Revista Cultura y Ocio

Pintor en la esquina

Por Humbertodib

Llegó a la esquina a eso de las 9 de la mañana, traía un montón de bártulos apretados contra el cuerpo. Fue soltándolos de a uno: Colocó el atril bajo la sombra de un plátano, acomodó en él un bastidor y luego sacó de la valija un cuenco, una paleta y diferentes tipos de pinceles. Finalmente, vertió agua en el recipiente y dejó todo sobre una pequeña mesa destartalada. Varios de los que estábamos allí nos acercamos intrigados, nos pareció extraño que un artista fuera a pintar un paisaje tan urbano e insulso. El pintor alargó los brazos, armó una ventana con las manos, se agachó, volvió a levantarse, torció el cuello hacia atrás: Parecía analizar todas las perspectivas del entorno. Cada vez éramos más personas en la esquina, queríamos saber qué iba a representar, pero no se veían tubos de acrílico, ni grafitos, ni colores sobre la paleta. Después de cavilar unos instantes, tomó un pincel, mojó las cerdas en el agua del cuenco y comenzó a observarnos a todos los que lo rodeábamos, entornando los ojos, como queriendo descubrir dónde se escondía eso -exactamente eso- que él buscaba. Comenzamos a reírnos -otro loco, dijimos-, pero nadie se movió del lugar. El pintor se acercó a un niño y apoyó el pincel en su cabeza, luego fue hasta la tela y extendió allí un color raro, bosquejando dos formas alargadas de un lejano atardecer. Se inclinó, tocó la falda de una jovencita y llevó el pincel al lienzo donde plasmó un maizal, luego rozó los pantalones de un señor muy serio y diseñó una tierra vasta y plana. Así, frente a la mirada atónita de la multitud que se había agolpado, iba conformando una pintura indefinida pero muy vívida. Finalmente, vino hasta donde yo me encontraba, pasó el pincel por mi pecho y lo llevó a su cuadro, entonces el paisaje se volvió inquietante y lúgubre. Al ver la repentina transformación, horrorizado, salí corriendo del lugar.
No llego a comprender lo que sucedió en esa esquina, pero desde esta mañana (en la quietud de mi cuarto, en el desarraigo de lo inmediato) no he dejado de llorar.

Pintor en la esquina

Soledad en ocaso lúgubre: Wilson Javier Cruz Fagua


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