Revista Cine

Pídala Cantando/LIII

Publicado el 04 enero 2013 por Diezmartinez

Pídala Cantando/LIII El lector cotidiano de este blog, Sául Bass, me ha pedido rescatar la crítica que escribí hace unos doce años de El Tigre y el Dragón, la obra maestra de Ang Lee que terminó en mi top-3 del 2001. El texto, con pequeños cambios de estilo, es el mismo que publiqué en el momento del estreno. ¿Sostengo ahora todo esto que escribí hace más de una década? Digamos que sostengo que lo escribí. 
A estas alturas del juego no nos debería haber sorprendido. Pero nos sorprendió. El séptimo y multioscareado largometraje del inclasificable director taiwanés Ang Lee, El Tigre y El Dragón (Crouching Tiger, Hidden Dragon/Wo Hu Zang Long, China-Taiwán-EU, 2000), ha resultado ser toda una sorpresa aún para los que nos consideramos admiradores de la obra de este cineasta, aún no tan (re)conocido en México.  Hagamos historia: Ang Lee se dio a conocer con un trío de cintas “de cámara” sobre los diversos problemas familiares de un pequeño grupo de taiwaneses, sea en la lejana isla, sea en el cercano Estados Unidos. Estamos hablando de  Pushing Hands (1992) –inédita en nuestro país-, El Banquete de Bodas (1993) y Comer, Beber y Amar (1994) –estas dos disponibles en vídeo. Luego, vendría una sorprendente y sofisticada “sinfonía” ambientada en la Inglaterra edwardiana, Sensatez y Sentimiento (1995) y, después, en otro cambio de piel, una fascinante obra contemporánea, The Ice Storm (1997) –para variar, nunca estrenada comercialmente en México. Más aún: cuando creíamos que habíamos visto ya todo, Lee cambia de tiempo, espacio y tono, y nos muestra una “polka” americana del siglo XIX, Paseo por el Diablo (1999), una cruza de western con cine histórico y melodrama de crecimiento/maduración. Y de plano, cuando ya se nos había olvidado que Ang Lee es de Taiwán y habla mandarín, su más reciente película es una maravillosa “ópera china” tradicional, una visita a uno de los géneros chinos por excelencia, el wuxia-pian o, en buen castellano, el cine fantástico de artes marciales. Es decir, estamos ante un filme ambientado en la China de antaño en donde los guerreros y las guerreras luchan por su vida y por su honor, en donde las artes marciales son vistas como una disciplina a través de la cual el espíritu domina al cuerpo, en donde nuestros héroes vencen la gravedad y ejecutan actos imposibles frente a nuestros asombrados ojos. La trama de El Tigre y el Dragón es sencilla, por más vueltas de tuerca que presuma: en la China de la dinastía Quing –esto es, en el siglo XIX-, un legendario guerrero de la escuela de Wudan, Li Mu Bai (la estrella hongkonesa Chow Yun Fat), decide retirarse y le encarga a su compañera de armas (y de amores nunca confesados)  Shu Lien (la estrella de Malasia Michelle Yeoh) que entregue su codiciada espada, “el destino verde”, a un viejo conocido. Poco después, el arma es robada, y la principal sospechosa resulta ser la hija de un político encumbrado, la falsamente modosita Jen (la impresionante actriz china Ziyi Zhang, ya conocida por su actuación en el filme de Yimou Zhang Camino a Casa/1999), quien ha sido educada en la tradición Wudan por la violenta Zorra de Jade (la veterana actriz de artes marciales Pei-Pei Cheng), asesina años atrás del maestro de Li Mu Bai. Jen, además, está enamorada del ladrón de caminos Lo (el actor taiwanés Chen Chang) y cuando la quieren obligar a casarse con otro, la rebelde jovencita huye con el arma de Li, por lo que éste y su inseparable Shu Lien van a buscarla para convencerla y prepararla para que sus increíbles dotes guerreras sean bien usadas. El Tigre y el Dragón fue concebida por el propio Ang Lee como un homenaje al cine de artes marciales visto por él en su infancia y juventud, y su origen se puede trazar en el clásico Un Toque de Zen (1969), del veterano King Hu, maestro de la nueva generación de cineastas de acción orientales encabezados por John Woo y Ringo Lam. Sólo en este sentido, en el de la acción pura, la película es una maravilla: las varias escenas de pelea (la dos emocionantes luchas entre Jen y Shu, la hilarante bronca en el restaurante entre Jen y decenas de parroquianos, el bellísimo duelo final entre Li y Jen luchando –¿o cortejándose?—en las copas de altísimos bambúes) están perfectamente coreografiadas (cortesía del especialista Wo-Ping Yuen, colaborador habitual de Jackie Chan). Vaya, sólo la pelea inicial entre Jen y Shu, con las dos rivales, una joven y fogosa, la otra madura y sosegada, las dos volando por las terrazas, saltando entre casa y casa, caminando entre las paredes cual improbables gacelas voladoras, vale y con creces el precio del boleto. Pero incluso en el interior de este impresionante filme de acción pura (¿o de ballet aéreo?), Lee no renuncia a definir con rigor, amor y pasión a sus personajes. El mismo cineasta lo ha dicho: “a menos que se use la acción como una extensión de los caracteres y las relaciones entre los personajes, el público no va a ser atrapado en historia”. En efecto, si bien es cierto que las escenas de acción son emocionantes por sí mismas, casi a un nivel puramente abstracto, la verdad es que están perfectamente conectadas con momentos dramáticos claves, con las relaciones entre los personajes, con la personalidad de cada uno de ellos. Así, la impetuosidad de Jen, la sabiduría cansada de Li o la devoción de Shu tienen su contraparte en la manera en la que pelean, en la que atacan, en la que se defienden. Y por si fuera poco, Lee se da tiempo, además, de trazar dos historias de amor paralelas y complementarias -la fogosa y desbocada de Lo y Jen, la otoñal y delicada de Li y Shu- mientras explora con perspicacia un tema que nunca ha abandonado en toda su filmografía: el peso de la tradición y la familia en nuestras vidas, en nuestros amores. Estamos, pues, ante otra obra mayor más de Ang Lee, acaso la más perfecta y entrañable de todas sus cintas (más que Sensatez y Sentimientos, más que The Ice Storm). Eso sí, algo es seguro: Lee no nos volverá a sorprender. De él ya podemos esperar todo: hasta que alguna de sus próximas películas sea un musical ambientado en la época contemporánea. No lo inventé: eso ha dicho el cineasta en una entrevista reciente. 

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