera mojarse, debe abandonar la natación;
quien sienta repugnancia ante el optimismo, que deje la enseñanza
y que no pretenda en pensar en que consiste la educación. Porque
educar escreer en la perfectibilidad humana,
en la capacidad innata de aprender y en el deseo de saber que le anima,
en que hay cosas que pueden ser sabidas y merecen serlo, en que los hombres
podemos mejorarnos unos a otros por medio del conocimiento. De todas estas
creencias optimistas puede uno muy bien descreer en privado, pero en cuanto
intenta educar o entender en qué consiste la educación no
queda más remedio que aceptarlas. Con verdadero pesimismo puede
escribirse contra la educación, pero el optimismo es imprescindible
para estudiarla... y para ejercerla. Los pesimistas pueden ser buenos domadores
pero no buenos maestros.
